Quién lo iba a decir. Una de las novelas más impactantes de la segunda mitad del siglo XX, que más lectores ha convertido en fanáticos seguidores de su autor y una de las más vendidas de la historia, no es Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, ni El viejo y el mar de Ernest Hemingway, ni Lolita de Vladimir Nabokov, ni A sangre fría de Truman Capote… Por mucho que todas ellas sean conocidos, y reconocidos, clásicos modernos.
Ni estas ni otras que podrían figurar junto a ellas han despertado tanto entusiasmo entre lectores de todas las edades, clases, nacionalidades, ideologías y gustos como una "simple" novela de fantasía épica y aventuras: El Señor de los Anillos. Ambiciosa continuación de su cuento para niños El Hobbit (1937), el profesor y filólogo de Oxford, John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), fue perfilando entre los años 1937 y 1949 lo que se convertiría, debido a su extensión, en trilogía.
Los tres volúmenes se publicarían en el Reino Unido y Estados Unidos entre 1954 y 1956. Hoy, se calcula que la venta de ejemplares de El Señor de los Anillos en todo el mundo supera los seiscientos millones, colocando a Tolkien entre los diez autores más vendidos de la historia, por debajo solo de William Shakespeare, Agatha Christie, Georges Simenon y profesionales del best seller como Harold Robbins, Danielle Steel o Barbara Cartland. Pero Tolkien, con casi solo una novela.
Sin embargo, El Señor de los Anillos no fue saludada en su momento como una obra maestra de forma unánime. Aunque tuvo muchos admiradores inmediatos, como el íntimo amigo de Tolkien, medievalista y autor también de fantasía C. S. Lewis o el poeta W. H. Auden, otros no vieron en ella más que una pretenciosa novela adolescente.
El poeta escocés Edwin Muir destacó negativamente unos personajes adultos que parecen no alcanzar nunca la pubertad y la ausencia de caracteres femeninos y relaciones con mujeres mínimamente creíbles. El siempre ácido Edmund Wilson escribió una crítica titulada, simplemente, "¡Oh, esos horribles orcos!". El colega de Tolkien y miembro de Los Inklings, su club de Oxford, Hugo Dyson, es recordado por gritar durante una lectura del manuscrito algo así como: "¡Otro jodido elfo no!".
No faltarían después autores como Michael Moorcock, M. John Harrison o China Miéville, que cuestionaran severamente El Señor de los Anillos, por su visión reaccionaria, conservadora e inmadura de la fantasía heroica. Pero, seamos honestos: da lo mismo. Tolkien los ha vencido a todos, incluso quizás a su pesar.
La gran ironía del éxito de la que, guste o no, es obra imprescindible en la historia de la literatura (y más aún: de la cultura y la sociedad) moderna, es que probablemente Tolkien abominaría de muchos de sus lectores y admiradores.
'El Señor de los Anillos' es un alarde de imaginación, erudición y amor por la fantasía, la aventura y la mitología sin igual
El católico, tradicionalista y erudito profesor de Oxford, partidario de Franco durante la Guerra civil española pese a la insistencia en contra de su colega Lewis, apenas vivió lo suficiente para ver cómo El Señor de los Anillos, su "romance heroico" (no le gustaba llamarlo novela) se convertía en biblia del movimiento hippie y contracultural primero y hoy de eco-ambientalistas, feministas y neopaganos, seguidores de la New Age y la brujería wiccana.
Se le caería la pipa al suelo al comprobar que en lugar de educar a nuevas generaciones de amantes de la literatura medieval inglesa, las sagas nórdicas, la Biblia, el Kalevala y los Mabinogi, a su sombra han surgido libro-juegos, juegos de rol y videojuegos. El sabio conocedor del gaélico, el inglés medio, el galés y el islandés antiguo fliparía en colores con las legiones de fans que saben hablar élfico mejor que sus propios idiomas nativos. Esa es la paradoja de los Anillos.
Por fortuna, siempre nos quedará su novela, con todos los defectos que pueda tener, más allá y más acá de la sobrevalorada adaptación cinematográfica de Peter Jackson: un alarde de imaginación, erudición y amor por la fantasía, la aventura y la mitología sin igual, por encima del bien y del mal, que de forma extraña e inesperada, se ha convertido en un genuino clásico universal.