La excepcionalidad de la fecha que hoy celebramos obedece a los 100 años que cumple Ida Vitale, hito de suficiente entidad. En cambio, no es menos reseñable que tengamos que remontarnos hasta 1949 para datar la fecha de publicación de su primer poemario, La luz de esta memoria. Qué duda cabe: se trata de una efeméride menos redonda —74 años— pero basta para constatar, en el ocaso de su existencia, que la poeta uruguaya ha entregado su vida a la creación poética.

Lo cierto es que en España fue más bien desatendida hasta la última década, si bien los reconocimientos crecieron (en cantidad y en prestigio) a un ritmo frenético, al tiempo que proliferaban los títulos en sellos de nuestro país. En 2019, el Premio Cervantes coronó la escalada. El jurado ponderó "su lenguaje, uno de los más destacados y reconocidos de la poesía moderna en español, que es al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y hondo". Se acababa de convertir en la quinta mujer ungida con tan célebre distinción. 

Nacida el 2 de noviembre en Montevideo (Uruguay), la poeta, traductora, ensayista, profesora y crítica literaria se licenció en Humanidades y ejerció como docente. Colaboró en revistas como Marcha y entre 1962 y 1964 dirigió la página literaria del diario Época. Fue, también, codirectora de la revista Clinamen y participó en la dirección de la revista Maldoror. Su peripecia vital está irremisiblemente conectada a su obra poética, por lo que deconstruiremos a Vitale desde estos dos ángulos.

Descendencia italiana

Su familia, de origen italiano, cultivada y cosmopolita, nutrió con lecturas la infancia de Vitale. Cada día llegaban a su casa al menos cuatro periódicos que albergaban páginas culturales en su interior. Además, la biblioteca estaba repleta de libros en italiano y en francés, lo que explica su posterior oficio como traductora. A lo largo de su trayectoria, vertió al castellano algunas obras, muchas de ellas para el sello editorial Fondo de Cultura Económica, de autores como Simone de Beauvoir, Benjamin Péret o Luigi Pirandello

Lectora de prosa

En la inauguración, este mismo año, del festival cordobés Cosmopoética, uno de los eventos más prestigiosos de la poesía a nivel mundial, Vitale deslizó que “quizá la poesía sea menos necesaria que la prosa”. “La gente lee mucha más prosa que poesía y es por algo: a todos nos gusta que nos cuenten cosas”, añadiría. No en vano, la escritora desveló en una entrevista con El Cultural que los primeros libros que cayeron en sus manos fueron La isla del tesoro, alguna novela de Dickens, varias de Julio Verne y, sobre todo, Guerra y paz. De cuando en cuando, incluso relee Alicia en el país de las maravillas.

Pero “hablando de poesía, un poema de [Gabriela] Mistral fue mi primera incomprensión, hasta que muy releído, lo entendí", recordó. Se trataba de “Cima”, lectura que incorporó a los poemas de Rubén Darío. "Y entonces ya fui consciente de la poesía”, dijo. Antonio Machado fue su "primer amor", aunque fue Juan Ramón Jiménez quien influyó en su persistencia de corregir constantemente los poemas que escribía. Uno de los lemas que ha marcado su creación ha sido este: “Escribe, guárdalo en un cajón y, cuando vuelvas a ello, comienza a tachar”.

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En su juventud también devoraba libros de historia, descubrió a dos poetas uruguayas de entresiglos, Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira, con quienes sintió verdadera afinidad, y tuvo como maestro a José Bergamín, que le dio clases en Montevideo. En cuanto a los territorios literarios que fluctúan entre la narrativa y la poesía, llegó a decir de Borges que era “el escritor más importante de América”. Cervantes, por su parte, fue protagonista de uno de sus ensayos, Cervantes en nuestro tiempo, publicado en 1947.

El amor y la Generación del 45

Ida Vitale compartió camaradería con poetas uruguayos de la talla de Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti o Idea Vilariño, quienes fueron incluidos en la Generación del 45. Aunque la poeta siempre se mostró reacia a las etiquetas o corrientes y exhibió su actitud contestataria, así como una voluntad de desmarcarse del institucionalismo, se casó en 1950 con uno de los miembros del movimiento, el poeta y crítico literario Ángel Rama, con quien tendría dos hijos: Amparo, en 1951, y Claudio, en 1954.

Poco antes de la dictadura en su país, que se prolongó desde 1973 hasta 1985, se divorció de Rama y se casó con Enrique Fierro, también poeta y crítico literario.

Exilio

Acompañada de su nuevo esposo, se exilió en México desde 1974 hasta 1984, año en que regresó a Uruguay. “No me sentí perseguida directamente, era más bien un clima general”, dijo en la Residencia de Estudiantes de Madrid en un encuentro del año 2017. Durante este lapso, coincide con Gabriel García Márquez, con Julio Cortázar y conoce al poeta Octavio Paz, que media para que comience a colaborar en la revista Vuelta. Participa, también, en la inolvidable Uno más uno, y empieza a cultivar el ensayo y la crítica en periódicos.

Una imagen contenida en el libro de memorias 'Shakespeare Palace. Mosaicos de mi vida en México'

En Shakespeare Palace. Mosaicos de mi vida en México (1974-1984), unas memorias que Lumen publicó en 2019, recoge su experiencia en el país azteca. Shakespeare Palace sería el nombre sarcástico que la pareja atribuye a su primer hogar en la capital. Tras una década, “dejamos México cuando acá volvía la democracia y creíamos que era nuestra obligación volver”, escribe. Solo dos años después, volvió a emigrar a Estados Unidos. Se instala en Austin (Texas) junto a Fierro, que murió 30 años más tarde, y solo esporádicamente viaja a Montevideo. Regresaría entonces a su ciudad, donde reside actualmente.

Coordenadas poéticas

La luz de esta memoria, la citada obra con la que debutó en 1949, se escribió con una pequeña máquina de imprenta del tipo minerva que tenía un amigo suyo. Sacó una tirada de siete ejemplares. Desde entonces, ha publicado más de una veintena de poemarios en los que sobresale su inclinación a lo simbólico, recurso que se adscribe al esencialismo poético, que se basa en la palabra precisa, la expresión sencilla y la recreación de momentos cotidianos. 

Los elementos de la naturaleza también se tornarían una presencia constante: los árboles y los pájaros son muy recurrentes en su imaginario y representan la idea de elevación, en consonancia con las vanguardias latinoamericanas de las que tanto bebió. La intimidad, el misterio y la metáfora son coordenadas imprescindibles en su propuesta poética, si bien en esa bruma un tanto mística refulge la claridad de su verso certero, felizmente espontáneo, fresco, contenido…

Ida Vitale recoge el Premio Cervantes en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares en 2019

Sin embargo, “me gustaba que al leer hubiera fronteras que traspasar, cosas que no entendía y hacían de ese mundo nuevo algo apetecible, apropiable. Para mí, la claridad, tan mencionada y tan exigida por muchos, es un peligro. Creo que debe haber siempre zonas oscuras, difusas, que exijan más”, dijo en las Conversaciones Literarias de Formentor en 2019.

El compromiso con el lenguaje también es innegociable: “A ti, alfabeto, gracias te sean dadas”, reza uno de sus versos. Lo mismo que la música, que se cuela en sus poemas —“Solo abrirte a la música te salva”—, pero también en la propia cadencia que presentan: “Juega a acertar las sílabas precisas / que suenen como notas, como gloria”.  Y, por último, “lucho contra el tiempo”, dijo en El Cultural. La idea de la finitud atraviesa su obra, le obsesiona, pero también es muy consciente del momento en que vive: “Especialmente a cierta edad, la vida es sobre todo no entender. Hay quienes abandonan y hay quienes insisten", añadió en la entrevista.

Entre sus libros, destacan Trema (2005) y Mella y criba (2010), ambos publicados en Pre-Textos, Cada uno en su noche (1960) o Procura de lo imposible (1988).

En los márgenes de la poesía

Además de su desempeño como poeta, como docente y como traductora, Vitale dedicó grandes esfuerzos al ensayo y la crítica literaria. Suyos son los títulos Léxico de afinidades (1994), De plantas y animales: acercamientos literarios (2003) o Donde vuela el camaleón (1996; Lumen, 2023). Este último contiene “27 capítulos de variada extensión, aunque todos dentro de una común brevedad. Algunos son auténticos poemas en prosa; otros, más narrativos, contienen alguna historia, fábula o alegoría, normalmente en torno a una pequeña anécdota o concepto, que encierra un fondo moral”, cuenta Ascensión Rivas en las páginas de la revista.

Reconocimientos

Solo muy tardíamente, Ida Vitale empezó a recibir reconocimientos. En 2010 fue nombrada doctora honoris causa por la Universidad de la República en Montevideo. En 2015 recibe el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2016 el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, en 2017 el Premio Max Jacob, en 2018 la Feria Internacional del Libro de Guadalajara le otorga el Premio FIL de la Literatura en Lenguas Romances y ese mismo año le comunican que es merecedora del Premio Cervantes. “Los españoles siguen igual de locos que en la época de la conquista”, dijo al descolgar el teléfono.