'Yo que fui un perro', el autorretrato de un manipulador celoso según Antonio Soler
El protagonista de su nueva novela es obsesivo, violento y se siente víctima de una confabulación universal que identifica, sobre todo, en su novia.
22 noviembre, 2023 02:23La quincena de novelas que ha publicado Antonio Soler (Málaga, 1956) revela una notable variedad de asuntos y registros. En ellas entran lo público y lo privado, el testimonio histórico cargado de denuncia y la exploración individual. Estas inquietudes que a veces conviven en una misma obra las ciñe en Yo que fui un perro a una sola, el relato intimista.
Esta novela de personaje cuenta la historia de un joven de 19 años, estudiante de medicina, Carlos, quien anota en un diario sin fechas su sesgada visión de la realidad. Aunque pueda tener un valor documental al reflejar un comportamiento característico de épocas anteriores a la actual exigencia de la llamada nueva masculinidad –en todo caso, un tiempo reciente, hacia 1990, en que aún se paga en pesetas–, el foco se pone en la personalidad del chico.
Quizás un psicoterapeuta, pues el mozo necesita tratamiento urgente, nos definiría su carácter con el término científico exacto, pero, dicho para andar por casa, se trata de un mal bicho, un manipulador que quiere que el mundo se ahorme según sus creencias y pensamiento, obsesivo y violento; un amargado que se siente víctima de una confabulación universal que identifica en familiares, amigos, compañeros… y, sobre todo, en la sufrida novia, Yolanda.
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El diario se atiene a la constatación de un día a día repetitivo, salvo alguna variación: despertar, clases en la universidad, conversaciones con allegados o conocidos, riego de las aspidistras de la terraza, comida en casa, lecciones particulares a una niña, estudio en la biblioteca, obsesiva vigilancia del edificio frontero donde vive Yolanda y citas a diversas horas con ella. Ni siquiera la relación tormentosa con la novia, eje anecdótico de la novela, supone novedad alguna: la rutina aquí consiste en el vaivén de declaraciones de amor alternadas con broncas, eso sí, en una deriva general perniciosa.
Aun a riesgo de resultar un poco cansino, algo que no ocurre porque esa mente retorcida atrapa desde el mismo comienzo de la confesión, conviene que el diario centuplique situaciones semejantes para evidenciar la sustancia del personaje. Dos notas la definen. Los celos rabiosos marcan la relación con Yolanda. Un sentimiento de superioridad afecta a todo aquel a quien trata; de nadie da una sola opinión positiva. Para mantener, sin embargo, un mínimo de tensión narrativa sí que hay un cierto progreso hacia un previsible desastre final que se manifiesta mediante un acertado recurso formal.
Sin apenas artificios formales y con una prosa sencilla, Antonio Soler hace un relato algo moralista muy duro
La historia de un manipulador que se considera una víctima y cree que la vida es una constante agresión contra él desemboca en una irreversible frustración. Lo evidencia el último apunte del diario: junio se acaba y “después del verano volverán los días oscuros”. Así se remata el retrato de un sociópata que, aunque a sí mismo se llame perro, no quiere ser el perrito faldero de Yolanda, ni de nadie, porque no acepta nada que le parezca imposición de los demás.
Sin apenas artificios formales y con una prosa sencilla parca en oraciones subordinadas muy adecuada para captar la interioridad de Carlos, Antonio Soler hace un relato algo moralista muy duro, próximo a la amarga y destructiva visión del mundo del Baroja de El árbol de la ciencia, la novela con la que se identifica el protagonista.