Para Leticia Martín (Buenos Aires, 1975) "al final todos estamos simplemente hablando la lengua que nos hablaron". Lo cuenta a El Cultural, citando a Borges, aunque en realidad esté hablando de Nabokov. Y es que Vladimir, la novela con la que ha ganado el renovado Premio Lumen, bebe directamente del clásico Lolita, pero en clave femenina.
La escritora argentina ha decidido contar la historia al revés, una mujer de mediana edad es ahora la que se aprovecha de un jovencito. Sin embargo, la autora asegura que no tenía ninguna intención de hacer "literatura de educación sentimental para la mujer", sino simplemente aprovechar la riqueza de los géneros literarios.
Tras haber publicado en España, Estrógenos (2016) y Un ruido nuevo (2020), Martín ha conseguido el histórico premio editorial con una "novela polémica sobre los límites del deseo y las relaciones de poder", argumentó el jurado. Aunque para ella, más allá de la controversia, hay una búsqueda de "ver qué pasa con la literatura de las mujeres ahora", ofreciendo una distopía atrevida y perturbadora, de esas que, con el auge del realismo literario, parecen quedar cada vez menos.
['Vladimir', una vuelta de tuerca a la 'Lolita' de Nabokov merecedora del Premio Lumen]
Pregunta: Ha señalado que Vladimir es una relectura o un homenaje al propio Nabokov. ¿Ha añadido esto más presión a la escritura?
Respuesta: Uno siempre quiere ser súper original cuando escribe y a veces cuesta hacerse cargo de que, en verdad, como dice Borges, estamos simplemente hablando la lengua que nos hablaron. Uno va utilizando todo lo que estuvo antes y me parece que escribir es un poco hacerse cargo de eso también. En ese sentido, me puede dar pudor en el aspecto de pensar que no es una idea del todo creativa, del todo mía. Si bien no es réplica exacta a la trama, sino simplemente la novela era un buen puntapié para volver a pensar algunas cuestiones, en relación al género y a la nueva posición de las mujeres en lo social y en todas las posiciones de poder.
P. ¿Piensa que el deseo femenino, incluso el más perverso, sigue siendo un tabú en la sociedad actual?
R. Sí, parece que todo el tiempo tenemos más acceso a las imágenes sexuales o a la pornografía. Alguien decía hace poco que nunca se habló tanto de sexo como ahora, pero no sé qué tanto se vive, se disfruta de verdad. Hay un montón de patologías relacionadas con el fin de la pandemia y con la introversión de las personas debido a su relación con las máquinas y la tecnología, algo que dificulta un poco el acceso entre los cuerpos.
P. Aunque parece que poco a poco, tanto en la literatura como en el cine, se está empezando a hablar no solo del sexo, sino también de la sexualidad femenina.
R. Sí, aunque algo que me resulta significativo es que mis primeras lecturas durante la adolescencia tenían que ver con experiencias sexuales de escritores varones. Llegué de grande a la lectura de Marguerite Duras o Clarice Lispector, autoras muy emblemáticas en su época, pero con un acceso un poco más restringido. En ese momento, la lectura tenía más que ver con Un cuarto propio de Virgina Woolf. Es decir, mujeres buscando su espacio, no tanto las mujeres haciendo uso y abuso de su cuerpo. Por eso resulta divertido imaginar mundos posibles, dar vuelta roles, plantear hipótesis y distopías, y ver qué pasa con la literatura de las mujeres ahora.
«Porque durante muchas décadas se han planteado los temas relevantes para los varones. Si debutaba con una puta, si conseguía una mujer o cómo venció sus miedos. Y todo eso lo hemos leído de la perspectiva del varón, que no está mal para plantear estrategias, pero está bueno leer e identificarse con otras perspectivas también. Yo creo que juego directamente con poner en tensión todo eso y hacer fantasía de todo. Vladimir no es una literatura de educación sentimental para la mujer, sino que directamente se hace cargo de que los géneros literarios están ahí para que hagamos algo con ellos».
P. Escribió el libro durante la pandemia, lo que me imagino fue un incentivo para situarla en un ambiente distópico, pero es algo que también abordó en otra de sus novelas, Estrógenos. ¿Qué le inspira de estos lugares?
R. Por un lado, me pareció un lugar femenino posible, más fuerte, que simplemente escribir sobre la temática del género femenino del romanticismo. Ahí sí hay una búsqueda deliberada de separarme de ese tipo de escritura o de la romantización de escenas. Después, la pandemia se impuso un poco. Empecé a escribir Vladimir antes de ella y terminé todavía en los años de la postpandemia. Sin escribir sobre ella, de algún modo, se cuela en la novela. Había un alimento sobre lo real para imaginar.
P. Al ser un ambiente distópico parece que los instintos primarios están más candentes, ¿le sirve esto a la protagonista para reflexionar sobre su propio instinto sexual?
R. Sí, es una buena relación. Sobrevivir significa conectar con lo más animal, porque son los instintos básicos: comer, respirar, alimentarse, dormir. Y cuando se suspende la cultura, queda eso. Está buena la relación con los instintos, las pasiones y las pulsiones, porque el deseo sexual se satisface casi como un apetito. Y uno encuentra modos para satisfacerlo en la cultura. Pero ¿qué pasa cuando esa realidad se suspende?
P. En la novela está muy presente esa necesidad tan actual de vivir conectados y enchufados a la red. ¿Por qué decidió darle ese espacio?
R. Quizá porque me parecía que servía para construir el verosímil. Hay una relación con los objetos que mantenemos. Me gusta algo que dice Bataille sobre habitar los espacios, que no es lo mismo que vivir. Cuando uno habita los lugares tiene sus rincones favoritos, tiene que ver con habitualidades. Y a mí me parece que si de pronto desaparece la luz eléctrica, como ocurre en la novela, nuestro contacto con una cantidad infinita de elementos materiales deja de existir, nuestra relación con el mundo cambia.
P. ¿Es precisamente esta desconexión de la protagonista lo que le invita a poder actuar libremente, ajena a ese pasado del que huye?
R. Sí, Guinea viene huyendo y esta situación le viene bien, aunque no se imagina que todo va a empeorar. Pero se deshace más rápido que él de esa necesidad de estar conectada. Esto me sirvió para contar la edad, mostrar que ella era bastante más mayor que él. Porque, para Vladimir, todas las relaciones con sus amigos son virtuales y extraña mucho eso. Ambos personajes hablan de un contacto físico diferente. Y esto no lo pretendía mostrar como crítica, sino simplemente como observación de cómo ha ido cambiando el mundo.
P. Ya ha comentado en alguna ocasión el desafío que supuso escribir escenas eróticas y lo mucho que le ayudaron las obras de Marguerite Duras, pero ¿cómo consiguió dotar a toda la novela de un erotismo implícito?
R. Esto fue una cosa que cuidé bastante. Creo que en el erotismo tiene mucho que ver lo no dicho, lo velado. No como la pornografía, que es la visión total de algo en su máxima expresión. En el erotismo, lo que produce deseo es correr ese velo y tratar de ver qué hay detrás.
P. Parece que hay una corriente de escritoras, concretamente latinoamericanas, que ha apostado por tratar ciertos temas en clave de terror o a través del realismo mágico, como Mariana Enriquez o Camila Sosa. ¿Cree que es una forma de acercarlos a un público más amplio?
R. Los géneros literarios nos ayudan a enriquecernos. Creo que ha habido un abuso de la búsqueda del realismo, de los géneros realistas y de desromantizar todo; quizá producto de las redes sociales donde todos contamos nuestra vida en primera persona. Una cosa fatal que nos está pasando como sociedad, más allá de la literatura, es que no hay utopías. Somos una sociedad sin utopías donde nadie nos plantea ni la sociedad sin clase, ni la extinción del hambre. La ficción tiene una función, la capacidad de imaginar, y creo que ahí está toda la riqueza de la literatura. Y para mí, el resurgir de géneros como el fantasmagórico, el fantástico o la ciencia ficción es sano y es productivo.