Tras unos años tumultuosos, los premios Nobel de Literatura parecen encontrar de nuevo su paso. Hacen oídos sordos a la petición del fundador, de premiar libros de carácter idealista, aunque esa condición sigue apareciendo en las descripciones de los mismos. Rompieron con esa regla en los años cincuenta del pasado siglo al galardonar a William Faulkner



Una señal de la calidad del laureado es cuando el Nobel nos coge por sorpresa, como Annie Ernaux el pasado año, y especialmente bienvenidos son los otorgados a escritores del norte de Europa, porque resultan, por lo general, conocidos de nombre, pero poco leídos.

El noruego Jon Fosse (Haugesund, 1959) que acaba de recibir el Nobel de Literatura 2023, no es una excepción. Hace unos diez años parecía un candidato excelente, entonces su obra novelística y dramática conocía el éxito especialmente en Francia y Alemania. Sin embargo, el éxito evadió dos ámbitos culturales importantes, el anglosajón y el hispánico.

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Sus obras teatrales que llegaron a representarse en Gran Bretaña no triunfaron. A pesar de ello, su reputación lo señalaba como un heredero de sus paisanos Henrik Ibsen en teatro, y de Knut Hamsun, Premio Nobel de 1920, en novela. Y la crítica literaria apuntaba a su calidad, semejante a la Samuel Beckett y de Harold Pinter, dramaturgos que intelectualmente desafían al espectador.

Quizás en ese desafío al lector, y me ciño al ámbito español, reside la razón porque la obra del premiado resulte poco conocida. Jon Fosse es un escritor cuyas obras nacen, y el mismo lo ha dicho reiteradamente, de un fondo personal, de una pasión por un asunto que se va agrandando, y al comienzo no cuaja todavía en palabras, puede ir acompañada esa creciente pasión que se le va imponiendo de música, de conversaciones, y entonces cuando ese condensado, que no inspiración, se vierte en la prosa, en un texto, en una novela, lo hace de una manera sorprendente.



Fosse utiliza una puntuación propia, novedosa, que evita el uso del punto, porque prefiere las comas. Quizás aquí reside el quid de su originalidad creativa, el que su literatura se escapa de los rieles, las formas ya establecidas, en busca de un camino propio. Lo que distingue a un gran escritor de uno del montón es que crea su propia marca de género literario.

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El proceso creativo indica ya que se trata de una literatura personal. Los escritores y cineastas nórdicos, y uso a Ingmar Bergam como referencia, buscan respuestas a los dilemas humanos, aislando a sus personajes del ruido y afanes cotidianos, porque buscan ese elemento de nuestro ser que permanece inmutable, si bien desconocido.

En esto Fosse se parece mucho a sus contemporáneos como Knausgård o Jo Nesbø. A pesar de ser un escritor urbano, de Oslo, aunque parece que últimamente pasa parte de su tiempo en Austria, mantiene una fuerte conexión con el mundo natural, trasfondo de sus novelas, donde el hombre se encuentra a sí mismo con mayor facilidad. Resulta curioso que oigamos hablar de la España vaciada en términos negativos, cuando al ser comarcas, zonas, donde reina una enorme paz, resulta más fácil conectar con nuestro adentro.

Va sin decir que Jon Fosse ha recibido infinidad de galardones. En 2022 estuvo a punto de ganar el prestigioso Internacional Booker Price. La corona noruega le mantiene una residencia, pues se le considera, y con razón, un activo nacional importante. Su aporte cultural resulta enorme, comprende un amplio repertorio teatral, numerosas novelas, libros de cuentos, de literatura infantil, de ensayo, de poesía.

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Buena parte su obra está sin traducir, pero gracias una pequeña editorial como De Conatus conocemos por ejemplo la extensa novela Septología, donde ofrece una profundidad de emociones amorosas esenciales, con sus alegrías y contradicciones, experimentadas por los personajes al ahondar en su intimidad. Su simplicidad narrativa recuerda la sencillez de la poesía.

Como siempre, los Nobel permiten olvidar por un tiempo esa fijación en lo nuestro, lo español, la cultura mediatizada por las identidades y el pinganillo, y abre horizontes. Nunca se olvida después cuando entró en nuestra mente un chorro de luz venido de fuera, recuerdo el emanado por la literatura del Este de Europa, de Milan Kundera, de Václav Havel, en los años ochenta.



La presencia de la literatura nórdica, concretamente la noruega, conoció un excelente embajador, el mencionado Karl Ove Knausgård, diez años más joven que Fosse, a quien ahora tenemos el ejemplo de un autor que ha perseguido la excelencia literaria.

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