Es un cuadro muy raro del que sabemos, con certeza, muy poco. Está, eso sí, firmado y datado –con latinajo de significado inseguro, Jan van Eyck fuit hic 1434–, lo que soslaya cualquier duda al incluirlo en el breve catálogo del pintor, reducido a 21 obras. Solo una, el pequeño díptico del Museo Thyssen, queda en España. Pero hubo en el pasado más, debido a la devoción aquí por la pintura flamenca temprana en los siglos XV y XVI.
El matrimonio Arnolfini estuvo durante siglos en Madrid. Lo adquirió antes de 1515 Diego de Guevara, cortesano y coleccionista al servicio de los duques de Borgoña, que lo regaló a Margarita de Austria; de ella lo heredó María de Hungría (hermana de Carlos V), quien lo trajo a España en 1556. Estuvo largo tiempo en el Alcázar –allí lo analizó Velázquez y adaptó varias de sus peculiaridades a Las meninas– y luego en el Palacio Nuevo, de donde se lo llevó José Bonaparte camino a Francia; en Vitoria el convoy fue interceptado por Wellington y las tropas británicas se apropiaron del botín.
El teniente- coronel John Hay robó la tabla y, años después, la vendió a la National Gallery. ¿Reclamamos su restitución? Todo nos parece enigmático en este doble retrato de cuerpo entero, inédito en la época, de una pareja en un interior secular. Algunos estudiosos nos piden que no nos calentemos la cabeza: no habría más aquí que unos prósperos esposos rodeados por sus bienes de lujo. ¡Pero hay tantos detalles a los que buscarles las vueltas…!
Muchas décadas llevan los exégetas intentando identificar a estas personas y entender a través de los gestos, las relaciones espaciales, la simbología y la cultura material qué está pasando en esa habitación. Algunas teorías parecen plausibles; otras son disparatadas. El último autor que ha sucumbido al vicio de la sobreinterpretación es Jean-Philippe Postel, médico jubilado y escritor novel, cuyo libro nos da pie para engolfarnos en cada centímetro de esta composición fascinante, para repasar con él las hipótesis hasta ahora formuladas y para divertirnos con sus esfuerzos para argumentar su peregrina tesis.
Que, en resumen, sería esta: tras una escena de género jocosa (¿?) sobre la infidelidad –sigue, sin confesarlo, a Marco Paoli– se esconde un cuento de fantasmas. Ella sería una esposa anterior de Van Eyck –no hay constancia de su existencia– que murió de parto y que regresa desde el Purgatorio para hacer jurar a un chamuscado viudo, recasado y a punto de ser padre, que rezará por su alma. Armado de lupa e inspirado por Blow Up de Antonioni, Postel inspecciona los 5 cm que mide el famoso espejo convexo para encontrar en él esa “verdad” espectral.
Ella sería una esposa anterior de Van Eyck que murió de parto y que regresa desde el Purgatorio
No es un “análisis forense”, como él pretende sino una fabulación basada en un relato de aparecidos recogido por Charles Nodier ¡en 1822! Y así le da una vuelta de tuerca innecesaria a la última glosa original (y triste): Margaret Koster, en 2003, aventuraba que Van Eyck habría traducido a la pintura la modalidad de esculturas yacentes pareadas, con perrito a los pies de la dama incluido, y que esta obra sería un memorial de Giovanni di Nicolao Arnolfini a su esposa Costanza Trenta, muerta a los 20 años en 1433.