El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince debía haber regresado de Ucrania el lunes 26 de junio. Sin embargo, la noche del martes 27 se encontraba en la pizzería Ria de Kramatorsk, al este del País. Era "el mejor restaurante de los que quedaban en pie en una ciudad que antes contaba con 200.000 habitantes y hoy apenas quedan 80.000". Las tropas rusas lanzaron un misil balístico de nombre Iskander que provocó la muerte de trece personas. Entre ellas, se encontraba la escritora ucraniana Victoria Amelina, que estaba cenando en su misma mesa.
El escritor nos recibe al otro lado del teléfono desde el número 23 de la madrileña calle Recoletos. Se trata de la sede de la Fundación Mapfre, donde acaba de participar en un curso de verano organizado por la Fundación Manantial, dedicada a la inclusión de personas con problemas de salud mental. “Qué es una Familia”, rezaba el título de este "encuentro con psiquiatras" donde, según el propio escritor, "en principio venía como ponente, pero al final he venido como paciente". No ha perdido el sentido del humor, pero confiesa que han sido "días muy duros".
Al inicio de la conversación, le preguntamos por su estado de salud. "Lo más asombroso es que no tengo ningún rasguño en el cuerpo", celebra. "Lo único que me molesta es un zumbido en los oídos, que en realidad ya lo tenía, pero se ha acentuado", añade. Lo que no logra identificar claramente son las "consecuencias mentales", aunque sí reconoce que desde el ataque ha sufrido momentos de parálisis, pesadillas e incluso a veces "una extraña sensación de tranquilidad".
El motivo de la prolongación de su visita en Ucrania responde a un gesto de agradecimiento con la escritora fallecida por su hospitalidad. Abad Faciolince se había desplazado hasta Kiev para presentar en la Feria del Libro la edición ucraniana de El olvido que seremos, un homenaje a su padre, asesinado en 1987 por los paramilitares colombianos cuando se postulaba a la alcaldía de Medellín.
Dejando a un lado las macabras veleidades que el destino pudo haber dispuesto, la versión en ucraniano de la novela se publicó en 2020. La pandemia impidió que el escritor asistiera a Ucrania ese año y el siguiente, mientras que en 2022 la causa de su ausencia fue el inicio de la invasión de las tropas de Putin. Una Feria del Libro en plena guerra era una ocasión inexcusable.
Además, Abad Faciolince es miembro de la asociación Aguanta, Ucrania, un movimiento latinoamericano solidario con el país agredido del que forma parte desde su fundación. Sergio Jaramillo, excomisionado de paz de Colombia y ex viceministro de Defensa de Colombia, y la periodista de guerra colombiana Catalina Gómez, también miembros del colectivo, se encontraban junto a él la semana de los hechos, que ocurrieron "al final de dos días de viajes", según relata el autor de Salvo mi corazón, todo está bien. Victoria Amelina había sido una anfitriona estupenda y decidieron acompañarla hasta Kramatorsk.
"Muchas partes de la carretera estaban destrozadas", así que la distancia de 550 kilómetros desde Kiev se traduce en más de ocho horas de viaje. Habría merecido la pena de no ser por el fatal desenlace. Los miembros de la expedición tuvieron la oportunidad de entrevistarse con oficiales y soldados ucranianos. Los perfiles eran distintos, según recuerda Abad Faciolince. Por un lado, están los voluntarios, que permanecen en la contienda desde el principio, y por otro los soldados profesionales, el grupo más damnificado.
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"Los oficiales se quejan de que el ejército ucraniano tiene características del estado soviético", esto es, muy anquilosadas, por lo que reivindican una modernización. El testimonio que más le sobrecogió fue el de "un soldado pacifista", precisamente porque sus argumentos se desmarcaban de su presunta condición. "Putin solo concibe el lenguaje de la fuerza", habría dicho el militar al escritor, que desde entonces coincide en que "Ucrania no tiene otra alternativa que defenderse con el mismo lenguaje que emplea Rusia".
Las conversaciones con las fuerzas ucranianas transcurrieron en cafés y restaurantes. La cena en la pizzería de Kramatorsk correspondía a "un momento de descanso". Abad Faciolince ha aclarado que el restaurante estaba "muy concurrido", y no solo por soldados de permiso o de descanso del frente. "Corresponsales, activistas y civiles nos sentíamos relativamente seguros", ha añadido, en contra de la versión rusa que aseguraba que este emplazamiento era "una guarnición militar".
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La realidad, según su relato, es que "escogieron la hora punta", a sabiendas de que el restaurante cerraba 45 minutos más tarde porque en la ciudad hay toque de queda. El ataque se produjo a las 19:28 horas y los supervivientes "nos salvamos porque estábamos en la terraza", asegura. La escritora fallecida tuvo la mala suerte de encontrarse en el área más cercana al interior del edificio.
El regreso fue abrupto. La noticia de la muerte de Victoria Amelina acompañó a los miembros de la expedición en el tren nocturno que les condujo hasta Lviev —también conocida como Leópolis— y gravitaba en la atmósfera del coche con el que llegaron hasta la frontera. En Alemania, última escala antes de llegar a Madrid, la tragedia seguía latiendo en el pecho del escritor.
Esta noche, desde Madrid, siente "la necesidad moral de coger el testigo de Victoria, que estaba documentando los crímenes de la guerra de su país". ¿Sabe ya cómo será la naturaleza del texto?, le preguntamos. "No tengo nada claro, pero sí sé que no será ficción, sino testimonial. Necesito contar lo que ella no pudo".