La fascinación que nos produce la obra de Paul Auster
'El país de las últimas cosas' me provoca añoranza; 'Ciudad de cristal', sorpresa; 'Leviatán' y 'Mr. Vertigo', admiración; 'El libro de las ilusiones', ternura...
Paul Auster, el flamante Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2006, y probablemente el escritor estadounidense más popular entre los lectores españoles, ha fallecido. Llevaba meses luchando contra un cáncer de pulmón, aunque las últimas noticias de mi colega Isabel Durán, que lo visitó justo hace un mes en Nueva York, eran que lo encontró bastante bien.
En cualquier caso la luctuosa noticia, pese a esperada, ha recuperado del desván de mis recuerdos algunos pasajes en los que el autor de la Trilogía de Nueva York desempaña un papel protagonista.
El primero de ellos tiene que ver con la publicación en España de su novela En el país de las últimas cosas, en la editorial Edhasa en traducción de Eugenia Ciocchini. Corría el año 1989, hacía tan solo unos meses que quien esto firma había comenzado a colaborar con el entonces Sábado Literario -antecesor de este actual El Cultural- que, dirigido por Blanca Berasátegui, se publicaba como una sección más del diario ABC.
[15 libros para comprender el universo literario de Paul Auster, el escritor que desafió al destino]
Deambulaba por las casetas de la feria del libro cuando para mi sorpresa y alegría me topé con un ejemplar de la referida novela todavía caliente, al estar recién salida de la prensa. Durante una estancia en Estados Unidos el año anterior, había leído los volúmenes de su trilogía y con el ímpetu propio de la juventud pedí -casi exigí- a Blanca publicar la reseña de aquella distopía escrita por un autor entonces desconocido en España.
Me permitió finalmente escribir sobre la novela en una columna -años más tarde tuve noticia de que en una tesis sobre el autor, se mencionaba aquella reseña como la primera sobre Auster publicada en la prensa española-, más por su natural bondad conmigo que por convencimiento sobre la importancia que llegaría a tener en el panorama literario internacional.
Unos años más tarde, no sé si en agradecimiento por aquel episodio anecdótico, me llamó para preguntarme si quería comer con Paul Auster, que estaba en España. Acepté con la misma alegría que se acepta un billete de lotería premiado y -como cuando las cosas están por salir bien, salen mejor- terminamos comiendo él y yo solos en el tristemente desaparecido Embassy de la Castellana en Madrid.
La historia del restaurante - durante la II Guerra Mundial miles de judíos se salvaron gracias a la cobertura prestada por el establecimiento- propiciaba un motivo de conversación, pero Auster, judío de nacimiento, no mostró incentivo especial en aquel asunto, confesando su total desinterés por asuntos religiosos y reconociendo que no recordaba la última vez que había pisado una sinagoga.
Le tenté con una invitación a visitar Pamplona durante los sanfermines y, para mi sorpresa, me dijo que ya los conocía porque había estado durante su juventud. Incluso había corrido en el encierro, y lo recordaba como una de las mayores locuras que había hecho en su vida.
Volvimos a coincidir en España en un par de ocasiones. La última de ellas cuando vino a nuestro país como receptor del Doctorado Honoris Causa que le concedió la Universidad Autónoma de Madrid en el 2022. Como no podía ser menos le mencioné la referida comida, y como era lógico su gesto y expresión manifestaban que cualquier atisbo de recuerdo que pudiera haber existido en algún momento se había desvanecido como niebla mañanera.
En cualquier caso, no he dejado de seguir la carrera literaria de Auster y, exceptuando su recientísima Baumgartner -sobre un catedrático emérito en la Universidad de Princeton, al parecer con toques autobiográficos-, he leído sus casi treinta obras y reseñado en estas mismas páginas buena parte de ellas.
Intento decantarme por una de ellas, pero me resulta imposible. El país de las últimas cosas me provoca añoranza; Ciudad de cristal, sorpresa; Leviatán y Mr. Vertigo, admiración; El libro de las ilusiones, ternura; Brooklin Follies, fascinación… y lo mismo con todos y cada uno de los títulos restantes.
Sus últimos años de vida fueron una auténtica montaña rusa de alegrías y desdichas. Tan trágicos como el diagnóstico de cáncer de pulmón en diciembre del 2022 fueron los terribles acontecimientos que rodearon la muerte de su pequeña nieta a finales de 2021. Por si fuera poco, la implicación de su primogénito Daniel convertía tan desgraciado asunto en otra distopía, pero no de su mejor novela, sino de la realidad más cruda.
El año y medio que ha pasado viviendo en “cancerlandia”, en expresión de su esposa, la también novelista Siri Hustvedt, también tuvo sus momentos dulces. El más importante de ellos el regalo que le hizo su bellísima hija, la cantante Sophie Auster, con el nacimiento de su nieto Miles el primer día de este año.
La profesional fotografía de su esposo Spencer Ostrander mostrando a Paul Auster tocado con un gorro negro para ocultar los efectos del tratamiento, asomándose al capazo del pequeño Miles, está lleno de humanidad, de ternura, de esperanza…
Más allá del legado narrativo todavía inédito, Paul Auster dedicó sus últimos meses precisamente a escribir cartas a su nieto Miles. “Para el abuelo, el nieto es una repetición del pasado, pero desde otra perspectiva más distante”, manifestó en entrevista una orgullosa y resuelta, pese a las circunstancias, abuela.