"La vida se convierte en una ficción insostenible, porque en algún momento hay que salir del barrio a enfrentar la bestia y, cuando se pierde la costumbre de lidiar, la bestia se vuelve más salvaje. Los que enfrentamos a la bestia a diario tenemos esta carcasa que nos hace resistentes", escribe Margarita García Robayo (Cartagena, 1980) en su libro El afuera (Anagrama).
Robayo es colombiana, pero ha hecho muchas mudanzas en su vida, ha tomado muchas notas y describe el mundo con una precisión sintética que deja una sensación de profundidad desconcertante. "Todo lo que es de todos, el espacio público, es el afuera. El mundo privado que uno se construye para sí mismo y para la gente que le importa, es el adentro. Y Nada que exceda ese pequeño espacio privado importa realmente", explica la autora. Este ensayo breve relata un mundo defectuoso porque mezquino, egoísta, individualista, donde las familias se construyen alrededor de una isla para protegerse de los demás. El mundo exterior se ha convertido en un enemigo, una "bestia desatada".
El afuera describe la violencia de las ciudades, provocada por la desconfianza del espacio publico. A través de una familia que está obligada a encerrarse por la amenaza de un virus, Robayo reflexiona sobre las dificultades más sutiles del vivir, la crianza, los niños, los traumas, la construcción de la memoria, el miedo a lo desconocido. Las estructuras de la ciudad toman posesión del control de la vida de las personas. "Si quieres quedarte, tienes que seguir la simulación. Todo lo que se desprende se vulnerabiliza, se rompe".
Simultáneamente, sin darse cuenta, sigue reflexionando sobre la misma bestia en Alegría (Páginas de Espuma), un cuento ilustrado que acaba de tomar vida. En el medio de la selva colombiana, Robayo denuncia las sociedades que determinan los destinos de quienes la habitan por el lugar social en que uno nace.
Una portada amarilla brillante que desprende la misma alegría del título se contrapone con la oscuridad que relata a su interior. Exactamente como las estrellas pintadas en las carreteras que abren el cuento. Un homenaje terrorífico a cada muerto en esa ruta. El mundo que describe Robayo es el que vivimos todos los días, pero nos lo enseña desde una mirada diferente destacando esas pequeñas violencias que no estamos acostumbrados a percibir.
La bestia hambrienta
"El afuera era lo mismo y nos acechaba por igual: metía la cabeza por la ventana, tiraba mordiscos, se llevaba cachos de carnes, de personas", relata la escritora, con mucha crudeza. Robayo ha estado durante mucho tiempo observando el mundo que la rodeaba. Huyó de Colombia joven y se instaló en Buenos Aires (Argentina) para buscar un mundo mejor. Todo lo que transita se transforma en libros. El afuera, en realidad, son las notas formuladas a lo largo de mucho tiempo, precisamente desde que nacieron sus hijos. "Ser madre me amplificó la mirada. De repente empecé a detectar un patrón, una molestia permanente que tenía que ver con habitar el afuera".
En una antigua cafetería de Madrid, la escritora cuenta su juventud en bicicleta vagando por un barrio lleno de vagabundos y borrachos, saltándolos, rodeándolos, como si fueran piedras. "Recuerdo intentar hacer lo mismo con un carrito de bebé. Pero allí me di cuenta de que la ciudad es intransitable en muchos sentidos", afirma con amargura. Las plazas detonadas y descuidadas generan desconfianza. Nadie se preocupa del entorno y de los demás que lo habitan. Allí fuera, los habitantes se vuelven egoístas, aterrorizados de lo desconocido.
Sin embargo, "este ensayo no plantea una solución", afirma plenamente consciente de su texto plagado de contradicciones. "No tengo ninguna certeza, pero creo que estamos ante una situación bastante irremediable". Robayo señala el entramado urbano que genera exclusión y violencia, pero quiere reflexionar sobre este como la manifestación de un malestar. "Hay un abandono y una falta de solidaridad generalizada del cuerpo en conjunto con la gente".
El afuera dibuja el mundo conflictivo que obliga a tomar una posición, frente a situaciones ambiguas. Colorea las zonas grises que fatigamos a mirar con los ojos velados por las estructuras que la sociedad nos impone. "La situación de los inmigrantes es conflictiva. La gente no quiere protegerlos porque son enemigos que vienen a llevarse lo nuestro. Pero en otra época, esos inmigrantes hemos sido nosotros", explica a propósito.
Todas estas circunstancias han creado el espacio publico y privado. Un afuera amenazante y un adentro cerrado con llaves. "Con la pandemia se cristalizó esa fobia. Fue la puesta en escena de lo que venía pensando desde hace mucho tiempo". Según ella, nunca estuvo más presente esa amenaza del afuera, como algo que nos aterra, como en ese momento. La bestia de Robayo a veces cobra forma de virus, otras de inseguridad, otra de delincuencia: "Es todo lo que supone un peligro para un individuo que elige transitar el espacio publico".
Un hueco vacío es una tumba
Este espacio público sigue siendo amenazante, incluso en (la) Alegría, aunque toma formas diferentes. Robayo cuenta la sociedad latinoamericana profundamente segmentada que genera miedo. Habla de Cartagena, una ciudad que te envía facturas de aguas evidenciando tu clase social y de la selva, donde encajas solo con las personas de tu mismo rango. La desigualdad es el gran tema de fondo que genera la determinación de la vida, la mirada, las elecciones.
Aunque la escritura de Robayo no propone soluciones, esta entrega esperanza. "Creo que la única manera para salir del sistema es romperlo. Ojalá no fuera así, pero los sistemas de nuestras sociedades son difíciles de modificar". A Robayo no le interesa culpabilizar a nadie. El gobierno, el capitalismo, nosotros mismo, da igual. Pero quiere evidenciar que "no hemos sido capaces de revertir una situación que nos condena a nacer y morir exactamente en el mismo lugar salvo que tomes decisiones drásticas, como irte". Así es la suerte de una de la protagonista de este segundo libro. Yoli, destinada a lo más bajo, huye al monte para construir un país distinto desde allí. Rompiendo el sistema, torciendo y saliendo de la naturaleza.
"La igualdad no es posible cuando tenemos tan claro cuál es el lugar de cada quien dentro de un mundo que compartimos, igual que la justicia". Según ella, este es el punto de inflexión. Hay un momento en que la igualdad es posible, cuando no hay consciencia del entorno. La escritora vuelve a confiar en el núcleo primitivo que generó todos estos relatos: los niños. "La inocencia es una hoja en blanco. Cuando cae esa edad, empezamos a ser conscientes del lugar de cada quien en el mundo. Allí se rompe la igualdad". La hoja en blanco se marca fácilmente, absorbe cualquier color. Por esto, explica la escritora, "un niño es más propenso a traumatizarse que un adulto y no tiene recuerdos auténticos".
La vida es una como una caja china, así como la misma escritura de Robayo. "Cuando terminé de escribir, la única manera para meter todas estas reflexiones dentro de un mismo envase, fue comprimirlas en varias capas. Nunca la vida es una sola cosa. En el medio pasan tantas cosas que es difícil hacer un relato lineal". Al final, como afirma Yoli, en Alegría: "Uno puede llenar el hueco de historias y las historias de más huecos y esos huecos de más historias: la vida es una historia que contiene otra y que contiene otra. no está condenado a una sola historia, el hueco hay que llenarlo, un hueco vacío es una tumba".