Con tan solo 24 años, escritor y filósofo de formación, el joven Nathan Devers está siendo todo un fenómeno de ventas en Francia tras la publicación de su última novela: Los vínculos artificiales, que edita ahora en España AdN. Finalista del Premio Goncourt y el Premio Renaudot, la obra cuenta con maestría el hundimiento de Julien Libérat en el mundo real, mientras ve crecer su popularidad en el mundo virtual del metaverso.
La novela ha sido definida como una sátira y una fábula contemporánea. Nathan Devers, que ha publicado ensayos como Généalogie de la religión (2019) y Espace fumeur (2021), reivindica durante su paso por Madrid la importancia de la literatura y del mundo real. Por eso, para escribir Los vínculos artíficiales, su autor se adentra en la pura y concreta realidad de la virtualidad que el ser humano está construyendo a su alrededor. Nathan Devers mira la sociedad en la que vive, a su propia generación, con una lucidez poco frecuente y una rapidez de espíritu apabullante.
Pregunta. Usted pertenece a la generación que ha nacido con internet, con las redes sociales, con el iphone, pero esto no le ha impedido realizar una magnífica carrera intelectual. ¿Piensa que los jóvenes deberían alejarse del mundo de las pantallas o, por el contrario, dominan ya esa realidad mejor que nadie?
Respuesta. Es una pregunta difícil. Mi generación, la que nació a finales de los 90, creció a la vez que los momentos álgidos de la revolución numérica. El trascurso de mi adolescencia estuvo acompañado por la aparición de los soportes virtuales que iban a la par de lo que nosotros descubríamos en la realidad. Cuando descubro la amistad en secundaria, Facebook imponía la noción de amigo virtual, existiendo una compenetración de la amistad real y la virtual. Lo mismo sobre el deseo y las páginas de pornografía, las aplicaciones de encuentro de parejas, la política y twitter, etc. Para nosotros, lo real iba de la mano de lo virtual.
['Lolita' al revés: Leticia Martín gana el Premio Lumen con "una novela polémica" sobre el deseo]
»En mi caso, nunca he odiado las pantallas, al contrario, estoy muy interesado en la tecnología ya que es lo que guía el mundo en secreto, de manera subterránea y marcando sus verdaderas revoluciones. Pero es verdad que nunca fui adicto al mundo de las pantallas. Nuestra generación tiene la suerte de poder aún recordar el mundo anterior. Mientras que la nueva generación, la que viene cinco años después, no puede recordar un mundo sin el imperio de las redes sociales.
P. Su novela cuenta la creación y auge en poco tiempo del metaverso, programa que acaba monopolizando al personaje principal hasta el punto de no querer seguir en la realidad, sino que se funde en su vida virtual. ¿Considera que el mundo virtual ya es
tan invasivo que consigue despersonalizar totalmente al personaje?
R. Hoy en día, hay un cambio fundamental en el ser humano, pero no por culpa de lo virtual, sino de su propia realidad. Lo que traté de mostrar en la novela, a través del personaje de Julien, son las razones por las cuales deseamos esta evasión de la realidad. Si la gente busca evadirse masivamente, o es idiota, que no creo, o hay un problema verdadero y contundente con nuestra realidad. Es como si el ser humano se sintiese cada vez más en una cárcel.
»En el comienzo de mi novela cuento como Julien se vuelve adicto a las pantallas. Intento mostrar que no es su culpa, sino que es su realidad, y en todos los ámbitos: el sentimental, el profesional, el económico, etc, que le reenvía permanentemente una imagen de negación absoluta, de fracaso, como si la realidad fuera algo “más allá de él mismo”, un lugar inalcanzable. Por eso pienso que hay una mutación en el ser humano que se inscribe en una historia profunda y milenaria. Hay algo grandioso que se juega hoy en día.
»Pero, repito, no soy fatalista, ni pienso que los libros se vayan a acabar. Lo que está pasando hoy en día con la revolución numérica, esa aceleración permanente, que desestabiliza al ser humano y lo aliena, no tienen como solución el rechazar las tecnologías. Si los jóvenes leen menos quizá sea porque los libros interesan menos. La responsabilidad viene de la literatura y no de las pantallas. Quizá lo real se está descomponiendo desde el interior. Lo que realmente he pretendido en mi novela es reconciliar el libro y las pantallas. Y a partir de ahí, reconciliar lo real y lo virtual, sabiendo que se enfrentan hoy en día.
P. Siendo usted filosofo, y escribiendo novelas, ¿qué es para usted la literatura?
R. La literatura para mí lo es todo y nada. Hay profesores de filosofía que para explicar una teoría complicada, dan un ejemplo. Para mí la novela no es el ejemplo de una doctrina, al contrario, es algo radicalmente nuevo que ningún concepto puede alcanzar y eso es lo que me parece interesante. La literatura se presta al ser humano cuando se enfrenta a preguntas sin respuesta. No pretendo dar la menor teoría en mi novela, no estoy a favor o en contra de nada, sino que, para mí, la novela existe para crear ambigüedad, para ofrecer una polifonía de voces, para crear una confrontación entre las diferentes visiones del mundo. Cada personaje reflejar su propia visión de las cosas y al final el novelista no está aquí para dictaminar nada, sino para describir ese enfrentamiento. Es en eso que mi novela es filosófica, pero no porque exponga la menor doctrina.
»La filosofía es hija de la literatura, Nietzsche lo explica en El nacimiento de la tragedia perfectamente. Los griegos eran literarios, en el sentido más profundo del término, afrontaban lo trágico de la vida a través de la literatura y, en un momento dado, con Sócrates, la literatura se convierte en una cuestión de razón, cuando lo cierto es que literatura consigue movilizar la totalidad del cuerpo, los sentimientos, los deseos, la afección, la musicalidad de la lengua, todo lo que no puede hacer la filosofía.
P. ¿En sus clases de filosofía recomienda usted libros literarios?
R. ¡No hago otra cosa, es mi pasión! Pero no solo literatura, también vemos cuadros, arte. Acabo de terminar un seminario sobre la libertad y en las primeras clases no vimos el menor texto filosófico. Hemos comentado poemas, pinturas, cuadros. Todos los registros artísticos piensan, un pensamiento total, con el cuerpo entero.
P. En su novela, Adrien Sterner, como Mark Zuckerberg, es el personaje creador del mundo virtual al que accede Julien Libérat. Usted lo describe como una especie de místico que conoce la Biblia, San Agustín, y que quería, de niño, convertirse en Jesús. ¿Se ha inspirado de estos magnates de Silicon Valley para dibujar al creador del metaverso?
R. Lo que quería en la novela era poner en perspectiva el personaje de Julien y de Adrien, es decir, el personaje utilizador de las redes sociales y el creador. La victima de su época, y, por el otro lado, el actor por excelencia de su época, el que ha cogido carrerilla y moldea la sociedad. Para este personaje me inspiré en todos los héroes de la revolución numérica, Mark Zuckerberg, Steve Jobs, etc, y trabajando sobre ellos, leyendo sus biografías, tuve la impresión que, si uno quería entenderlos como personajes, no era bajo el foco del dinero que había que observarlos, aunque fueran multimillonarios. Tampoco bajo el foco del poder a pesar de ser verdaderos emperadores del reino del numérico con muchísimo más poder que países enteros. No. Estos personajes tienen en común la raíz religiosa.
P. Necesito que me lo explique…
R. Lo sé, y lo voy a hacer de dos maneras.
»Primero, a escala personal, esta gente, -da igual que crea o no en Dios-, se atribuyen el lugar de Dios, del demiurgo, del ser que va a decidir como las épocas van a ser configuradas. ¡Si lo piensa, Facebook es eso! Mark Zuckerberg es alguien que ha elaborado un mundo paralelo, un ágora, una nueva manera de crear lazos entre la gente. La etimología de la palabra religión está ahí: “religare”, es decir, lo que “relaciona”, “conecta”, “vincula” a los seres humanos.
»En eso, los actores de la religión numérica han construido lo que llamaría la religión de la tecnología. Son ellos los que deciden como se crean los lazos entre los seres humanos. De hecho, hoy en día nuestras decisiones se han visto marcadas por decisiones tecnológicas. Las dimensiones más íntimas en la vida, nuestra relación con el trabajo, la amistad, el aburrimiento, el deseo, se ha visto conmovido por Facebook, por internet, por los iphones, y mañana por el metaverso. Esta gente nos moldea en nuestra dimensión más profunda, cuando los Estados, los gobiernos, se centran en la superficie administrativa, los impuestos, las leyes, la política. Nada más alejado de nuestra intimidad.
»Segundo, diría que la revolución numérica es la historia de un sueño, la de liberar al ser humano de la materia. En una conferencia de prensa MarK Zuckerberg dijo que iba a construir “the feeling of presence” fuera de la materia. Su propósito es que el ser humano sea capaz de ver la realidad virtualmente, perdiendo la noción de lo que es real de lo que no lo es. Esta especie de miraje es, a mi entender, constitutiva del deseo religioso judeocristiano de escapar a la carne. Por eso digo que estas personas son, en esto, grandes católicos. Gente que pretende alcanzar el sueño metafísico del judeocristianismo.
P. ¿Podríamos decir que el ser humano mira entonces hacía el pasado, hacía su raíz, para explicar, vivir y transformar el presente?
R. Uff, la verdad es que no. No creo que el hombre contemporáneo mire ni el pasado, ni el futuro sino el presente. Ni siquiera el presente sino el momento instantáneo puro. Si se fija es el régimen de twitter, de las cadenas de información continuas, las actualidades que se reemplazan las unas a las otras. El ser humano se ha vuelto incapaz de restituirlas, de ponerlas en un relato. La experiencia del “scrolling” de las redes sociales, por ejemplo, hace desfilar diez mil contenidos en un instante del cual no queda nada. Cuando se ve el instante en bruto, no se puede pensar. El pensamiento necesita perspectiva.
»Sin embargo, la mirada al pasado se hace necesaria. Todos los movimientos populistas se explican también así. Por ejemplo, Donald Trump utilizó el eslogan Make America great again, haciendo referencia a ¿qué? ¿Qué quiere decir “again”? Si no pensamos el pasado, si nos mantenemos en una visión fantasmática de un pasado que no existe, ¿qué hacemos?
P. Entonces reivindica usted la importancia de los relatos, de nuevo el espacio de la literatura. ¿Cuál sería para usted su lugar hoy en día?
R. Tengo tendencia a no tener una visión autocentrada de la literatura, es decir, la de pensar que un libro se escribe tras la lectura de otros libros. Lo que me parece interesante de la literatura es justamente ir allí donde no tiene su lugar. Ir a expresar la belleza, la poesía, la música de las cosas, de los temas, de las vidas que no sean típicamente literarias. Me explicó. Cuando escribí esta novela, mi fuente de inspiración fue meterme en internet, navegar de un lugar para otro, pararme horas en los videojuegos que, por cierto, me parecen obras de arte. Por supuesto que también investigué. Eso no significa que no haya que leer, al contrario. Sartre, Aragon, Eluard, Breton, los autores del Boom latinoamericano que me marcaron mucho en el sentido de no obsesionarse con la literatura. Hay que reinventarla, comprometerla, ponerla en acción. Expresar lo que la realidad ofrece de más intenso y de poetizarla.
»Por eso, he descubierto hace poco que los autores contemporáneos francófonos que más me gustan, no son escritores exclusivamente franceses sino bilingües, que escriben con dos idiomas en la cabeza: Miguel Bonnefoy, Yasmina Kadra, entre otros.