Y Cenicienta cogió su fusil: así fue la literatura infantil y juvenil durante la Guerra Civil española
Con motivo de su Día Mundial, analizamos un ensayo que muestra cómo cuentos y tebeos se convirtieron en inesperado campo de batalla.
2 abril, 2024 02:10La literatura destinada a los lectores más jóvenes atravesaba en la España de los años 30 una etapa de verdadero esplendor. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil lo cambio todo, y lo estrictamente literario y educativo dio paso a las consignas de partido y al adoctrinamiento sectario, como demuestra el catedrático de la Universidad Complutense Jaime García Padrino en un suculento ensayo, La literatura infantil y juvenil en la Guerra Civil (Renacimiento).
En la zona republicana, especialmente en Valencia, donde los servicios asistenciales a los niños evacuados del frente estaban centralizados, se multiplicaron iniciativas como la Caseta-Biblioteca Infantil, con forma de una gran pelota de diversos colores en cuyo interior había mesas de madera inspiradas en motivos infantiles que no ocultaban su evidente intención ideológica.
Y es que los “nuevos conceptos del cuento infantil” estaban muy claros: “Ya no hay ogros, ni casi princesas encadenadas que liberar. Pero existen otros monstruos feroces como el explotador sin conciencia, el cacique, el tirano, que tienen esclavizados por la violencia a los seres más puros y más nobles de la sociedad. Y contra esos monstruos había que prevenir a los niños. Que es lo que nos proponemos con nuestros cuentos”, explicaba en un artículo de la época el ilustrador Ramón Puyol.
Otra iniciativa fue la emisión de tarjetas postales infantiles creadas por el Ministerio de Comunicaciones donde “el aseo, el estudio, el trabajo, el amor y el respeto a la vejez y a la naturaleza eran los motivos reflejados para llevar al niño ideas de paz y amor, y proporcionarle un motivo de solaz y de eficacia docente”, escribe García Padrino.
Atribuidas a Antonio Machado, que habría empezado a escribirlas en diciembre de 1936 al llegar a Valencia e instalarse con su familia en Rocafort, en ellas el poeta mezclaba los valores de la educación y de la higiene: “Pequeñín que lloras/ porque te lavan:/ tu mejor amigo/ sea el agua clara”.
Sin embargo, lo que convirtió al libro infantil en víctima inesperada del conflicto fueron las editoriales de ambos bandos. En la zona republicana, la editorial Estrella publicaba cuentos tradicionales “adaptados a las circunstancias de la época”, lo que convertía a los amigos de lo ajeno de “Alí Baba y los cuarenta ladrones” en “cuarenta grandes capitalistas que se ponían de acuerdo secretamente para dar los mismos jornales de hambre a obreros, empleados y campesinos, y para hacerse unos a otros alcaldes y gobernadores”.
Más curiosa aún fue la adaptación de “Cenicienta”: la viuda de un terrateniente nombrado por el rey Duque de las Siete Chimeneas obliga a casarse con ella a su administrador, padre de Cenicienta. Maltratada por su madrastra y sus hijas, Ramona y Romana, Cenicienta acude al baile del hijo del rey gracias a los trabajadores del lugar, que sustituyen a las hadas de Perrault.
Solo el final será diferente: Cenicienta se niega a casarse con el príncipe, por ser de la clase privilegiada, hasta que el pretendiente renuncia al trono y juntos fundan un observatorio para ver las estrellas.
Solo Elena Fortún logró eludir las tentaciones partidistas de una lucha que tuvo un claro perdedor: el lector
Por su parte, el bando rebelde, fascista o nacional, empleaba armas similares con idénticos fines. Así, a finales de junio de 1938 se celebró en Pamplona un cursillo destinado a reformar la educación infantil y corregir una “falsa visión revolucionaria que quería arrebatar al alma de los niños todo aquel poso innegable que representan la historia, el lenguaje y la continuidad de un pueblo, fuera de la cual no hay cultura”.
De ahí a incentivar la publicación de revistas infantiles propagandísticas había un solo paso, y se dio con creces con la creación de la revista Flechas y Pelayos, en cuyo primer número (11 de diciembre de 1938) se definía así el propósito de la nueva publicación: “Boinas rojas y camisas azules, sonriendo a su nueva Revista, se preparan, con fraternal armonía, para cuando llegue la hora de luchar todos juntos por el engrandecimiento de España”.
Por lo que al libro infantil se refiere, en el bando fascista se crearon colecciones como Cuentos de Job o Cuentos de la niñez, que ofrecían títulos como Las aventuras del Ratoncito Pérez o Pinocho, rey de los narizotas (1938). Y pocos meses después de acabar la guerra, aparecía la Biblioteca Infantil: la Reconquista de España.
Su primer título, La historia del Caudillo Salvador de España (1939), no hacía prisioneros, presentando a Franco como “el Jefe de insuperable valor personal que menospreciaba el riesgo y no perdía jamás la serenidad” siendo además “el padre más cariñoso para sus soldados.”
También los niños se convirtieron en héroes de relatos de ambos bandos. Si los republicanos contaban con Rompetacones y Sidrín, creados por Antoniorrobles, los jóvenes del bando nacional se exaltaban con las heroicidades de Flechín y Pelayín. Solo Elena Fortún logró eludir las tentaciones partidistas de una lucha que tuvo un claro perdedor: el lector más jóven.