El principio de Lengua dormida es de corte rulfiano. Al abrir el libro, no por casualidad encontramos a la madre del narrador sentada en una silla, a pesar de que, según explica su hijo, está muerta. Es así no solo porque Franco Félix (Sonora, México, 1981), un profundo conocedor de la literatura y de la cultura de su país, quiera homenajear al autor de Pedro Páramo, sino también porque el espíritu de la mujer impregna cada página del libro, convirtiéndose en una presencia constante.
Lengua dormida es una ofrenda a la madre, personaje estrella de una historia terrible que Félix va desgranando mientras se demora en meandros descriptivos y reflexivos, algunos innecesarios por demasiado colaterales. En la novela parece haber dos relatos que, en realidad, son uno solo. Lo que sucede es que ambos se desarrollan de forma consecutiva en el tiempo porque derivan de dos vidas, aunque sobre la primera pesa un misterio que solo se resolverá en las últimas páginas.
Además, los recuerdos que se detallan se organizan de forma caprichosa, y eso añade cierta confusión, aunque al lector se le informa pronto de la doble situación. En la primera intriga –que cronológicamente es la segunda–, el narrador presenta a Ana María con la que, junto a su hermano, una hermana mayor y el padre, compartió una existencia azarosa.
Este narrador, que tiene reminiscencias de infancia y juventud, percibe durante su crecimiento que desconoce ciertos pasajes de la historia materna, hasta que descubre que, de joven, su progenitora tuvo un pasado en Ciudad de México, donde creó una familia formada por un marido y cuatro hijos. A partir de ahí, lo que trata de saber el escritor es qué llevó a Ana a desentenderse de ellos y por qué mantiene en secreto esa etapa. Este argumento permanecerá aletargado mientras se desarrolla el principal, aunque actúa a modo de luz intermitente que mantiene alerta al lector.
[Juan Rulfo, 100 años en llamas]
El género en el que mejor encaja una trama como esta es el autoficcional. El autor adereza el relato con constantes intervenciones propias sobre la escritura, lo que la obra significa y lo que pretende con ella. Asimismo, reflexiona sobre lo que representa su madre para él, sobre su actitud con su segunda progenie y su trayectoria en la capital, resaltando su papel de pionera en una época en la que las mujeres se sometían.
Félix construye una nueva narración familiar que focaliza en la figura de Ana María, una mujer fuerte y de múltiples dimensiones a la que nunca abandona el remordimiento por la deserción. El escritor se vuelca en la figuración de su personaje –al que observa desde un amor infinito– con la intención de explicar –y explicarse– lo que ella no pudo verbalizar a lo largo de toda una vida. De ahí el título de una obra valiente, además de catártica, honda, sincera, poética y enigmática sobre la imagen de una madre.