La biografía intelectual de Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C) se podría describir como un pendular entre la esfera pública y la soledad del gabinete, entre la alteración de la vida activa del prohombre (el abogado, el senador, el cónsul) y el fructífero ensimismamiento del literato. Cuando la política de Roma le expelía, Cicerón volvía a sus lecturas. Expulso, a veces incluso amenazado, él retornaba a su trabajo solitario con la lengua latina, que tanta gloria le ha reportado.
A los disgustos que le dio la última Roma republicana a Marco Tulio debemos la existencia de un buen número de diálogos, cartas y ensayos. Sobre los deberes, del año 44 a. C, es quizá la obra maestra de Cicerón. Es lo penúltimo que alumbró, antes de que los esbirros de su rival Marco Antonio le cortaran la cabeza y las manos. Se trata, pues, del ultimísimo tiempo de reflexión que le concedió su nación.
Hoy contamos con una nueva y estupenda versión castellana de Sobre los deberes a cargo de Esperanza Torrego Salcedo, en Alianza. Se trata de una buena ocasión para lanzarse a esas páginas, que han sido admiradas, sin interrupción, en el curso de una larga posteridad. En la Roma imperial, en la Patrística, en el Medioevo, en el Humanismo, en la Ilustración, hasta el Romanticismo, esta obra se ha celebrado.
Es posible que Sobre los deberes hoy haya quedado un poco disminuido, injustamente olvidado, en el campo de la filosofía; es una sensación personal. En todo caso, el lector de Sobre los deberes apreciará pronto que se trata de una aguda meditación sobre la vida práctica. En el arranque comprobamos que las líneas van dirigidas al hijo de Cicerón, el joven Marco, que se halla estudiando no se sabe si con mucho aprovechamiento. El tema es, o al menos parece, inmortal: ¿cómo conducirse rectamente en la vida?
“Aunque son muchos los temas serios y útiles que han debatido los filósofos con detenimiento y detalle, me parece que los que abarcan más extensión son las enseñanzas que se nos han transmitido sobre los deberes”, afirma Cicerón (página 53).
De aquí, claro, el título: en latín, De Officiis. Tres son sus partes. El Libro I versa sobre la sabiduría, la justicia, la valentía y la templanza. Estas son las cuatro virtudes cardinales de los clásicos. Es la esencia del libro. Justo al contrario que el divino Platón, Cicerón apenas concede espacio a la sabiduría (la virtud filosófica por excelencia) y se centra en las otras tres, más concretas, más pragmáticas.
A propósito de la templanza hablará de una de sus preocupaciones personales: la justeza y el decoro en la oratoria. Cicerón escribió varios tratados sobre retórica, arte o técnica persuasiva que reivindicó como algo capital en la auténtica vida ciudadana y que, además, practicó con éxito, como él mismo recuerda en Sobre los deberes. Contra lo que pueda parecer, Sobre los deberes es un acercamiento muy personal a la ética. La importancia de la oratoria es un caso ilustrativo, pero hay muchos.
Utilidad social y iusnaturalismo
El Libro II versa sobre virtudes externas, que él llama útiles, como la benevolencia, la buena fama, la gloria o la generosidad, y sus efectos. El tercer y último libro parece sobre todo centrado en una idea: la primera ristra de virtudes, que él llama honestas, no entra en conflicto con las útiles. Es decir, por ejemplo, no se alcanza la gloria o se practica la generosidad sin justicia.
Además, en el Libro III incluye algunas consideraciones sobre la ley natural o iusnaturalismo: más allá de las normas de los estados, las normas de convivencia más fundamentales están como inscritas en el corazón de todo humano. Esta suerte de ley natural de alcance universal aparece, a propósito de Cicerón, en cualquier historia de filosofía del derecho. Mucho antes de Sobre los deberes, Cicerón hablaba de esto en Las Leyes o Sobre la República.
En suma, Sobre los deberes es un compendio de muchas ideas centrales del de Arpino. A la oratoria y al iusnaturalismo se podrían añadir algunas de sus opiniones sobre el pasado de Roma (episodios de las guerras contra Cartago, comentarios sobre Catón, defensor de la agricultura, o referencias a los dispendiosos reformistas hermanos Gracos), o bien disertaciones sobre temas por él queridos. Aquí se habla sobre la amistad, la sociabilidad o la vejez… Cada tanto, uno se topa en este libro referencias que le recuerdan a otras partes de la obra y las memorias de Cicerón.
Sin oscuridades
Sobre los deberes es un excelente compendio de la filosofía del autor, que explica bien sus intereses y sus querencias, alejadas siempre de cuestiones muy abstrusas. De hecho, Cicerón recomienda a su hijo huir de tales asuntos (p. 60). Muchas de las consideraciones no sistemáticas, sino digresivas, que dirige a su vástago hacen de la lectura algo realmente ameno. A veces, uno se ríe de las cosas que dice Marco Tulio a su hijo. Cuando habla, en el Libro II, sobre el renombre del que gozan algunos, expone diferentes causas: considera las posibilidades y escribe “o bien porque lo haya recibido de su padre, como creo que te pasa a ti” (p. 160).
La lista de trabajos filosóficos de primer nivel que han emulado Sobre los deberes no es breve. Voy a acordarme de un clásico que tuvo muy en cuenta la última obra filosófica de Cicerón, aunque para llevarle la contraria: me refiero al célebre El príncipe, del renacentista Maquiavelo, que data de 1513. Cicerón y Maquiavelo escriben para los políticos en activo. Cicerón sostiene que es mucho mejor, en todos los sentidos, ganarse el amor de los demás, antes que el miedo, y que es mejor, también en todos los sentidos, ser dadivoso que tacaño y cutre; Cicerón ve como una indignidad el comportarse con la astucia mentirosa de la zorra y con la fuerza brutal de un león. “Las dos cosas son completamente ajenas al género humano, pero el engaño merece una repulsa mayor” (p. 75).
Según hemos visto, en Sobre los deberes lo bueno y lo conveniente son dos principios convergentes. Pues bien, en su obra Maquiavelo lleva la contraria a Cicerón en todo esto, punto por punto. Pero a pesar del antagonismo doctrinal, Sobre los deberes y El príncipe comparten un estilo cristalino y ameno. En ambas obras encontramos las reflexiones y consejos de un político al que han retirado contra su voluntad, pero que ha logrado el solaz en la calma del ocio del gabinete, debatiendo con los muertos de la biblioteca y ponderando los aciertos y los errores de la pasada experiencia.