Forzosamente centrados como estamos en nuestra propia consciencia, nos resulta muy complejo concebir algo fuera de ella. En esa jaula del yo desde la que casi todos los seres humanos miramos el mundo, las dimensiones físicas vienen impuestas por la biología, los temas de pensamiento por la convención circundante y las novedades por la actualidad.
Por eso resulta tan refrescante, incluso insólito, que alguien sea capaz de adoptar puntos de vista inusitados, imprima una velocidad a sus juicios revestida de mayor lentitud y reflexión, observe el mundo en torno a sí como si fuese la primera vez.
Eso que hacen con suma naturalidad los niños y, se dice, que también los verdaderos poetas. O los verdaderos artistas, a tenor de esta cita de Pablo Picasso: “Otros han visto lo que es y preguntan por qué. Yo he visto lo que podría ser, y me he preguntado por qué no”. Por supuesto, aquello que “podría ser” se encuentra directamente anudado a una de las principales potencialidades de la inteligencia humana, a menudo soslayada desde los currícula escolares oficiales: la imaginación.
Pero no nos llamemos a engaño, las personas creativas –escasas siempre, estigmatizadas en una gran parte de las ocasiones, sin embargo omnipresentes en todo lugar y momento histórico– no es que vean las cosas desde una perspectiva diferente, sino que sencillamente ven cosas diferentes.
Fijémonos como ejemplo en la obra de Picasso, que arrancó proyecciones, aristas y ángulos a la realidad, que después han sido en parte asumidos por la visión general posterior. Porque en eso consiste también la luminosa capacidad visionaria, en mostrar caminos que luego pueden ser recorridos por el gran grueso de los congéneres.
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Otro de estos raros y bendecidos habitantes de la Tierra, capaces de fundar un nuevo orden de mirada sobre la realidad, nació en Polonia y su nombre era Wislawa Szymborska. Escribió siempre desde otro lugar, algo parecido a esa otra orilla desde la que según el maestro Rubén Darío escriben los poetas. Por eso bailó con el lenguaje hasta inquirir su significado ulterior, el oscurecido por la costumbre, el único capaz de arrojar aún luz sobre la representación humana del entorno.
Un ejemplo ilustrativo de lo que estoy afirmando es su poema “Las tres palabras más extrañas”, que a continuación transcribo:
“Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio, lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada, creo algo que no cabe en ninguna no-existencia”.
Szymborska refrena o acelera la velocidad del tiempo, adopta medidas físicas alejadas del promedio humano para atisbar en alejados rincones del universo o dentro de nosotros mismos, enfoca su meticulosa linterna hacia esquinas que nunca antes habían sido iluminadas. De ese modo, recrea para nosotros un universo prodigioso donde las cartas de los difuntos son leídas como jamás antes, donde alguien debe echar los escombros a la cuneta después de cada guerra o donde el temible Hitler es todavía Adolfito, el pequeño hijo de los vecinos.
Wislawa Szymborska enfoca su meticulosa linterna hacia esquinas que nunca antes habían sido iluminadas
Después de Szymborska, como después de todos los grandes artistas visionarios de la Historia, la realidad que heredamos es otra, porque su visión es una gran escalera heredada donde tenemos la fortuna de poder subirnos y mirar el mundo desde sus ojos.
La poesía de la Nobel polaca Wislawa Szymborska es, pues, mucho más que un puñado de extraordinarios poemas. Son unos lentes inauditos para ser capaces de avistar cientos de cosas que definitivamente no están a la vista. Sus poderes de gigante traducidos a nuestra medida.
Instar a leer su poesía es, en realidad, una invitación a colocarse los lentes de Wislawa Szymborska y dejarse sorprender por la descomunal cantidad de matices cambiantes que casi con total seguridad no habíamos podido ver hasta entonces.
Raquel Lanseros es poeta y traductora. Su último libro es Matria (Visor), Premio de la Crítica 2019.