La terrible dictadura del sanguinario general Jorge Videla y secuaces ha despertado literariamente más atención, que yo sepa, que el periodo anterior en que Argentina alcanzó momentos de máxima tensión bajo regímenes democráticos. A estos años convulsos dedica Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) Nosotros dos en la tormenta.
La trama se centra en el año 1975, vísperas de la militarada de 1976, tiempo de gran actividad revolucionaria en que las organizaciones armadas tuvieron considerable fuerza, multiplicaron su activismo y hasta ensoñaron alcanzar la sociedad comunista.
Ese movimiento armado y su repercusión constituyen el eje de la novela y se muestran con atento detallismo documental. El relato pertenece, por tanto, a la categoría de la novela histórica, incluso en su concepción renacentista de servir de lección provechosa para el futuro.
La guerrilla urbana en sí misma y su sostén ideológico ocupan buen parte de Nosotros dos en la tormenta, pero Eduardo Sacheri no les dedica atención excluyente. Lo más original de la obra radica en enfocar el asunto desde la vertiente humana y aplicar esta perspectiva a los revolucionarios y a las víctimas, abarcando a los allegados de ambos.
[La novela póstuma de Gabriel García Márquez, 'En agosto nos vemos', ya tiene fecha de publicación]
A flote se saca la intimidad de todos ellos en la que se enhebran desde el fanatismo hasta las dudas y estragos mentales. A este fin, se recrea, no sin finos matices psicológicos, la personalidad de la media docena de miembros, varios mujeres, de dos grupos terroristas.
Junto a ello, se presentan los quebrantos de las víctimas directas de sus acciones: así, un empresario a quien expolian secuestrando a su hijo y un profesor de arqueología, víctima del radicalismo político juvenil. A estas anécdotas específicas se suma alguna otra menor –la de un pundonoroso policía– y todo ello produce el efecto de una narración compuesta por un mosaico de microhistorias algo autónomas, aunque imbricadas en la estampa colectiva.
Refuerza esta impresión el que Nosotros dos en la tormenta pivote sobre el eje anecdótico constituido por la fraternidad de dos activistas veinteañeros, Antonio y Ernesto, que militan en sendas organizaciones enfrentadas, los Montoneros y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Cuando pueden, estos vecinos del mismo barrio bonaerense y amigos desde niños, hacen un hueco en el trabajo en su comando y pasan gustosas e inacabables noches de charla, cigarros y cerveza.
Este emotivo canto a la hermandad parece dar pie al título de la novela hasta que ya cerca del final se especifica que son otros dos personajes quienes andan presos en la “tormenta” de aquel periodo.
Se trata de uno de los amigos y de su progenitor. El amor filial del hijo y el temor del padre, distante de las ideas del joven, por lo que pueda ocurrirle a este añade la historia capital y emocionalmente contundente al repertorio de minihistorias de un tiempo doloroso.
No tiene la novela un aspecto formal complejo, aunque cuente con una estructura nada simple. En parte, practica la descripción objetivista, apropiada para la acción subversiva, en la que no faltan logrados pasajes de violencia y que hace hincapié en la retórica argumental izquierdista. Estos bloques se compaginan con ágiles y breves monólogos de los personajes. Cada uno de estos da su particular punto de vista. Resulta así una narración coral cuyo perspectivismo deja en manos del lector evaluar el cúmulo de sucesos.
Corre con ello el novelista argentino el grave peligro de parecer neutral ante víctimas y victimarios. Pero no es un riesgo gratuito en absoluto, sino completamente coherente con el propósito de mostrar la complejidad de lo humano, desde los sentimientos hasta la ideología.