Si ha habido un autor ruso interesante y rompedor en la última mitad del pasado siglo, ese fue el inclasificable Serguéi Dovlátov (1941-1990). Murió con tan solo 48 años tras una existencia conflictiva y agitada, entre amores tempestuosos, alcohol, trabajos de todo tipo (fogonero, tallista de piedra, empleado de piscifactoría…); y el exilio a los Estados Unidos en 1978 tras haber sido más de una vez vapuleado por el aparato de poder de una Unión Soviética a la que no le gustaba que el irreverente autor sacara a la luz la tramoya y la caricatura de tantos absurdos.
Recuperar y poner en valor su obra ha sido uno de los empeños de la editorial Fulgencio Pimentel, que antes de La filial (última novela que llegó a escribir Dovlátov) ya había publicado cuatro de sus anteriores títulos (Retiro, Oficio, La maleta y Los nuestros).
La filial narra un disparatado congreso que tuvo lugar en Los Ángeles en 1981, pero no es solo el logrado retrato de los personajes de variado pelaje que componen la disidencia rusa en tiempos de Ronald Reagan y la perestroika, además contiene la hermosa historia del reencuentro con un viejo amor, de tiempos de estudiantes de universidad de Humanidades, una pasión llena de luces y sombras (celos terribles) que había quedado atrás dos décadas antes.
Dovlátov se hace llamar aquí Dalmátov y es un periodista radiofónico exiliado en Nueva York que trabaja en una emisora (La tercera Ola) establecida en un rascacielos de Manhattan, todo un micromundo tan divertido como caótico. Acude a sus 45 años de enviado especial a ese congreso de California anunciado como un debate en varias jornadas sobre “La nueva Rusia”, una serie de seminarios políticos, religiosos o culturales.
Si la URSS de esos momentos le parece un paisaje de dinosaurios, tampoco escapará a su mirada hiperperceptiva, irónica y ácida, el patético perfil de la mayoría de los expatriados/invitados a las ponencias (científicos, historiadores, politólogos, poetas, donde también se incluye a disidentes checos), su intolerancia, su ansia de privilegios y de poder o la excusa para exhibir o cobrarse viejas vendettas, rencillas y ajustes de cuentas incluso a los puños.
Dice de ellos el autor: “Compartieron felices las estrechas celdas de la prisión. Pero la libertad resultó demasiado ancha para la convivencia”. El periodista desnuda con crudeza los absurdos de la supuesta seriedad y estatura moral de las diversas facciones –sean tradicionalistas, liberales, nacionalistas, eslavófilos…–, pero sabe también radiografiar al propio pueblo americano y sus costumbres, comparar los modelos de libertad de unos y otros o parodiar a las dos grandes potencias de la Guerra Fría.
Teniendo su núcleo en el ingenio y la gracia, la filial alcanza un alto nivel literario
El tono de Dovlátov, chispeante, veloz, coloquial, lleva de la mano al lector por una peripecia que, teniendo su núcleo en el ingenio y la gracia (su cómico estar de vuelta de tantas cosas), alcanza alto nivel literario y hasta poesía en los pasajes en los que se evoca la juventud del protagonista y su intenso romance con Tasia, figura tras la que, en buena parte, se esconde Asia Pekuróvskaya, un primer y atormentado amor del novelista.
Es cierto que el humor es la gran arma afilada de este escritor ruso, pero se puede decir que la capacidad de observación e hiperpercepción de Dovlátov linda con la disección impía de la realidad en su conjunto y de quienes la habitan. Ni siquiera él mismo queda a salvo en mitad del cinismo y del desencanto que alimenta sus sátiras, mientras nos muestra los absurdos y sorpresas por los que la existencia nos encamina, o juega con las palabras, o sentencia con lucidez: “Por regla general, la decadencia es visiblemente más estable que el progreso”.