El nombre de Pilar Quintana (Cali, Colombia, 1972) empezó a sonar con fuerza entre los lectores españoles en 2021, con motivo del Premio Alfaguara a su novela Los abismos. Sin embargo, la escritora y editora cuenta con un bagaje de cinco novelas y un libro de cuentos y su obra más importante es La perra, cuya travesía en nuestro país ha sido singular. Publicada originalmente en Colombia, en 2018, fue finalista del Premio Nacional de Novela, del National Book Award y traducida a quince lenguas hasta llegar a Literatura Random House —ahora solo Random House— en 2019. Pasó desapercibida por la pandemia y cuatro años después ha sido integrada en Alfaguara, sello del mismo grupo.

Situada en una región abandonada del Pacífico, La perra es una historia lineal donde se suceden desapariciones y muertes accidentales, envenenamientos, donde la violencia, soterrada, se cuece lentamente, se respira… Pero las grandes tramas de esta novela acontecen en el interior de su protagonista, Damaris, cuya personalidad estalla en el vacío, la frustración, una infelicidad endémica e irreversible. Los perros mueren al tiempo que la esperanza de Damaris de quedarse encinta se vuelve cada vez más agonizante. El sexo pasa a ser una obligación derivada de la ansiedad por ser madre, de la frustración por no serlo.

En consonancia con la historia personal de la protagonista, la atmósfera tampoco es amable. Con un lenguaje crudo y directo, Quintana describe “un lugar muy feo donde habían cortado los árboles para que pasaran los cables de la luz”. “Niños mocosos y desnudos jugando entre la basura” y “brisa con olor a hierro oxidado” son algunos otros apuntes de un relato pletórico de imágenes potentes como la camada entera de perros tirados al mar para que se los llevara la marea. Los acantilados no son los únicos abismos por los que despeñarse en aquella región hostil, selvática. Tampoco hay salvación metros adentro. Hablamos con la autora.

[Pilar Quintana gana el Premio Alfaguara con la novela 'Los abismos']

Pregunta. En un momento de esta historia, la pareja protagonista explica que no pueden concebir un hijo por culpa de ella. ¿Este tipo de signos machistas siguen ocurriendo en esta región?

Respuesta. Siguen existiendo, y diría que no solo en regiones apartadas, sino en todos lados. Ya hay una conversación puesta sobre la mesa, hay unas feministas hablando en redes, pero cuando miramos cómo se traduce esto en la vida diaria de las mujeres vemos una distancia entre lo que hemos avanzado en las redes y lo que ocurre en la realidad. Las mujeres siguen encargadas de las tareas del hogar y se sigue pensando que es un deber natural de la mujer ser madre y ser la cuidadora. Los hijos siguen siendo responsabilidad de la madre. Los anticonceptivos también, así que se piensa que la infertilidad es siempre un asunto femenino.

P. Tengo la sensación de que en esta novela el maltrato animal por parte del ser humano es el reflejo de un dolor interior que se inscribe en la misma sociedad. ¿Es así?

R. Claro, ahí vemos una sociedad maltratada. Es un lugar alejado del centro del país, así que en gran medida también es un espacio abandonado. No hay servicios públicos completos, no hay hospitales ni carreteras. No hay una presencia del Estado, ni para bien ni para mal. Los habitantes de este lugar sufren maltrato desde pequeños, y está naturalizado. El maltrato viene de los padres a los hijos, de los hijos mayores a los menores y del hijo menor al perro. Esto ni siquiera se concibe como violencia. Ocurre y ya está.

P. ¿Cuál es su relación con estos lugares apartados?

R. Viví nueve años en el Pacífico colombiano, en una región muy parecida a la que recreo en La perra. Yo vivía en un barrio de Buenaventura, que es uno de los municipios más grandes de Colombia, pero está a una hora en lancha del centro urbano. Era un caserío de pescadores alejado, y hay algún desarrollo de hoteles en el pueblo cercano porque vienen las ballenas jorobadas, así que es una zona donde hay turismo. Pero no deja de ser un lugar abandonado por el Estado.

P. ¿Y su vínculo con los perros?

R. Cuando vivía en la ciudad tuve gatos, y en la selva tuve perros y gatos. Yo soy más de gatos que de perros. Crie una gata cuya madre había muerto, por lo que los once o doce gatos quedaron abandonados. Estuvo conmigo desde que aún no había abierto los ojos y cuando tenía cinco años, contrajo leishmaniasis. Por disposición gubernamental, el animal debe ser sacrificado si tiene esta enfermedad porque se transmite a los humanos. La llevamos al veterinario para hacerlo de la manera más humana posible, pero para mí fue devastador. Todo esto está en la novela.

»Y también tuve perros. Yo me imaginaba que nunca tendría que hacer lo que hacían los vecinos, que era amarrarles y domesticarles a la fuerza. Quería que fuera una crianza amorosa, pero todos se iban a la selva y mataban a animales que están en peligro de extinción. Yo era muy responsable de esto, claro, y los vecinos me convencieron de que la única forma de tener un perro en ese lugar era amarrarlo. Así me surgió esta reflexión respecto al llamado de la selva: no es lo mismo criar un perro en una ciudad que en la naturaleza salvaje, donde un animal se comporta como tal para sobrevivir.

"Si un perro no abandona a su amo en la ciudad es porque no puede"

P. Por eso la inclusión de este perro como personaje rompe el estereotipo del perro familiar, cómplice y amigo del hombre…

R. Es que tenemos esa idea, pero no es así. En esta novela, la perra abandona a su ama, lo que supuestamente un perro no hace. Pero es que un perro en la ciudad no lo hace porque no puede. ¿Son fieles los perros? ¿Y dónde van a ir, si viven en un apartamento y les sacan con una correa al parque? Su espíritu está domesticado. Allí los perros tenían una vida libre e independiente de sus amos porque su logos salvaje está más desarrollado. En la ciudad no tienen alternativa, dependen de su amo para comer, mientras que allí pueden salir a cazar para comer.

P. ¿Y por qué esta perra no tiene raza?

R. También porque allí casi todos los perros son mestizos. En un sitio donde prácticamente no hay carreteras puede llegar un perro de raza, pero muy pronto se va a mezclar con otros.

P. La superstición tiene en esta novela un poso relevante. ¿En qué radica su interés para que se haya convertido en un vector narrativo crucial de la literatura latinoamericana?

R. Tú le llamas superstición porque eres europeo, pero para un nativo, negro o indígena del Pacífico colombiano, es la medicina. Para Damaris, en un lugar donde no hay hospitales y el puesto de salud tiene una enfermera que a duras penas te puede coser si te haces una herida muy fea, lo que ha existido siempre es la medicina tradicional; la importada es la otra. Para ellos la superstición es esta. En algunas reseñas señalan que hay realismo mágico en pasajes de la novela como los que tú señalas, pero esto sucede todos los días en Colombia. Y no se trata de que se sirvan de esta medicina porque no tienen la occidental, sino que esta ha sido su medicina siempre.

P. El turismo, como sugería, es también una presencia espectral. 

R. Por un lado, es una fuente de ingresos fundamental. En una región donde no hay desarrollo, la pesca es la principal actividad, pero no es suficiente, por lo que gracias al turismo no solo se subsiste a través de la venta al exterior, sino que pueden vender directamente a los hoteles de la región para alimentar a los turistas. Son muchos los que trabajan como guías turísticos porque es una forma de financiación muy interesante para el pueblo. Al mismo tiempo, los turistas llevan formas de vidas muy diferentes a las personas de la región que contaminan este paisaje. Tienen, por tanto, un impacto en la biodiversidad. Bahía Málaga es el lugar donde más ballenas jorobadas nacen en el mundo. En la temporada en que van a aparearse y a parir, todo se llena de lanchas para verlas. Aquí hay un impacto ambiental provocado por el turismo. El turismo trae dinero, sí, pero contamina y daña.

"Tenemos una serie de creencias muy occidentales y muy absurdas como que la naturaleza es bella y maravillosa"

P. Los personajes, además, están expuestos a las inclemencias meteorológicas. ¿Cómo se convive en las zonas rurales con los fenómenos atmosféricos de este tipo?

R. A mí me impresionó mucho la gran dependencia que todos tenemos de la naturaleza. Los europeos y los sudamericanos, un ejecutivo madrileño y un indígena. Lo que ocurre es que en la ciudad tendemos a olvidarnos de que también estamos en la naturaleza: los edificios que construimos nos hacen creer que eso no es la naturaleza, y que además la tenemos domesticada. Allí era manifiesto que durante la luna creciente, el pasto crecía mucho más rápido, pero también las uñas y el pelo. Aprendimos cuándo habría de cortarse un árbol que querías utilizar para la construcción, cuándo era la mejor temporada para cortar el pasto y que se demorara más tiempo en crecer…

»Yo dependía de las mareas para hacer la compra en el pueblo, para hacer planes con amigos… No se trataba, como en la ciudad, de satisfacer mis deseos o mis necesidades cuando lo decidiera. Los pescadores tenían un conocimiento que impresionaba. Un día tenía que tomar un avión en Cali, así que necesitaba saber cómo iba a estar la marea dentro de veinte días a las tres de la tarde. Le preguntaba a un pescador, que miraba a la luna y me lo decía. La naturaleza determinaba nuestra vida diaria.

P. Le ha servido, además, como recurso narrativo para generar una intriga que late a lo largo de toda la historia. A medida que avanza el relato, casi se mastica un desastre natural.

R. Claro, ahí está siempre la selva al acecho. Durante mi estancia allí, miré mucho a la selva porque sabía que era un gran tema literario que estaría en mi obra. En algunos libros anteriores, la selva se colaba, pero no era la protagonista. Observándola, comprobé que tenemos una serie de creencias muy occidentales y muy absurdas como que la naturaleza es bella y maravillosa. Resulta que también es horrible y agresiva.

»Quería narrar no solo la naturaleza idealizada, ni esa idea también occidental y absurda del buen salvaje que vive en armonía con la naturaleza. La naturaleza te da y te quita y es, a veces, terrible porque hay animales dispuestos a matar si se dan las circunstancias precisas. De algún modo, también es una novela de la selva que habita en nuestro interior: ¿qué tiene que pasarme para que mi animal salvaje emerja?

"Las editoriales independientes de América Latina crearon un mercado que no necesita a España para nada"

P. ¿Cómo ve la relación literaria a uno y otro lado del charco?

R. En realidad, siempre hemos estado separados, aunque hay algunos puentes. En Latinoamérica, nos conocemos entre nosotros y leemos a algunos de los autores españoles que llegan. A la inversa sucede lo mismo. En este mercado, algunos escritores españoles se conocen y, sin embargo, algunos escritores muy conocidos en España no se conocen en América. Y muchos autores latinoamericanos muy conocidos allí no llegan a España. Recuerdo que, a principios de los 2000, un escritor primero tenía que dar el salto a España para circular por toda Latinoamérica. De esa manera quedaba autorizado.

»Eso cambió con el advenimiento de las editoriales independientes en los distintos países de América Latina. En el gran grupo editorial Norma empezaron a publicarse libros latinoamericanos desde México a Argentina y Chile. Cuando se acaba Norma, empiezan a surgir las editoriales pequeñas que empiezan a publicar en Colombia y Chile. Esas editoriales independientes lograron la independencia, creando un mercado que no necesita a España para nada.

P. Respecto a su condición de editora de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, ¿le parece que las escritoras latinoamericanas por fin han alcanzado el reconocimiento que merecen?

R. La Biblioteca de Escritoras Colombianas es un proyecto editorial cuya vocación es el rescate de autoras clásicas destacadas con libros que no están circulando o han sido olvidados o no forman parte de los programas educativos de los colegios o universidades. Vimos que había esa necesidad, porque conocíamos a los escritores clásicos colombianos, pero las escritoras que habían sido tan importantes como ellos no habían corrido la misma suerte. Siempre ha habido grandes escritoras latinoamericanas que han ganado premios, que han vendido libros y han sido reconocidas por la crítica, pero sobre ellas ha habido una mirada hegemónica que las sacaba. “Son buenas porque son mujeres”, “es buena porque escribe como un hombre”… Una lee este tipo de frases en las reseñas que se hacían en esa época.

»El medio literario era muy masculino, principalmente porque los escritores eran casi todos hombres, pero eso ha ido cambiando. Desde los años 90 hay cada vez más editoras mujeres. Y más compradoras de libros. Además, la nueva ola feminista ha reivindicado el trabajo de las mujeres, diciéndonos que lo femenino no tiene que ser asociado con algo que tiene poco vuelo literario. Por no hablar de la diferencia que se establece a propósito de lo masculino y lo femenino, que no es más que un constructo social. Este es un buen momento, porque las escritoras empiezan a ser miradas con la seriedad que merecen, aunque algunos todavía ofrecen una brava resistencia.

"Para mi generación, García Márquez era un abuelo y ya no había, por tanto, esa necesidad de matar al padre"

P. ¿Y qué hay de la pujanza de las cuentistas? ¿A qué cree que se debe este fenómeno, desarrollado principalmente por autoras latinoamericanas?

R. Los editores creen que el cuento no vende, así que los libros de este género tienen más dificultad para llegar. Sin embargo, vemos que por fin importan y están siendo leídos.

»Volviendo a la pregunta anterior, en Colombia el gran libro de nuestro mejor autor es un fantasy [Cien años de soledad] y, sin embargo, la literatura colombiana ha sido bastante conservadora. Los relatos que cuentan nuestra historia han sido los más favorecidos, pero las editoriales independientes empezaron a dejar de publicar al señoro autorizado, blanco, del centro... Estos sellos empezaron a mirar a la provincia, se hicieron cargo de otros géneros y a tener en cuenta a las mujeres, rescataron a autores indígenas… De este modo se logró una mayor diversidad en nuestro panorama y concluyó con la atención a los cuentos. Aquí sucedió con la editorial Páginas de Espuma, que desafía todas las creencias en torno a que el cuento no vende. ¿No vende? Pregúntenle a Juan Casamayor [su editor].

P. Ahora que referencia a García Márquez, y siguiendo con los autores canónicos, ¿su sombra en la literatura colombiana es demasiado alargada? ¿Sus posibles discípulos crecerán desde la renovación, desde la profundización en su estilo…? ¿Qué piensa?

R. Creo que sí hubo una generación que se sintió a la sombra de García Márquez. Efectivamente, hubo esa sombra y existía la exigencia de ser el escritor latinoamericano del boom. Tenías que narrar tu país desde un punto de vista exótico. Eso sucedió, pero yo no pertenezco a esa generación, sino a una más joven en la que García Márquez ya no era una sombra y yo ya tenía la posibilidad de escribir lo que yo quisiera en Latinoamérica. El mercado ya estaba creciendo y no dependía tanto de España. Es verdad que sigues viniendo a Europa y en las reseñas de tus libros lees que si realismo mágico, que si… Enrollas los ojos y ya está. Para mi generación, García Márquez era un abuelo y ya no había, por tanto, esa necesidad de matar al padre. Por cierto, para mí es un abuelo magnífico que agradezco haber tenido.

P. ¿Qué autores actuales le interesan?

R. Lo cierto es que yo no soy una gran lectora de novedades ni de mis contemporáneos. No obstante, he leído a Nona Fernández, de Chile. Me encanta su libro La dimensión desconocida. Me encanta también lo que está haciendo Brenda Navarro, de México, y me gustan mucho las argentinas Mariana Travacio, Mariana Enriquez y Samanta Schweblin. Pero, como digo, soy más bien clásica en este sentido. Como editora de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, estoy más dedicada a leer estas obras. Por cierto, me pregunta por autoras contemporáneas, pero también merece la pena leer a clásicas como la argentina Sara Gallardo o a la colombiana Marvel Moreno, que están siendo rescatadas y leídas con otra mirada.

P. Es interesante que se considere una lectora clásica, en tanto que podríamos conectarlo también con su estilo literario, ¿no?

R. Exacto. Mi literatura es bastante clásica, o sea, poco experimental. No me interesa romper nada, solo contar una buena historia, que no es poco.