En 1983, hace ya cuarenta años, John Maxwell Coetzee publicó Vida y época de Michael K. Gracias a esto, el autor obtuvo su tercer Central News Agency (o CNA, galardón para obras en inglés y en afrikaans publicadas en Sudáfrica) y obtuvo, además, su primer Booker Prize, el prestigioso premio internacional de las letras anglosajonas. Vida y épo.ca de Michael K fue un hito en la carrera del autor de Ciudad del Cabo hacia la celebridad mundial.
Desde aquel alumbramiento, hace cuatro décadas, se convino en que la laureada narración de Coetzee era una alegoría. En su reseña del mismo año en The New York Times, titulada “Un cuento del anonimato heroico”, Cynthia Ozick empleaba el vocablo “parábola”. Ahora bien, el alcance y sentido de la misma no han gozado de pareja unanimidad. Vida y época de Michael K fue entonces y es hoy un libro tan preciso en la ejecución como nebuloso en todo lo demás.
La ficción nos traslada a una Sudáfrica contemporánea, aunque alterada por una guerra civil que no ha existido nunca. Coetzee describe con economía muchos actos y algún pensamiento del desdichado Michael K. Este desposeído pretende trasladar a su madre enferma en una carreta desde una Ciudad del Cabo distópica hasta una población real de la meseta del Karoo, llamada Prince Albert, donde parece encontrarse la raíz de su linaje.
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En el curso de esta gesta mendicante, la madre fallece y la soledad de Michael K se hace con los desiertos sudafricanos. Michael K consigue superar las alambradas y a la soldadesca, y vivir de espaldas al mundo en una granja sin moradores. Es un Robinson Crusoe. Allí planta calabazas. Después, Michael K ingresa en un campamento de reeducación de enemigos de uno de los bandos en liza. Entre las páginas 135 y 174, Coetzee pasa de la voz omnisciente a la primera persona de un enfermero que trata a Michael K.
De las alegorías
Esa Sudáfrica de Coetzee de 1983 no es la Sudáfrica real de 1983 liderada por Marais Viljoen porque no es que no haya referencias al sistema del Apartheid, sino que no hay referencias legibles a la raza de aquellos que entran y salen por el texto. Como es natural, esta inverosímil indiferencia del color de la piel en semejante país, así como la guerra apócrifa y el singular apellido kafkiano del protagonista, despiertan las alarmas del buscador de alegorías.
Veamos: en las alegorías, los individuos (una cigarra o Beatriz Portinari) representan unos conceptos, y las peripecias (la victoria del laborioso o la elevación hacia el paraíso) sostienen un argumento. Las fábulas y las parábolas son los géneros más intensamente alegóricos: así pues, ¿opera Vida y época dichael K de esta manera? De acuerdo con los sucesivos intérpretes del libro de 1983, el escrito de Coetzee puede ser revolucionario, quietista, ecologista, moralista o nada de todo esto.
¿Y qué hay del ciudadano K? Según lo dicho, él podría encarnar la desamparada humanidad, la convulsa república austral o la entera raza negra... He afirmado que no hay “referencias legibles” a las razas: admito que el dictamen es exagerado. En la página 77 Coetzee anota el registro de su protagonista en un papel burocrático como “Michael Visagie -CM- 40- NFA”. Pues bien, al parecer, el “CM” significa “colored man” (supongo que la traductora Concha Manella debería haber puesto “HC”, “hombre de color”). Obviamente, si un exégeta coetzeeano no me hubiera señalado esta clave minuciosa jamás lo habría advertido. Así, gracias a este sucinto “CM”, Michael K también podría representar la raza desfavorecida en el escándalo del Apartheid.
Nadine Gordimer opina
En el reciente El affaire Arnolfini (Acantilado), Jean-Philippe Postel recomienda llevarse una lupa para estudiar el cuadro de Jan van Eyck: lo mismo deberíamos hacer con este Coetzee. Precisamente, cuando hace unas semanas habló el hoy Premio Nobel sudafricano en el Museo del Prado sobre la fuerza genuina de los cuadros, refirió el retrato de Inocencio X de Velázquez agregando, con admiración, que la sola mirada del retratado “lo dice todo”.
A Coetzee parecía agradarle que el óleo barroco no necesitara la mediación de las palabras para explicarse. ¿Es la Vida y época de Michael K un criptograma, como El matrimonio Arnolfini, o una experiencia espontánea, como sentirse cohibido bajo la grave mirada del papa de Velázquez? Que nadie suelte la lupa por el momento, por favor.
En invierno del año siguiente al año en cuestión, es decir, en 1984, la escritora sudafricana Nadine Gordimer (que, por cierto, también ganó los tres premios mencionados) promovió igualmente la lectura de la novela de Coetzee en clave alegórica en “La idea de la jardinería”, en The New York Review. Gordimer vio un problema en el corazón del libro. “El único aspecto controvertido de este libro es que, aunque se trata de un libro implícita e intensamente político, los héroes de Coetzee son aquellos que ignoran la historia, no la hacen”. A pesar de ello, Gordimer señala la relevancia exegética del hecho de que el héroe K sea jardinero (primero, municipal; después, robinsoniano).
Para ella “la idea es la idea de jardinería” que “inunda el libro”. ¿El tema? “La amenaza, no sólo de la destrucción mutua de blancos y negros en Sudáfrica, sino de matar, en todas partes: quemando, descuidando, cargando con radioactividad la suciedad de nuestros pies”. Gordimer señala que el ingenio de ciertos alegoristas de Vida y época de Michael K ha propuesto que, dado Michael tiene labio leporino (se nos dice en la primera línea), seguramente Michael represente una Sudáfrica escindida entre razas.
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Por su parte, Gordimer defiende al Michael jardinero. Alegóricamente, un jardinero se transforma en ecologista. “Mantener la tierra viva” es, afirma la escritora, la “naturaleza del hombre civilizado, frente al cazador, el nómada”. Agrega: “la esperanza es una semilla”.
Dentro de esta suerte de affaire Michael K podemos volver a la mencionada Ozick. Ella descartó también unas interpretaciones y promovió otra. Afirmó esta reseñista: “Coetzee no ha escrito una novela simbólica sobre la inevitabilidad de la guerra de guerrillas y la revolución en un país donde se respira opresión y dependencia. En cambio, revela, con el lenguaje de la imaginación, los engaños y los autoengaños de la estupidez. Su tema es el poder salvaje y despiadado de la inanidad”. El curioso podrá seguir rastreando lecturas la generosa bibliografía secundaria coetzeeana en el curso de las décadas pasadas.
¿Y la biografía?
Por otro lado, para terminar, podemos aventurar otras posibilidades. Escribió Borges, muy interesado en las alegorías: “Me atrevo a inferir que es absurdo reducir una historia a su moraleja, una parábola a su mera intención”. Ahora bien, ¿cuál es el opuesto de una lectura alegórica, esto es, conceptual?
Existen, por ejemplo, las lecturas simbólicas o estéticas, las lecturas mitológicas, las lecturas lúdicas y las lecturas biográficas. Quizá, la biografía del autor detrás de la obra sea el opuesto total de la alegoría. A propósito de la lectura biográfica de las obras de arte quizá podría interesar la contemplación de Vida y época de Michael K desde Infancia, las memorias en tercera persona del mismo autor, de 1998.
“Muy cerca de nosotros, a nuestro alcance, la última verdad del cuadro se nos escapa de las manos”, escribió Postel sobre el cuadro de Van Eyck. La última verdad de este primer gran éxito internacional de Coetzee quizá se nos escapa también, pero encontramos numerosos temas y paisajes similares a las rememoraciones de Infancia. Detecto la misma ubicuidad de la madre y la ausencia paterna, la polaridad entre la civilización y la naturaleza, la violencia espontánea (los pastores de ovejas, en las memorias), así como la atracción de la granja familiar de los yermos Karoo, origen y raíz al que es preciso retornar.
He creído ver también un parecido entre el retrato de la madre de Michael y una tía de Coetzee. En fin, el obsesivo Postel se pregunta, como última posibilidad, si El matrimonio Arnolfini, de 1434, es un “relato autobiográfico”. “Por lo que a mí respecta me inclino por la última hipótesis, pero los personajes pintados por Van Eyck no nos dirán nada más”. Y, ahora: ¿por qué posibilidad del nutrido elenco de interpretaciones nos inclinaremos nosotros, los míseros lectores de Vida y época de Michael K, de 1983?