Canto yo y la montaña baila (2019) dejó claro que Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990) es una escritora buenísima, dotada de sentido del ritmo, plasticidad y personalidad al escoger temas y enfoque. Y Te di ojos y miraste las tinieblas ha venido a confirmarlo, ¡que nadie se alarme!, aunque quizá con un punto menos de ese intangible llamado “estado de gracia” y moviendo alguna pieza cuya alteración invita a hacernos preguntas.
En esta ocasión, Solà nos presenta una saga familiar protagonizada por mujeres en un arco temporal que va desde un pasado indeterminado hasta el presente, atravesando períodos de paz y guerra, matrimonios y deseos, pactos luciferinos, enfermedades y muertes. Como en sus dos novelas anteriores, los materiales remiten al folclore, a ratos de modo explícito, mientras que el fraseo, el ritmo y el estilo (acumulativo, desparramado, excedente, jovial) evidencian una modernidad indudable.
De hecho, aquí el ritmo (he utilizado la palabra tres veces adrede) transubstancia lo telúrico en contemporáneo, sin que la voz narradora convoque otros argumentos. El ritmo es quien porta las ideas. Solà trabaja con una sólida base teórica, pero depura su presencia en un resultado final vitalista y seductor. La novela desborda de escatología, erotismo, enfermedad y cuerpo, una cascada sensorial que se queda apenas unos grados por debajo del enganche que provocaba Canto yo…
A decir verdad, valorar Te di ojos… desde la comparación con el éxito precedente sería una tontería… Pero, aun así, ejem, a todos nos tienta el jueguito, ¿verdad? Entonces, avanti: ¿Qué parecidos o diferencias encontrará el lector? En cuanto a lo primero, el tono-Solà se mantiene, así como esa insólita sensación de fábula amplificada que, en la literatura catalana, solo admite un ligerísimo parentesco con la estupenda Lítica (Males Herbes, 2019), de Lucia Pietrelli, de traducción pendiente al castellano.
En cambio, el relato se vuelve más antropocéntrico; el misterio, más abstracto o ritual; las ambigüedades, más intencionales. El paisaje cede parte de su preeminencia a los espacios interiores del hogar. ¡Ah!, y otra similitud: el texto en catalán nos devuelve intacta la felicidad de leer a una Solà que declara su entusiasmo sensual ya en esa primera página infestada de yuxtaposiciones que convierten la atmósfera en un ser vivo; por fortuna, la traducción al castellano sale airosa, gracias a que Concha Cardeñoso comprende bien a la criatura que se trae entre manos.
Más que un paso adelante o atrás en su trayectoria, esos términos tan esquemáticos, la novela representa una variación controlada del mundo que Solà viene alzando hasta el momento. A quien le guste la autora (¡por ejemplo, a mí!), Te di ojos… le gustará sin duda: como a mí. Solo hay que concederle el derecho a sostenerse con menor intensidad que la casi milagrosa Canto yo…, y a alejarse algo de aquella peculiar disolución de las fronteras entre elementos de la naturaleza, animales, vegetales e incluso minerales...
A quien le guste Solà, una escritora buenísima dotada de ritmo y plasticidad, esta novela le satisfará: como a mí
Esto último me lleva a compartir una duda: ¿Cuánto hay en Solà de lógica disidente respecto de lo que viene llamándose “Antropoceno” y cuánto de neo-folk? ¿Cuánto de García Márquez y cuánto de Donna Haraway, por echar mano de dos iconos fáciles? ¿Cuánto de tradición y cuánto de ruptura? He aquí la incógnita que más me apetecerá resolver en lo sucesivo.