El siete de enero de 1934, los periódicos estadounidenses pertenecientes a la cadena del magnate William Randolph Hearst aparecieron con una escalofriante noticia: llegaba el fin del mundo. Lo hacía en la forma de un nuevo planeta que se precipitaba en dirección al nuestro. Apenas quedaban catorce horas para salvar la Tierra.
Por fortuna, un rubio y atlético joven, una genuina chica americana y un sabio científico de origen europeo se convertirían accidentalmente en el heroico trío destinado a salvar a la humanidad. Y también por fortuna, la noticia no aparecía en primera plana, sino en las finales, dedicadas a las ya populares tiras de historieta (cómic strips).
Había nacido Flash Gordon. Un personaje destinado a convertirse en epítome por excelencia del héroe espacial durante casi un siglo. No era el primer aventurero de ciencia ficción en el cómic. Venía precedido por el éxito de Buck Rogers, creado por Philip Nowlan para las páginas de los pulps, que había pasado al formato historieta con los ingenuos dibujos futuristas de Dick Calkins. Era uno de los primeros personajes “dramáticos” de cómic.
Hasta entonces, los periódicos se habían limitado a publicar chistes gráficos, viñetas y tiras de humor, estrictamente cómicas (de ahí su denominación). Pronto, sus páginas y las de los dominicales (donde tenían una página entera a su disposición, a todo color), se llenarían de aventureros, pilotos espaciales, agentes secretos, detectives, caballeros andantes, exploradores, justicieros con y sin máscara... Héroes de papel de los sueños infantiles de varias generaciones, destinados también al cine, la radio y la televisión.
Salvador del universo
Alex Raymond —quien estaba detrás de otro personaje que debutaba al mismo tiempo: Jim de la Jungla—, había tomado su inspiración inicial de la novela de Philip Wylie y Edwin Balmer Cuando los mundos chocan (1933), llevada después a la pantalla en 1951. No deja de ser curioso que Wylie fuera también, con su novela Gladiator (1930), el origen de Superman, creado en 1938. El parecido de la saga de Flash Gordon con la novela es meramente incidental y se limita al punto de partida: un planeta en rumbo de colisión con la Tierra.
Una vez que Gordon, su prometida, Dale Arden, y el Dr. Zarkov aterrizan en el misterioso planeta errante, sus aventuras se convierten en una trepidante sucesión de fantásticas peripecias, al estilo de las novelas de fantasía planetaria popularizadas décadas antes por Edgar Rice Burroughs, padre de Tarzán, pero también de John Carter de Marte y Carson de Venus.
No se trata tanto de ciencia ficción como de fantasía heroica travestida de elementos seudocientíficos y escenarios, más que galácticos (eso vendrá después), planetarios. Lo que a veces se denomina Sword & Planet (Espadas y planetas), por analogía con la Sword & Sorcery (Espada y brujería).
Flash y sus amigos viajan por un exótico mundo lleno de razas humanoides y zoomorfas: hombres-león, hombres-pez submarinos, alados hombres-halcones, frígidos pueblos polares y arborícolas de la verde Arboria, luchando con monstruos gigantes, réplicas alienígenas de los dragones mitológicos de los libros de caballerías.
Mientras, Gordon se resiste heroicamente a tórridas reinas, princesas y brujas, cautivadas todas por su escultural físico, viril rostro, cabello rubio y ojos azules. El ideal helénico ario-estadounidense de la época. Todo con el lógico disgusto de la morena Dale, a la que no faltan motivos para estar celosa tira diaria sí y página dominical también. Al cerebral Dr. Zarkov le toca salvar las situaciones más comprometidas con sus inventos y conocimientos.
El archienemigo de Flash, dictador absoluto de su planeta —de nombre poco discreto: Mongo— y presunto invasor de la Tierra, es, por supuesto, de aspecto asiático. Ming el Cruel, en las traducciones españolas, se inspira en el xenófobo Terror Amarillo de la época, que tiene en el Dr. Fu Manchú uno de sus máximos representantes. También Buck Rogers se enfrentaba a unos Estados Unidos del futuro sojuzgados por la raza amarilla. Así las cosas, las hazañas de Gordon y sus aliados se adueñaron de la imaginación de millones de lectores, dentro y fuera de Estados Unidos.
Genio del cómic
El éxito de Flash Gordon, aparte de a la exuberante fantasía de sus aventuras, escritas a menudo por Don Moore sin firmar, se debería al magnífico dibujo de Alex Raymond (1909-1956).
Genio de la historieta, Raymond pasó pronto de un estilo más o menos correcto pero algo inmaduro a una auténtica sofisticación digna de cualquiera de los grandes dibujantes de la historia del arte. Con un dominio absoluto de la anatomía, el diseño arquitectónico, la composición y el ritmo, su inspiración en el dibujo clásico y modernista, en una línea Art Nouveau con toques de Art Déco, se convertirá en la imagen por excelencia de la ciencia ficción de la primera mitad del siglo XX.
Palacios orientales, ciudadelas suspendidas en el espacio, domos submarinos, naves cohete fálicas y elegantes, castillos de cuento de hadas, calabozos góticos, ciudades arbóreas, uniformes dignos de la nobleza austro-húngara, vestidos de noche imperiales… Los escenarios y vestuario del planeta Mongo son un catálogo de la ficción fantacientífica más desbordante, construido con elegantes retazos de periodos históricos dispares y pintorescos. Un mundo de fantasía que influirá largamente en futuros Space Opera como la saga de Dune o La guerra de las galaxias.
Raymond, pese a una vida corta, fue de un productividad increíble. Al tiempo que Flash Gordon, dibuja también las aventuras de Jim de la Jungla, crea al Agente Secreto X-9 (cuyos primeros guiones escribe Dashiell Hammett, a quien sustituirá más adelante Leslie Charteris, entre otros) y después la que será su obra maestra: Rip Kirby, un detective aficionado clásico en medio de un mundo de serie negra, donde con un estilo realista y expresivo recreará las luces y sombras del film noir con exquisita precisión. Normal que Flash Gordon debiera pasar a otras manos.
El héroe planetario es dibujado diariamente, entre 1941 y 1944, por Austin Briggs, eficaz alumno de Raymond, que calca su estilo sin llegar a su brillantez y hace participar a Flash en la Segunda guerra mundial. Briggs se retira definitivamente de las páginas dominicales en 1948, y es el dibujante Mac Raboy quien se hace cargo, con un estilo muy personal, casi escultórico, gélido y tridimensional. Seguirá con el personaje hasta su muerte en 1967.
Pero desde 1951, el artista encargado de las tiras diarias es alguien diferente, cuyo dibujo se aparta mucho más de las raíces Art Nouveu y pulp de Raymond. Los tiempos están cambiando. Y Flash Gordon también.
La conquista del espacio
Los años cincuenta son la era dorada de la ciencia ficción literaria. Cuando por fin despega del espíritu pulp (sin dejarlo del todo de lado), para madurar como una literatura especulativa relevante y atrevida. La literatura de un nuevo mundo post-atómico, donde todo parece posible, para bien y para mal, gracias a los nuevos avances científicos.
Es la era de la Guerra fría, el miedo radiactivo y la paranoia anticomunista, pero también de la carrera espacial, los electrodomésticos y la televisión. Dan Barry, a lo largo de los cincuenta y sesenta, hace algo inesperado con Flash Gordon: lo convierte en auténtico héroe de ciencia ficción. No faltan, claro, la fantasía, el humor, la acción y el exotismo, con retornos cíclicos a Mongo y sus personajes originales. Pero la mayor parte de las nuevas aventuras de Flash, Dale y Zarkov se asientan en un universo conocido: el Sistema Solar, y abordan tramas mucho más realistas.
Las relaciones entre los personajes se hilan como las de una Soap Opera, más que como las de una Space Opera, y muchos temas científicos, seudocientíficos, sociales y políticos de la época se abren paso entre sus viñetas, entre ellos la paranoia anticomunista en la emocionante saga de los invasores Skorpi. Pero también viajes en el tiempo, espionaje industrial, la terraformación de otros planetas, la construcción de estaciones espaciales...
Con la colaboración de guionistas como Harvey Kurtzman y el escritor de ciencia ficción Harry Harrison, y un equipo de artistas que incluye nombres como los de Frank Frazetta, Wallace Wood, Al Williamson, Bob Fujitani, Jack Davis o Sy Barry (hermano de Dan y modernizador también de El Hombre Enmascarado, es decir: The Phantom), el Flash Gordon de Barry se erige como una obra maestra del cómic de ciencia ficción para todas las edades.
Héroe universal
Durante casi medio siglo, el personaje creado por Alex Raymond personificó al héroe espacial en su más pura esencia: noble, sacrificado, valeroso y siempre dispuesto a luchar por la raza humana. Eternamente fiel a su pareja, la no menos valerosa Dale Arden, y junto a su mejor amigo, el Dr. Zarkov, representaba el lado luminoso de la conquista del espacio, encarnando un futuro utópico donde el hombre se extendería por el Sistema Solar, llevando consigo la civilización y los ideales democráticos, en alas de los avances científicos.
Pero donde extendió su conquista fue por toda la Tierra. Flash triunfó internacionalmente, llegando a todos los rincones del planeta, aunque a veces tuviera que cambiar de nombre: Guy l´Éclair en Francia, Speed Gordon en Australia, Roldán el Temerario en Latinoamérica… En España, la mítica revista El Aventurero publicaría sus aventuras y las de otros héroes del cómic hasta 1938, cuando la Guerra civil obligó a su cierre.
Durante la Segunda guerra mundial el flujo de sus historias se vio interrumpido en la mayoría de países europeos, para renacer por todo lo alto tras ella, inundando Alemania, Bélgica (donde E. P. Jacobs, futuro creador de Blake & Mortimer siguió dibujando sus aventuras), Inglaterra, Portugal, Irlanda, Italia o Dinamarca y llegando hasta la India.
El modelo ejemplificado por Flash daría lugar a incontables imitaciones: Dan Dare en Inglaterra, piloto espacial base a su vez del español Diego Valor; Jeff Hawke en Australia; Perry Rhodan en Alemania… En los propios Estados Unidos inspiraría personajes como Don Dixon o Brick Bradford. Como varios de sus compañeros en las tiras de prensa —Buck Rogers, El Hombre Enmascarado, Jim de la Jungla, Mandrake o Dick Tracy—, no tardaría en llegar a la pantalla.
El formato cinematográfico perfecto para Flash Gordon fue el serial matinal para todos los públicos, ideal para reproducir sus aventuras, siguiendo una estructura muy similar a la de las tiras. Buster Crabbe se metería en la piel del rubio héroe espacial en tres ocasiones: Flash Gordon (1936), que adaptaba con notable fidelidad sus primeras historias; Marte ataca a la Tierra (Flash Gordon´s Trip to Mars, 1938) y Flash Gordon conquista el universo (Flash Gordon Conquers the Universe, 1940), los dos últimos escritos directamente para la pantalla.
Estrenados en España, tal fue su éxito que los distribuidores no dudaron en rebautizar al vaquero cantante Gene Autry como Flash Gordon, en el serial de ciencia ficción wéstern El imperio fantasma (The Phantom Empire, 1935)… Asombrando al público español, que veía a su héroe espacial cabalgar por la llanura con su guitarra y una tonada country siempre a punto en los labios.
Tras la guerra, la televisión alemana, en coproducción con Estados Unidos y Francia, ofrecerá una nueva versión del personaje, interpretado por Steve Holland, en una serie de veintiséis episodios, emitida entre 1954 y 1955.
Pese a su popularidad, Flash no gozó nunca de la distinción de El Príncipe Valiente de Harold Foster, convertido en lujosa producción hollywoodiense en 1954, dirigida por Henry Hathaway, con un reparto encabezado por estrellas como Robert Wagner (como el Príncipe Val), Janet Leigh y James Mason. Pero lo mismo puede decirse de la mayoría de los personajes de cómic de la época, que raramente llegaron más allá de los seriales y series de televisión.
Eso sí, gozó el lujo de conocer una desopilante parodia erótico-festiva nada despreciable: Las aventuras de Flesh Gordon (Flesh Gordon, 1974), curiosamente fiel, seguida por una tardía y muy inferior secuela, Flesh Gordon 2 (Flesh Gordon Meets the Cosmic Cheerleaders, 1990).
Ascenso y caída
Con Dan Barry y su equipo llevando a Flash a la modernidad, el personaje multiplicó también sus apariciones. No solo seguían sus aventuras en los periódicos, sino también en formato comic-book, en revistas, novelas… No obstante, en los años sesenta y setenta no solo llegarían profundos cambios en la sociedad, sino también en la sensibilidad y el gusto popular por el cómic.
Los superhéroes, que llevaban tiempo compitiendo con los clásicos héroes de papel, iban a experimentar una profunda transformación gracias a la Marvel de Stan Lee, cuyo ejemplo seguiría rápidamente DC, al introducir en sus historias problemáticas sociales y sentimentales mucho más actuales, acordes con la nueva mentalidad juvenil, producto de la revolución sexual y contracultural.
De repente, personajes como Spiderman, el Dr. Extraño o Los Cuatro Fantásticos, aparecían llenos de humanidad, preocupados por problemas próximos a los de sus lectores e inmersos en la sociedad de su tiempo, conmovida por las drogas, la Guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles o el feminismo. Superhéroes antes ingenuos como Superman, Batman o Linterna Verde se convertían en personajes complejos y un poco neuróticos.
Por comparación, Flash y sus compañeros de viaje resultaban demasiado simples y amables. Los tiempos estaban cambiando y aunque ellos también cambiaban, no lo hacían tanto ni tan deprisa como los superhéroes o los nuevos bárbaros del cómic para adultos, influidos por la historieta europea y el cómix underground.
El declive de Flash Gordon no fue rápido. Incluso tuvo una oportunidad que no hubiera debido rechazar. A mediados de los setenta, un joven director del Nuevo Hollywood, poco conocido aunque ya con un par de títulos a sus espaldas, se aproximó al King Features Syndicate con intención de adquirir los derechos cinematográficos del personaje.
Sin embargo, estaban en manos de Dino De Laurentiis y le fue imposible hacerse con ellos. El KFS exigía una suma demasiado alta a cambio de cancelar su contrato con el productor italiano, y George Lucas decidió que si no podía tener a su héroe espacial favorito de la infancia, inventaría otros nuevos. Así nació La guerra de las galaxias.
Es fácil imaginar los duelos y quebrantos en el KFS cuando la película de Lucas se convirtió en el mayor fenómeno cinematográfico de la historia en 1977. Tres años más tarde, De Laurentiis, al rebufo del éxito de Star Wars y Superman (1978), llevaría por fin a la pantalla el personaje. Pero Flash Gordon (1980), dirigida por el británico Mike Hodges y protagonizada por Sam J. Jones, se convertiría en algo muy distinto a la saga galáctica de Lucas.
Como no podía ser de otra manera viniendo del productor de Diabolik (1968) y Barbarella (1968), Flash Gordon resultaría ser un juguete pop netamente camp, al borde mismo de la parodia.
Con canción y banda sonora de la banda de glam rock Queen, diseño de producción artificial y artificioso de Danilo Donati, efectos especiales poco convincentes pero bonitos de Carlo Rambaldi y un reparto de estrellas como Max Von Sydow como Ming el Cruel, Timothy Dalton como un príncipe Barin estilo Errol Flynn, Melody Anderson como una pizpireta Dale y la exuberante Ornella Muti como la princesa Aura, la película no se tomaba en serio a sí misma ni por un momento. Era como un juego de niños grandes, perverso e ingenioso, cómplice y retro. Más cerca de The Rocky Horror Picture Show (1975) que de La guerra de las galaxias.
Hoy película de culto, fue masacrada por crítica y público en su día. Artefacto Pop Art propio de los años sesenta, llegaba demasiado tarde. Delirio camp, colorista y sexy para adultos, estaba en las antípodas de la infantil seriedad con que Lucas y Spielberg empezaban a tomarse la pulp fiction. En lugar de subir a Flash Gordon al carro de Star Wars, Indiana Jones, Star Trek o Superman, la película lo enterraba definitivamente en el baúl de los recuerdos, certificando su pertenencia al pasado. A una sensibilidad claramente propia de otra era más sencilla y optimista.
Retrofuturo
Cada poco, mientras se reeditan sus aventuras (muy recomendable es la edición española de la editorial Dolmen) llegan rumores de películas o series basadas en el héroe de Raymond. Los más recientes implican al brillante Taika Waititi… Lo que hace sospechar ya cierto cariz humorístico.
En realidad, la película de 1980 sí ayudó a que Flash Gordon siguiera en activo durante toda la década, al menos en cómics y televisión, con varias series de animación. Pero acudiendo siempre a los orígenes del personaje, recuperando el estilo fantasioso, exótico y romántico de sus aventuras de capa y espada planetaria, al estilo de Burroughs y las viejas revistas de ciencia ficción.
La evolución, o quizá habría que decir involución, del personaje en la historieta seguiría la misma dirección. Tras un parón en 1993, Flash volvió a la prensa de manos del artista Jim Keefe, que lo dibujó y guionizó entre 1996 y 2003 con estilo voluntariamente basado en Raymond, Austin Briggs y Al Williamson, recuperando sin pudor sus aires entre el Art Nouveu y la ilustración pulp.
A partir de octubre de 2023, un nuevo artista se hace cargo: Dan Schkade, quien, en sus propias palabras, ofrece un trabajo “profundamente enraizado en el canon original de Raymond y adaptado a una audiencia moderna”. A diferencia de Keefe, Schkade opta más por el Déco que por las curvas modernistas, con línea clara, geométrica y rectilínea, influida por el cómic europeo, que recuerda los homenajes del valenciano Daniel Torres en su Roco Vargas.
Tanto Keefe como Schkade miran hacia atrás sin ira, recreando nostálgicos el fantástico mundo creado por Raymond hace casi un siglo, en lugar de, como hiciera en los cincuenta Dan Barry, llevarlo al presente y al futuro.
Quizá porque el futuro ya es cosa del pasado y personajes como Flash Gordon no tienen hueco en un siglo XXI de IAs, distopía cotidiana y viajes espaciales solo para millonarios. Aunque algunos siempre preferiremos a Flash antes que a los súper-poderosos héroes Marvel y DC, porque, al fin y al cabo, como cantaba Queen, es “solo un hombre, con el coraje de un hombre”.