Te estás cargando el planeta, animal
El nuevo libro del profesor Mancuso indaga en cómo la botánica puede enseñarnos a crear ciudades más resistentes frente al cambio climático.
28 abril, 2024 02:10En tiempos de ansiedad ecológica, las editoriales han empezado a dar carrete a la madre naturaleza. Brotan así en librerías sensibles auscultaciones del fondo del océano, que ocupa el 70 % de la Tierra (James Nestor) o alertas por la desaparición de los insectos, que también son legión (Oliver Milman).
Fitópolis, del profesor e investigador Stefano Mancuso (Catanzaro, 1965), sube la apuesta proporcional: las plantas constituyen el 87 % de los seres vivos del planeta; nosotros, los animales, apenas el 0,3 y aunque muchas veces ni las vemos, ha llegado su turno.
El cambio climático que hemos desatado hará que amplias regiones del globo se vuelvan inhabitables y que la solución humana por defecto, migrar –animal significa “ser capaz de moverse”–, sea insostenible a medio plazo. Las plantas no pueden salir por patas, pero sí enseñarnos a resistir, y hasta a crear mejores ciudades.
Bajo esta premisa, las 166 páginas de Fitópolis retoman las ideas del botánico escocés Patrick Geddes en su entendimiento de la urbe como un organismo capaz de influir y, a su vez, ser condicionado por el medio en el que se asienta. Geddes, que publicó sus teorías en 1915 bajo el título Ciudades en evolución, no podía ni imaginarse lo rápido que se torcería ese intercambio.
Mancuso lo relata con brío. Un siglo después, nuestras megalópolis se han confirmado como un ecosistema en auge –desde 2007, más de media humanidad vive en ciudades–, voraces en su consumo de recursos. Las pensamos a nuestra imagen y semejanza, con su jerarquía de centro-cabeza y sus barrios uniformes, y las dotamos de unas condiciones tan homogéneas que casi se han independizado de la geografía.
El resultado es que sus habitantes, humanos o no, están obligados a mutar: las ratas de Nueva York están desarrollando perfiles genéticos por barriadas; la Crepis Sancta, una planta callejera, ha modificado sus patrones de reproducción en apenas 10 generaciones. Si eso es bueno o malo es difícil de determinar, pero especializarse en exceso te hace vulnerable, perfecto para la extinción.
De entre los apocalipsis urbanos, nos faltaba el del ADN. Esa veta de Fitópolis es tremendamente adictiva y presenta al lego conceptos tan fascinantes como plasticidad fenotípica, la adaptación de un individuo sin alteraciones genéticas, o efecto fundador, que no es otra cosa que la pérdida de variedad de una colonia al asentarse en un nuevo territorio. El problema viene en el último tercio, cuando toca hablar de soluciones.
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Resulta que tras tanto Darwin y tanto metabolismo, Mancuso prescribe ciudades autónomas, de escala reducida y sin tanta dependencia del centro, con menos coches y más árboles. Es decir, lo que cualquiera que se acerque a estas páginas ya pensaba de antemano.
Y aunque no por ser sabidas sean cosas menos ciertas, cabe anhelar mejor desarrollo de enunciados tan sugerentes como el que se atribuye a Geddes –y a Kropotkin, nada menos– al principio de estas páginas: que las penurias venideras no nos llevarán al todos contra todos, sino, en sentido opuesto, hacia la solidaridad y la cooperación. Te habían contado mal la ley de la selva. Anda que no había un libro ahí.