¡Hola, amigos! ¡Bienvenidos a la versión narrativa de Cuenta 140! Aquí, la creatividad florece en brevedad. Preparaos para desatar vuestra imaginación en menos de 140 caracteres. Esta semana escribimos sobre "las olas". Podéis empezar a mandar microrrelatos. Deberéis escribirlos más abajo, en la sección de comentarios de esta entrada. Aquí podéis consultar las bases del concurso.
Resultado de la última semana del concurso de poemas:
¡Buenos días!
Han estado a punto de ganar los siguientes poemas:
Thurma
En el olvido de las aguas de bronce/en la agonía metálica del sol/brillan azules en el fondo las últimas palabras.
Ese “olvido de las aguas de bronce” -imagen fantástica- puede ser también un olvido del propio lenguaje, porque lo que brillan “al fondo” son “las últimas palabras”. Plasticidad envolvente, versos nítidos y bien recortados, con amplia evocación y honda lejanía.
Ayalgamar
No se queja el espejo de agua muerta/ en el exilio a solas, simulacro de otoño, de la tarde,/ mientras se ahogan las últimas palabras del día.
Ese comienzo conversacional ya marca el tono coloquial del poema, en interesante equilibrio con su vigor metafórico: “espejo de agua muerta”, con ese “simulacro de otoño”, antes de que el lenguaje también teja su propia retirada, con símbolo ahogado.
Entelequio
El sol lleva tiempo escondido / el viento del norte se ha presentado de improviso / nuestros cuerpos siguen paralizados en el borde.
El comienzo con todo casi de cuento va dando paso a imágenes más intensas, aunque sin renunciar a una especie de simbolismo coloquial, antes de esa imagen final con los “cuerpos (…) paralizados en el borde”, como al acecho de la eternidad. Muy bueno.
Pero el ganador es
Anthony
Terca luz que te aferras a las últimas ramas, / a la piel tibia del agua, / deja, te ruego, tu beso de sangre en sus hombros perfectos.
Poema con fluidez musical, en armonía entre el paisaje espacial que se nos propone y la fuerza oral de las imágenes: es hermosa y plácida esa “piel tibia del agua”, con ese cierre grabado sobre la piel, en su “beso de sangre”. Elegancia sensorial, antes de la redondez de esos “hombros perfectos” que gravitan en el poema como planetas sonoros.