Una de las dianas del paisajismo de la Generación del 98 es la sierra de Guadarrama, majestuosa cordillera presidida por la “arrogante cabeza” y los “hombros hercúleos” de la cumbre de Peñalara que separa las llanuras de Madrid y Segovia (entonces las dos Castillas). Inspiró versos y prosas de Antonio Machado, Azorín, Pío Baroja, Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, quien introdujo hermosas referencias a la cordillera en el libro Meditaciones del Quijote (1914) y en el artículo Pedagogía del paisaje, publicado en El Imparcial en 1906.
“Así nos hablan la Pedriza de Guadarrama, los pedregales de la Sierra castellana, los castillos caballerescos, las serranillas del Manzanares, los balbuceos del Fuero del concejo de Madrid; así nos hablan el paisaje y el lenguaje castellanos, naturales y nacionales”, escribía Unamuno en el periódico El Sol en 1932 en el artículo Manzanares arriba.
Esta pasión por el paisaje de la Sierra de Guadarrama y los elementos, en especial el agua y al aire, como principios regidores de la ILE, tuvo un nombre y una fecha. Fue Francisco Giner de los Ríos quien realizó la primera “marcha” en el verano de 1883 sobre sus “tomillos, jaras, espliegos y gamonas” siguiendo el rastro fundacional de la Institución Libre de Enseñanza, orientada por los principios krausistas y por los ideales legados por el naturalista alemán Alexander von Humboldt en trabajos como Cosmos, los Cuadros de la Naturaleza y Sitios de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América (traducidos por su hermano Bernardo entre 1874 y 1875).
"En estos montes hay, como en las pupilas de aquellos hombres, una voluntad suprema de perdurar sobre toda mudanza". José Ortega y Gasset
“Esa nueva visión paisajística supuso, sin duda, en el panorama español, una aportación cultural e intelectual muy notable que ejercería después una influencia destacada en posteriores acercamientos (científicos, artísticos, turísticos y deportivos) al paisaje y en las correspondientes prácticas excursionistas”, explica a El Cultural Nicolás Ortega Cantero, autor del libro Paisaje y excursiones (Raíces Editorial), catedrático de Geografía Humana de la Universidad Autónoma de Madrid y encargado de cerrar recientemente, en la Residencia de Estudiantes, el ciclo Bernardo de Quirós sobre los 140 años de aquella histórica marcha que partió de la estación de tren de Villalba y que pasó por lugares como El Ventorrillo, el Valle del Lozoya, la Cartuja de El Paular, los puertos de Navacerrada y Cotos, las Guarramillas y, finalmente, Segovia por el Reventón.
Fue el comienzo también de una modalidad literaria que inauguró Giner en 1886 con un ensayo titulado Paisaje, “un manifiesto fundacional del paisajismo moderno”, según Ortega Cantero, que se prolongó después en el Boletín de la Institución y con libros como Guía alpina del Guadarrama (1909), de Constancio Bernaldo de Quirós. Aquel verano de 1883, hace ahora 140 años, Giner de los Ríos, máximo responsable de la ILE y catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Central de Madrid, Manuel Bartolomé Cossío, mano derecha de Giner y director del Museo Pedagógico Nacional, Jerónimo Vida, catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Salamanca, y los naturalistas Salvador Calderón y José Madrid Moreno, junto a nueve alumnos (entre ellos un jovencísimo Julián Besteiro), abrieron un sendero histórico por el que transitaron grandes personalidades del arte, la literatura y el ensayo.
“Tanto los escritores de la Generación del 98 como los inmediatamente posteriores -explica Ortega Cantero- se interesaron por la Sierra de Guadarrama y ofrecieron visiones y valoraciones de su paisaje directamente relacionadas con la perspectiva conformada por Giner y la Institución Libre de Enseñanza”. Es el caso de Baroja y su novela Camino de perfección. El inquilino del caserío de Itzea recorrió con Fernando Ossorio, su protagonista, los parajes de Guadarrama, haciendo parada, y muchas veces fonda, en una posada de Colmenar, en el castillo de Manzanares, en sus dehesas, “donde pastaban toros blancos y negros”, en Rascafría, “un pueblo que le resultó muy agradable, con arroyos espumosos que lo cruzaban por todos sitios”, y en la alameda del Paular, “con grandes árboles frondosos de retorcido tronco”. Baroja asumió los postulados de la ILE en pasajes como: “El ideal de su vida era un paisaje intelectual, frío, limpio, puro, siempre cristalino, con una claridad blanca, sin un sol bestial”.
Otro de los escritores que se hizo eco de la naturaleza y del paisaje de Guadarrama fue José Martínez Ruiz “Azorín”. Ortega Cantero considera que “estuvo muy cerca del ideario institucionista y de sus componentes paisajísticos”. Sus escritos relativos al paisaje de Guadarrama incorporan con fidelidad las claves del paisajismo gineriano, incluyendo sus implicaciones históricas, culturales y simbólicas. Dos ejemplos de ello son las imágenes que incluye en la novela Doña Inés (1925), donde se refiere al “panorama de la Sierra” visto desde la calle Segovia de la Canaleja, y en el relato La tierra de Castilla (1920), en el que ofrece, siempre según Cantero, “una visión del paisaje, con la Sierra al fondo, muy cercana a la perspectiva de Giner”.
El catedrático de Geografía Humana destaca también las referencias de Machado, hijo y nieto de institucionistas: “Sus impresiones de la Sierra de Guadarrama están con frecuencia conectadas con la figura de Giner, y dejan ver siempre su ascendente gineriano e institucionista”. En este sentido, no son pocos los versos en los que queda patente esa relación, entre lo que cabe recordar los que integran el poema A don Francisco Giner de los Ríos: “… llevad, amigos,/ su cuerpo a la montaña,/ a los azules montes/ del ancho Guadarrama./ Allí hay barrancos hondos/ de pinos verdes donde el viento canta./ Su corazón repose/ bajo una encina casta,/ en tierra de tomillos, donde juegan/ mariposas doradas.../ Allí el maestro un día/ soñaba un nuevo florecer de España".
Además, el escritor Sevillano evocaba así el paisaje serrano en Camino de Valsaín: "¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,/ la sierra gris y blanca,/ la sierra de mis tardes madrileñas/ que yo veía en el azul pintada?/ Por tus barrancos hondos/ y por tus cumbres agrias,/ mil Guadarramas y mil soles vienen,/ cabalgando conmigo, a tus entrañas". Versos y referencias similares salieron de su genio durante su etapa como profesor de francés en Segovia. “El Guadarrama como algo cósmico aparece también en Baroja, camino de la Laguna de Peñalara”, sentencia Eduardo Martínez de Pisón en Atlas literario de la Tierra (Fórcola).
Ortega Cantero añade más nombres de escritores posteriores a los del 98 que quedaron fascinados por el “ideal” de la Sierra de Guadarrama: “Fue el caso de Enrique de Mesa, con sus logradas imágenes de Peñalara y la Cartuja del Paular, respectivamente incluidas en Andanzas serranas (1910), y en El silencio de la Cartuja (1916): “Allá, en el fondo, la llanura vieja:/ lejos se pierden sus caminos albos;/ verdes jirones, barnecheras pardas;/ pueblos y frondas,/ Y el monasterio de vetusta piedra,/ rincón de paz y de ventura asilo,/ con el andrajo de su torre mocha pasto del fuego.”
[Giner de los Ríos y los krausistas alemanes]
Los ecos paisajísticos de Giner y la ILE se reflejaron también, señala Cantero, en el arte, con los trabajos de Carlos de Haes (Valle en la sierra de Guadarrama) y Jaime Morera (Peñalara). También Joaquín Sorolla con Tormenta sobre Peñalara o Aureliano de Beruete con Los altos de la Fuenfría se dejaron seducir por la luz y la monumentalidad de un enclave que invitaba a construir una idea renovada de nuestro país. En la actualidad, destacan los originales trabajos encuadernados del artista Miguel Ángel Blanco, que dialogaron en 2006 con los paisajes de estos artistas en la exposición Visiones del Guadarrama en la Casa Encendida de Madrid.
Pío Baroja cierra uno de los capítulos de Camino de perfección regalándonos su plena adhesión a los principios de Giner describiendo una presencia imborrable asociada a la cotidianidad de Madrid: “La masa azulada de la sierra se destacó al anochecer y perfiló su contorno, línea valiente y atrevida, detallada en la superficie más clara del cielo”. Algo que Ortega convertiría en una suerte de mística antropológica: "Mira que ahora, en tanto dejo galopar la vista sobre esa línea quebrada de la sierra, se yerguen en mi memoria las imágenes de los hombres cárdenos pintados por el Greco. En estos montes hay, como en las pupilas de aquellos hombres, una voluntad suprema de perdurar sobre toda mudanza".