Una obra de ficción que lleva en la portada un nombre propio adelanta que se trata de una novela de personaje acerca de una personalidad singular. Tal rasgo cumple Fernando Luis Chivite (Pamplona, 1959) en Ferdy el viejo. La invención de un tipo original se orquesta haciendo que el propio personaje desvele su intimidad mediante un relato autobiográfico.
El tal Ferdy, un viejo de 72 años, viudo reciente, alto, delgado y encorvado, falto de una pierna amputada, escaso de dinero, se contempla a sí mismo con objetiva frialdad, solitario y conforme con su situación actual. Poco a poco va desgranando sus impresiones íntimas, sin énfasis ni retórica superflua y con la ayuda de varias fantasmales voces secretas. Le oímos decir: "Nada importa mucho", "estoy en fase de dar gracias por todo", "¿quién no está solo? Todo el mundo lo está". En su vida ha habido pocas gestas: montar en la montaña rusa de Coney Island y en camello o pasar una noche en el desierto.
Ferdy cuenta su rutinaria vida presente: tomar un café en el sitio de costumbre o charlar en la calle con su único amigo. Pocas alteraciones se producen: el encuentro fortuito con un amor de antaño o la acogida en su casa de una actriz porno. Todo se inscribe en su convencional existencia en Pamplona, salvo un pasaje patético y de alto voltaje humorístico, un corto viaje a Benidorm. En breves bloques anecdóticos desfilan variadas situaciones que anuncian el provinciano y abúlico final: "Y a la mañana siguiente, a comprar el pan. A tomar un café. A volver a casa. A escribirlo. A beber. A fumar. Fumar, soñar, tal vez volar".
Fernando Luis Chivite impregna de fondo filosófico la aparente trivialidad de su magnífico relato
Esta vida insustancial da lugar a un permanente ajetreo de observaciones que destapan las sorpresas y contradicciones del mundo. Ferdy las plasma con distanciamiento y en tono de broma. pero sus comentarios sagaces van formando una nada pretenciosa obra de pensamiento en la que se perciben muy fructíferos ecos de Javier Tomeo. El motivo del fracaso planea sobre todo el relato. El escepticismo impregna una mirada no poco senequista de la vida. El distanciamiento irónico y las burlas impiden que aflore el menor atisbo de solemnidad trascendente. Y sobre toda la novela planea con fuerza determinante la gran herida humana que el propio narrador enuncia: "No hay otro tema que el tiempo que pasa y no vuelve más". Chivite impregna de fondo filosófico la aparente trivialidad de su magnífico y ameno relato.