Hace bien Miquel Martín i Serra (Bagur, 1969) en dejar claro que estos Fragmentos de inexistencia conforman “una” biografía de Tom Sharpe (Londres, 1928-Llafranch, 2013), no solo porque rara vez se escriban biografías definitivas sino porque la que aquí se ofrece es un tanto particular, desde luego nada académica. Se trata para empezar de un encargo en vida realizado por Sharpe, quien impone para ello el título.
Incapacitado este para escribir su autobiografía, por lo doloroso que le suponía sumergirse en determinados episodios de su infancia y adolescencia (especialmente trágica es así la reconstrucción de la vida de su padre, declarado filonazi), la cosa es que en los últimos años sí que la escribió, solo que la dejó sin publicar, con intención de que fuera un tercero quien desmenuzara aquella visión tan íntima de una vida compleja, turbulenta, muy alejada a primera vista del tipo de literatura que le hizo célebre.
Así, el que Sharpe acabara siendo, literariamente hablando, hijo putativo de Evelyn Waugh o P.G. Wodehouse cobra ahora todo el sentido, pues su vida, si me apuran, bien podría ser la de muchos personajes atribulados de estos egregios escritores británicos.
Martín i Serra realiza aquí, entonces, una suerte de vaciado de aquellos textos tan personales que dejó Sharpe bajo su custodia. Es esta por tanto una biografía de corte intimista, o al menos así se percibe, por su capacidad para ahondar en los pensamientos últimos del biografiado y que llevaron al autor de Reunión tumultuosa (1971) a tomar tal o cual extraña decisión vital, por más que sobre la acción del biógrafo sobrevuele también, en ocasiones, cierta sensación elusiva, como temerosa de dejar excesivamente mal parado a Sharpe, que escribe contra sí mismo sin conmiseración.
Así, a la búsqueda de este extraño equilibrio, y a pesar del reconocimiento explícito que se hace de ciertos vicios que arrastraron siempre al personaje, de su buen-mal humor más que cambiante y de su tendencia a la misantropía, lo cierto es que estos Fragmentos de inexistencia se terminan leyendo como una suerte de elegía. Diría incluso que el Sharpe de carne y hueso le gana aquí la batalla al escritor, por más que el texto nos demuestre que no existió uno sin el otro.
Resulta en todo caso significativo saber que Sharpe no nació con una vocación literaria innata, sino que aquella surgió derivada de un empeño más que consciente por encontrar una forma literaria válida a través de la cual escribir algo de valor. Así pasó primero por la poesía, luego por el teatro para llegar a la novela, en un proceso de ensayo-error que lo convirtió en el escritor “profesional” que siempre fue. Así, quizá el mayor acierto de esta biografía resida en las conexiones que establece entre la vida del autor y su obra, dejando ver la tramoya de ciertas escenas y personajes, incluido el célebre Wilt.
El Sharpe de carne y hueso le gana aquí la batalla al escritor, por más que el texto nos demuestre que no existió uno sin el otro
Y sorprende también conocer que Sharpe no fuera tan irónico y mordaz en vida, sino que aquella voz hoy tan reconocible fue surgiendo a medida que fue ganando en confianza con la narrativa. Y sorprende también la cantidad de mujeres que según Sharpe quisieron seducirlo de joven, teniendo sobre todo en cuenta, al menos por las fotos incluidas en esta edición, que el chico no era especialmente llamativo.
El sexo en todo caso fue crucial en su vida. Pero como le ocurre a tantos creadores “profesionales”, una vez alcanzada la fama, una vez el autor se encerró en sí mismo y le pudo el bloqueo, una vez se retiró en la Costa Brava, poca biografía de fuste quedó por contar.