Lo hemos oído o repetido un millar de veces. “Era solo sexo”. El mantra exculpatorio, la frase disuasoria para alejar cualquier atisbo de responsabilidad afectiva. Son las relaciones en tiempos de Tinder. Las citas perfectas de una sola noche. El guion mágico al que atenerse, como actores de una misma película, para conseguir un objetivo de satisfacción inmediata.
Pero, ¿y después? Tenemos toda la información y la libertad a nuestra alcance —desde el poliamor o las múltiples formas de relacionarse hasta las aplicaciones de ligoteo—, y, sin embargo, ¿sabemos de lo que hablamos cuando hablamos de sexo?
“La cultura de ligue y sexo a la fuga, que internet ha propiciado tan abundantemente en los últimos años, anima a sus practicantes a convertir su actividad sexual en algo muy parecido al porno o a un estudio científico: simples operaciones físicas sobre las superficies cóncavas y convexas de un cuerpo humano”, arguye el reconocido psicoanalista Darian Leader (Alameda County, 1965) en su lúcido ensayo Nunca es solo sexo (Sexto Piso). “Pero el dolor, la pena, el remordimiento y la sensación de vacío que acompañan a esos picos de excitación nos muestran que es mucho más lo que se pone en juego”.
Autor de títulos como El robo de la Mona Lisa, Estrictamente bipolar o ¿Por qué no podemos dormir?, entre otros, en su último trabajo el profesional de la salud mental desecha la idea de la sexualidad como fuerza animal que emana de nuestro interior y busca liberarse, y recorre el camino inverso al psicoanálisis.
“Lo que nos empuja a buscar sexo es algo mucho más complejo que un simple motor endógeno y tiende a responder más a procesos sociales", sostiene Leader, que indaga en la causa no sexual de nuestros actos, y no al revés, a partir de su experiencia analítica y de investigaciones históricas, referencias culturales y casos prácticos.
Primera regla para sobrevivir
El sexo, dice este experto, va de mucho más que solo sexo: “Va también de historia, de socialización, de preocupación, de culpa, de venganza, de violencia, de amor. Cuando presuponemos que solo va de placer y satisfacción, no estamos viendo lo que tendríamos que ver para replantearnos lo que el sexo es y lo que podría ser”.
Parafraseando a Groucho Marx: ¿por qué lo llaman sexo cuando quieren decir todo lo demás? Para el psicoanalista, es inevitable ver, por ejemplo, cierta conexión entre sexo y violencia, peligro y dolor. También de un miedo y una culpa inculcados durante siglos por la cultura y la moral religiosa. “Estas fuerzas culturales son tan potentes que, incluso hoy en día, cuando los jóvenes ven a una pareja que se disponen a tener sexo en una película de terror, entienden enseguida que están asistiendo al preludio de la muerte de aquellos pobres incautos”.
Se refiere, sin duda, a la primera regla de oro en Scream. Para poder sobrevivir: “No tengas relaciones sexuales”, decía el personaje de Radny Meeks (Jamie Kennedy) a mediados de los 90. ¿Casualidad? Incluso hoy, “en una época informada e ilustrada” como la que vivimos, señala el experto, “por mucho que la educación sexual y la moral aparente hayan cambiado, el sexo sigue estando considerado como una transgresión punible”.
Un deseo moldeado por el tabú
Para Leader, como buen psicoanalista, muchos de los modos que tenemos de experimentar el sexo en nuestra edad adulta tienen que ver con la forma en que nos han educado durante nuestra infancia y con la censura que envuelve todo lo relacionado con este tema. “Si los niños juegan a matarse unos a otros, nadie pone objeciones, pero si juegan a algo sexual —argumenta—, casi siempre reciben una reprimenda, como si el homicidio fuese más aceptable”.
De hecho, incide, cuando los cómics para niños empezaron a popularizarse en la década de los 30, “enseguida se censuraron en ellos las imágenes de mujeres ligeras de ropa torturadas por los malos: lo que se hacía era añadirles más ropa a los cuerpos femeninos, pero sin tocar un ápice de las torturas a las que estos estaban siendo sometidos, como si la violencia tuviera cierta fuerza censora por sí misma”. Pero, no se trata tanto, explica, de que se imponga un tabú cultural sobre el deseo como de que "el deseo mismo es moldeado por el tabú”.
Los estudios que cita Leader demuestran, además, cómo la frustración, el peligro, la inquietud, la angustia o, incluso, la pena, generan excitación sexual. Ya Ovidio había observado muchos siglos antes “que los juegos de gladiadores eran el escenario perfecto para el inicio de amoríos y aventuras pasionales”. También la ira o el enfado son un motor, “igual que las discusiones de pareja son muchas veces un preludio”.
Los códigos culturales
Pero, ¿qué hay detrás de nuestros gustos e inclinaciones? “Los códigos culturales —apunta Leader— nos indican a grandes rasgos qué podemos hacer, con quién y dónde, y establecen secuencias en las relaciones sexuales; pueden inducirnos, pues, a descartar a ciertas personas como parejas sexuales y a admitir a otras, igual que pueden decirnos que besar es el primer paso correcto en un encuentro sexual en según qué culturas, pero puede hacer que lo consideremos extraño o incómodo en otras”.
Al contrario que los códigos intrapsíquicos, que vienen determinados por las circunstancias de la crianza individual de cada uno, y que pueden determinar, por ejemplo, el miedo al compromiso, estos códigos culturales determinan nuestros gustos eróticos o incluso los ruidos y sonidos que reproducimos. Hasta el punto de que, por ejemplo, durante el siglo XVII, “era habitual que las persona que estaban haciendo el amor aplaudieran en momentos de intenso placer”.
Junto a todo eso, la cultura también determina las secuencias que podemos seguir o los posibles lugares. “Curiosamente, los trenes fueron en tiempos unos espacios muy sexualizados, y en el extraordinario catálogo de Joseph Weckerle con las 531 posturas posibles para el coito humano, cada una de ellas se acompañaba de un signo que indicaba si era adecuada para practicarse en un compartimento ferroviario o no”, comparte.
La construcción del orgasmo
Aunque algo disperso, en su ensayo, el autor nos habla de cómo estas pautas o guiones determinaron también nuestra cultura actual. En la célebre escena de Cuando Harry encontró a Sally (1996) en la que Meg Ryan simula un orgasmo en medio de una cafetería frente al personaje de Billy Crystal, al terminar una comensal pide: “Tomaré lo mismo que ella”. Fue a finales del siglo XX, cuando el orgasmo comenzó a convertirse en parte central de muchas conversaciones.
“El sexo adquirió aquí cierta estructura aristotélica, como si se tratara de algún tipo de representación teatral o drama, aunque sin la presencia de la categoría de obstáculo que los teóricos de la dramaturgia consideraban necesaria para que las tramas funcionasen bien en escena. Y, como en una obra de teatro, las emociones y los estados de excitación también podían (y hasta puede que tuvieran que) fingirse”. Lo que vino asociado, por su parte, a fuertes sentimientos de culpa y de fracaso.
Pero entre otros temas de imperiosa actualidad, Leader reflexiona sobre la construcción cultural de conceptos como lo heterosexual u homosexual, sobre la sumisión en la mujer o la violencia y sobre la relación de los hombres con el sexo. También sobre el consentimiento: “Muchos dicen que pedir ese permiso expreso enfría la libido”, señala.
En este sentido, añade, “la primera escena de sexo entre Marianne y Connell en Gente Normal [de Sally Rooney] tocó la fibra de muchos lectores de la novela —y espectadores de la serie— porque el consentimiento y el respeto estaban bien integrados con el fluir del sexo sin necesidad de introducir ningún tipo de interrupción externa”.
Para el psicoanalista el tema del consentimiento va mucho más allá, si tenemos en cuenta que hay otros factores, aparte del deseo, que lo determinan. Como en el famoso episodio de Girls, ‘American Bitch’, donde la protagonista de la serie acudía a casa de un prestigioso escritor acusado de acosar a sus alumnas, y acababa sucumbiendo a sus encantos, atraída por la admiración que su escritura despertaba en ella. Las zonas grises, lo llamaba la guionista, directora y actriz Lena Durham.
“Una persona puede decir que sí a muchísimas cosas que no tiene ganas de hacer solo para sentirse valorada y digna de ser amada —señala Leader—, y este es posiblemente un elemento central de la mayor parte de la práctica sexual. Pero, como bien apuntaba la activista Amber Hollibaugh, ‘nadie puede decir realmente que sí sin saber si puede decir que no’”.
Y es que el sexo, como concluye Leader, nunca es una sola cosa. Las mismas acciones pueden tener significados totalmente distintos según las personas y sus culturas, o en el caso de un mismo individuo, según los momentos de su vida.