La pasión según Lorca: de sus amantes secretos a su obsesión por Dalí
El historiador Pablo-Ignacio de Dalmases descubre en el libro 'Los novios de Federico' a los protagonistas de sus escarceos amorosos.
30 marzo, 2024 02:28De irresistible alegría según quienes le conocieron, Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 1898-Viznar, 1936) devoraba la vida con glotonería, apurando sensaciones y aventuras con las que combatía sus muchos miedos ("Tuvo siempre un miedo pánico a todo, al mar, a todo", recordaba el pintor Manuel Ángeles Ortiz). Pero sobre todo uno le obsesionaba: que sus padres descubrieran sus "amores oscuros", sus pasiones secretas, su homosexualidad.
Y no solo sus padres, sino también maestros y amigos como Manuel de Falla o como Fernando de los Ríos, por quienes Lorca sentía tanto respeto como profundo aprecio. Ahora, el historiador y periodista Pablo-Ignacio de Dalmases descubre en Los novios de Federico (Cántico/Almuzara) a los protagonistas de sus historias de amor, las felices, pero también algunas imposibles o francamente desdichadas.
Según Dalmases, los primeros lances amorosos del poeta debieron tener lugar en la vega granadina, donde encontraba buenos compañeros de aventura puesto que, según Ian Gibson, uno de los grandes especialistas en la vida de Lorca, "adoraba a los campesinos y en especial a los catetos; le gustaban sucios y sudorosos… se sabía en toda Granada que era maricón perdido; pero la gente lo aceptaba porque él se imponía por su personalidad”. Los únicos que lo ignoraban eran, claro, sus padres, que atribuían a la envidia los rumores sobre su hijo.
Salvador Dalí, sexo fallido
Lorca y Dalí se conocieron en la Residencia de Estudiantes de Madrid. El poeta había llegado a Madrid en 1919, y según Miguel Cerón, amigo íntimo de Federico en Granada, "era moreno, cetrino, campechano, casi campesino algunas veces. De estatura mediana, con aires de gitano intelectual. Con el pecho abombado y las piernas inseguras. Casi siempre estrepitosamente alegre, alguna vez taciturno, siempre con ganas de bromas, que unas veces caían bien y otras no tanto. No demasiado culto, pero de una intuición que dejaba asombrado. El pelo, algo revuelto y unos ojos profundos”.
Salvador Dalí, por su parte, se instala en la Residencia en septiembre de 1922, en un momento en que Lorca está en Granada. El catalán era, en palabras de Ian Gibson, "muy delgado, de complexión casi atlética (aunque no tanto como el fornido Buñuel), contrasta con la tez olivácea de la cara el negro brillante del pelo, que lleva muy largo para entonces en imitación de Rafaello Sanzio, uno de sus pintores predilectos. Tiene unas patillas exageradas, ojos verdigrises, nariz correcta y estatura 'normal' (1,70 metros, como Lorca). Suele ir tocado de un sombrero de ala ancha y gusta de ostentar chalina".
De inmediato Buñuel (instalado en la Residencia de Estudiantes desde 1917) adopta a Dalí. Cuando Federico regresa a la Residencia se encuentra con Salvador: "El Dalí que conoce Lorca, seis años mayor que él, en los primeros meses de 1923 está en abierta rebelión contra el conformismo en todas sus expresiones y enemigo declarado del sentimentalismo y de la religión", recuerda Gibson. Por desgracia, ni Lorca ni Dalí parecen haber dejado constancia escrita de su primer encuentro, pero lo cierto es que el flechazo es inmediato.
Parece evidente, subraya Dalmases, que desde el momento en que Lorca puso los ojos en Dalí, "quedó fascinado por el catalán, por su personalidad, por su físico y por su talento…". Incluso pasaron juntos la Semana Santa de 1925 en Cadaqués. Sin embargo, se trataba de un amor imposible a pesar de los intentos del poeta, por la compleja sexualidad del pintor, temeroso de ser homosexual y por la presión de Buñuel, celoso del éxito del poeta.
Emilio Aladrén, ¿su gran amor?
Seis años menor que Lorca, el escultor Emilio Aladrén tenía "un aire levemente oriental a la belleza morena del chico". Para Maruja Mallo, compañera de estudios del artista en la Academia de Bellas Artes y beneficiaria de los favores de Emilio antes que Federico, "Emilio era un lindo chico, muy guapo, muy guapo, como un efebo griego". Según Gibson, Lorca lo conoció hacia 1925, pero parece que no se hicieron amigos íntimos hasta 1927, "tras la segunda visita del poeta a Cadaqués aquel verano y el siguiente distanciamiento de Dalí".
Para Villena, Emilio Aladrén "pertenecía sin duda a esa clase de jóvenes —más frecuente entre los guapos— que, básicamente heterosexuales, no dudan, en alas de la seducción y del agasajo, de utilizar ocasionalmente su bisexualidad. Lo que suele ser tan maravilloso como—eventualmente— dramático", relata Dalmases.
Profundamente enamorado, en 1928 le dedicó uno de los dieciocho romances del Romancero gitano, "El emplazado", pero parece que ya entonces Aladrén estaba enamorado de la inglesa Eleanor Dove, con la que acabará casándose, dejando a Lorca desesperado. Tanto que, a instancias de su familia, en junio de 1929 emprende viaje a Estados Unidos, supuestamente para aprender inglés, pero, aunque se queda ocho meses abandonará pronto las clases y disfrutará de la intensa vida cultural y nocturna de la ciudad.
Philip Cummings, el amigo americano
Precisamente en Nueva York, Federico se reencuentra con Philip Cummings, un buen amigo americano al que había conocido en la Residencia de Estudiantes en 1928. De 22 años, rubio y alto, en Nueva York Cummings le invita a pasar el verano en su casa de Vermont y se hacen amantes.
Sin embargo, si Cummings ha pasado a la historia de nuestra literatura es porque el poeta le confía un paquete con papeles privados y le pide que lo guarde en lugar seguro. Philip se olvida del asunto hasta que en 1961 encuentra el paquete y lo abre. Dentro había un manuscrito autobiográfico, de cincuenta y tres hojas, que constituía, según contó a Daniel Eisenberg [biógrafo del poeta], una amarga y severa denuncia de gente que estaba tratando de acabar con él, de acabar con su poesía y de impedir que fuera famoso.
El problema es que al final del manuscrito había un mensaje que decía más o menos: "Felipe, si no te pido estas hojas en diez años y si algo me pasa, ten la bondad, por Dios, de quemármelas". Movido por un sentimiento de lealtad hacia el poeta muerto, Cummings las quemó al día siguiente, decisión que más adelante lamentaría profundamente.
Eduardo Rodríguez Valdivieso y Enrique Amorim
Uno de los amores menos conocidos de García Lorca fue el granadino Eduardo Rodríguez Valdiviseo, empleado del Banco Español de Crédito, poeta y actor ocasional. Se conocieron en 1932, y, pese a los desencuentros, siempre mantuvieron relación epistolar, aunque especialistas como Villena sostienen que se trató de un amor local, que jamás poseyó la misma pasión que los realmente "importantes".
Lo mismo ocurrió con el uruguayo Enrique Amorim, al que Lorca conoció en su segundo viaje a América. Era, explica Villena, "rico, casado, izquierdista y derechista, medio uruguayo, medio argentino, amigo un tiempo de Borges —que le dedicó el cuento 'Hombre de la esquina rosada'—, un criptogay que no salió del armario si no en muy estricta intimidad".
Según Santiago Roncagliolo, autor de una biografía sobre este escurridizo personaje, "Amorim se enamoró de Federico y fue correspondido. Lo que no sabemos es con qué intensidad. En la historia de Federico abundan los casos de amigos fascinados con Federico a los que él olvidaba después de unos días".
Rapún, el imposible amor
La Barraca tuvo la culpa. Gracias a esta iniciativa de García Lorca que llevó a los pueblos de media España nuestro teatro clásico (Fuenteovejuna, La vida es sueño, El caballero de Olmedo, El burlador de Sevilla), el poeta conoció a Rafael Rodríguez Rapún, al que llamaba "Tres Erres", cuando este asumió en febrero de 1933 la administración del grupo teatral. Alberto Conejero explica que era "de constitución atlética y buen futbolista. Estudiaba ingeniería, militaba en el PSOE y estaba afiliado a la Casa del Pueblo madrileña".
Entre los dos surgió una amistad fuerte y difícil, porque Rapún era heterosexual, pero cayó seducido por la arrolladora simpatía de García Lorca. Pronto los rumores sobre su relación se apoderaron de Madrid, al punto de que a Tres Erres le llamaban "la novia de Lorca".
Sin embargo, el dramaturdo Rivas Cherif contaba que Federico una vez le confesó, tras una de sus depresiones, que estaba en una juerga con un amigo muy especial para él, "su amigo el de La Barraca", pero que este se había ido sin despedirse "con una gitana cualquiera". Al día siguiente Lorca no fue a los ensayos… Con todo, su amistad superó todas las tormentas. Solo la muerte pudo separarlos.
La última pasión
Se llamaba Juan Ramírez de Lucas y había nacido en Albacete el 10 de abril de 1917. Lorca lo encontró arrebatador, pero al joven el poeta y dramaturgo no le llamó nada la atención, más aún, lo describió como "bajito, un poco gordo y cabezón". Sin embargo, no tardó en caer subyugado por su magnetismo.
Amantes secretos y amigos, cuenta la leyenda que pudo haber salvado la vida de Lorca cuando, a finales de mayo y junio de 1936, Margarita Xirgu invitó al poeta a acompañarla en una nueva gira americana, pero Ramírez de Lucas, que era menor de edad y necesitaba permiso paterno expreso para viajar, no lo obtuvo. Esa idea, la de que si todo hubiera sido distinto si su padre le hubiera dejado viajar, y él era involuntario responsable del asesinato del poeta, atormentó al futuro crítico hasta su muerte.
A él podrían estar dedicados los Sonetos del amor oscuro que Luis María Anson publicó en ABC, en exclusiva mundial, el 17 de marzo de 1984. Sin embargo, cuando vieron la luz, Ramírez de Lucas se sinceró con el académico de la Real Academia Española y le dijo que él no era el destinatario: "Mi relación con Federico fue una maravilla. Tranquila, apacible, sin problemas. Él me doblaba la edad y yo estuve siempre rendido de admiración".
"Entonces…" —le dije—. "Los poemas —aseguró— los escribía Federico pensando en Rafael Rodríguez Rapún, que apenas le hacía caso, que le desdeñaba y le traía por la calle de la amargura [...] Era tan cerdo que se acostaba con mujeres".
[García Lorca, el poeta de la tierra]
Dalmases, que sigue la pista de los amores de Lorca después de la muerte del autor de Yerma, destaca que de todos ellos, solo Rodríguez Rapún fue coherente con su vida y mantuvo siempre sus creencias socialistas. Los otros, de una forma y otra, se integraron en la España franquista y alcanzaron, en el caso de Aladrén, cierta notoriedad, mientras Dalí se convertía en una suerte de adalid cultural de la dictadura, tal vez como última pirueta surrealista o por verdadera convicción.
Ninguno pudo olvidar a Lorca, y dejaron suculentos testimonios. Así, Salvador Dalí "muchos años después, hizo alusión de forma deslenguada a las relaciones que había mantenido de joven con el poeta".
También Emilio Aladrén habló antes de morir con Vicente Aleixandre, que a su vez se lo fue contó confidencialmente a Luis Antonio de Villena; Juan Ramírez de Lucas, que según uno de sus hermanos dejó algún texto escrito que permanece inédito, se sinceró con Luis María Anson, mientras que Dionisio Cañas consiguió localizar Philip Cummings y Rodríguez Valdivieso contactó con Rafael Martínez Nadal (uno de los grandes amigos de Lorca) y publicó algunos de sus recuerdos en la prensa.
También hay testimonios indirectos de un hermano de Ramírez de Lucas y de familiares de Rodríguez Rapún que fueron entrevistados por Alberto Conejero para su obra teatral La piedra oscura, mientras que Santiago Roncagoglio y Manuel Francisco Reina se documentaron para escribir sendos relatos sobre Enrique Amorim y Ramírez de Lucas respectivamente.
Y quedan, claro, los versos. Queda, por ejemplo, el romance que García Lorca le dedicó al "rubio de Albacete", Ramírez de Lucas, y que comienza así:
"Aquel rubio de Albacete
vino, madre, y me miró.
¡No lo puedo mirar yo!".
Y claro, los Sonetos del amor oscuro, con versos como los de El poeta pide a su amor que le escriba:
"Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita y pienso,
con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte".