Calificada en estas mismas páginas como “firme promesa” de la escena, la poeta, guionista y directora escénica Carla Nyman (Palma, 1996) debuta como novelista con una ópera prima brutal sobre una mujer que, con la ayuda de su madre, mata a su novio tras descubrir que le era infiel.
Sin embargo, lo que podría ser una novela negra convencional se convierte, gracias a Nyman, en un monólogo enloquecido, con ráfagas de humor y de poesía inesperada, a lo Almodóvar. Porque las asesinas huyen con el muerto a la playa de La Garrotxa, lo sientan en una silla de ruedas y le llevan a tomar el sol, de copas a los chiringuitos e incluso al cine, sin que a nadie le sorprenda el color blanquecino-turista que gasta el fiambre.
[El campo de batalla de la nueva dramaturgia]
Por si fuera poco, la joven llama todos los días, de manera incansable, al contestador automático de un juez para confesar el crimen y desvelar detalles insospechados de su relación con el muerto, con su madre, con el padre ausente, con su cuerpo... Enloquecida y feliz, la protagonista recuerda a algunos de los personajes no solo de Almodóvar sino del Palahniuk más trasgresor y juguetón.