Andrés Bello es un personaje fascinante. Nacido en Caracas en 1781, fue uno de los más destacados intelectuales hispanoamericanos del siglo XIX y uno de los próceres de la patria venezolana. Maestro de Simón Bolívar, humanista, filósofo, jurista, poeta, filólogo, traductor, político y diplomático, Bello plantó la semilla del panhispanismo lingüístico al asentar en el prólogo a su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos “los fundamentos de unidad y diversidad del español” y “la necesidad de la interpretación policéntrica de los fenómenos” relacionados con el uso de nuestra lengua común.
Así lo explica su compatriota Francisco Javier Pérez, miembro y expresidente de la Academia Venezolana de la Lengua y actual secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), en su libro Por una democracia de la lengua. El título de este ensayo de más de 400 páginas, editado por la Fundación San Millán de la Cogolla y con prólogo del exdirector de la RAE José Manuel Blecua, alude a lo que su autor considera el fin último de la filosofía, la teoría y la praxis del panhispanismo lingüístico.
Título: Por una democracia de la lengua. Escritores, filólogos y academias frente al panhispanismo lingüístico
Autor: Francisco Javier Pérez
Editorial: Fundación San Millán de la Cogolla
Pérez, lexicógrafo e historiador de la lingüística, realiza en su libro una crónica histórica del panhispanismo, analiza su presente y vislumbra su futuro. Después de un primer capítulo dedicado a Andrés Bello y su “filología de la libertad”, Pérez aborda la figura de Rubén Darío, que propuso “similar liberación al crear un nuevo código poético poético que no conocía la lengua desde los tiempos de Góngora”.
Por tanto, si Bello inicia el panhispanismo desde un punto de vista filosófico y filológico, el autor de Cantos de vida y esperanza es quien encarna mejor que nadie el fenómeno en su dimensión literaria. De él dijo Juan Ramón Jiménez que era “el mejor poeta de España”, aunque fuera nicaragüense. Y afirma Pérez: “Con Darío y gracias a él, han quedado desdibujadas las incomprensibles fronteras en que los nacionalismos mezquinos han querido encerrarnos a los que hablamos español. Con Darío ha llegado tanto el tiempo de nuestra América (tan bien fraseada en letra y sangre por José Martí), como el tiempo de nuestra España (esa tan sufrida y tan querida por esos dos españoles en el corazón, de nombres Pablo Neruda y César Vallejo)”.
Continúa el autor de Por una democracia de la lengua glosando la figura de José Enrique Rodó, escritor y político uruguayo cuyo libro Ariel (1900) inició y dio nombre al arielismo, corriente que, frente al excesivo influjo del utilitarismo anglosajón sobre Hispanoamérica, defendía los valores de la cultura grecolatina heredados de España. En su opinión, y en línea con Rubén Darío, Rodó consideraba que la “nordomanía” de los países hispanos no era “la derrota de un país, sino de una cultura toda”.
Para Rodó, “el sentimiento del pasado original, el sentimiento de la raza y de la filiación histórica, nunca se representarían mejor para la América de habla castellana que en la figura de Cervantes”, escribió en su ensayo “La filosofía del Quijote y el descubrimiento de América”, que compiló en El camino de Paros (1919). Y apostilla Pérez: “La lengua española será para el sabio uruguayo la gran vencedora en una contienda librada contra la inmensidad geográfica, el distanciamiento físico, el divorcio mental, las injerencias raciales, las imposiciones ideológicas, los sueños imperiales, los nacionalismos desquiciados, la merma de libertades, los complejos locales, las miserias económicas y las explotaciones humanas, entre muchos otros dramas de nuestra realidad”.
Españolismo vs americanismo
A continuación, Francisco Javier Pérez reconstruye la histórica polémica sobre españolismo y americanismo protagonizada por el filólogo y crítico literario español Julio Casares y el escritor modernista venezolano Rufino Blanco Fombona, que rechazó ser considerado como escritor español, y tampoco se reconocía como escritor venezolano. “No quisiera que me llamasen nunca escritor de Venezuela, sino escritor de América. Yo no escribo para los cuatro gatos de mi país. Escribo para sesenta millones de americo-latinos y veinticuatro millones de españoles”.
Tras varios intercambios de pareceres por medio de artículos, Carares escribe: “No soy de los que pretenden ‘estrechar lazos’, ni me parece decoroso el papel de la madre empobrecida que mendiga frases de amor filial. Seamos nosotros cada vez más españoles, y ellos cada vez más americanos; honremos nosotros a los conquistadores del Nuevo Mundo, y honren ellos a los héroes de su independencia. Antes vendrán por este camino la mutua estimación y el afecto que por el de los brindis y discursos, llenos de confraternidad retórica”.
Otra de las figuras notables del panhispanismo que destaca Pérez en su libro es la de Ángel Rosenblat, “inclemente fustigador de todo lo que sonara a purismo lingüístico”, padre de la filología moderna en Venezuela y autor de importantes trabajos de estudio del español de américa.
Pérez también recoge en su libro cómo los términos “español” y “castellano” para referirse a nuestra lengua común han sido utilizados con fines ideológicos a lo largo de la historia. Durante los procesos de independencia de las colonias españolas en América, el purismo lingüístico era una manera de manifestar el apoyo a la metrópoli, el uso de “castellano” en vez de “español” era un símbolo de resistencia.
Mientras que durante mucho tiempo “se pretendía regir la verdad del idioma y sus usos, principalmente desde España, basados en razones de prestigio histórico y no en la verdad del uso”, hoy, “felizmente”, las academias de la lengua “quieren integrarse a los mayores esfuerzos descriptivos y dejar las viejas prácticas de sanción”.
Cinco modos y cuatro verdades
En los últimos capítulos del libro, Pérez define los cinco modos de entender el panhispanismo (filosófico, ideológico, teórico, científico y administrativo) y resume los 70 años de historia de la ASALE, sus publicaciones y su papel fundamental a la hora de divulgar el panhispanismo, que desde un punto de vista lexicográfico tiene como meta “elaborar cada vez mejores diccionarios y que ellos recojan sin trabas selectivas […] y que describan sin miramientos hegemónicos la hermosa lengua que hacemos todos los días”.
Por último, merece la pena destacar la visión que Pérez aporta al panhispanismo en tanto que “democracia de la lengua”, propósito que da título a su libro. Según el autor, el panhispanismo “no es resultado de un acuerdo de gabinete, sino la simple y llana valoración de los caracteres históricos de una lengua que nace diversa y que se desarrolla diversa sin dejar de ser unitaria”. Y, en virtud del esforzado repaso histórico que el secretario general de ASALE realiza en este libro, puede afirmar con rotundidad que el hispanismo no es una cosa de ahora, como según él quieren hacer creer algunos debido a “los intereses politiqueros de algunos académicos españoles y americanos del presente”.
Hacia el final de su obra, el autor sintetiza cuatro “verdades sobre el panhispanismo de la lengua”: 1) que lo panhispánico es una condición de la lengua y no una construcción teórica; 2) que lo panhispánico está conducido por la aceptación de las diferencias lingüísticas; 3) que lo panhispánico contribuye con la unidad de la lengua; y 4) que lo panhispánico es la mayor fuerza democrática de la lengua.
Los beneficios de la democracia de la lengua, según Pérez, se dejan sentir en ocho ámbitos. Algunos de ellos son “el destierro de cualquier método que suponga imposiciones de índole casticista o purista”, “la necesidad de comprender que la descripción lingüística debe ser lo más aséptica posible y ajena a toda forma de tutelas, autoritarismos, nacionalismos y hegemonías contrarias a la ciencia del lenguaje” o “la modernización de las instituciones académicas y científicas ocupadas de la lengua española”. También “la fragua de una filología más cercana a los hablantes y menos solazada en las peripecias de una ciencia que busca la cripticidad y no la diafanidad”.
Y concluye el historiador de la lengua: “Llegará ese tiempo, que hoy todavía sigue siendo un sueño, en donde ya no necesitemos hablar de panhispanismo, pues el hispanismo, a secas, será el mayor logro de todos”.