Tania Tervonen (1973) nos atiende desde un hotel en Bosnia Herzegovina, donde asiste al festival del libro para la publicación de su novela anterior, Las sepultureras, Premio Libro del Año 2023 en la categoría no ficción de la asociación de las librerías de Madrid. Nada extraño con una autora medio finlandesa-medio francesa, que creció en Senegal y que sigue viajando a los confines del mundo para no solo presentar sus obras sino trabajar de periodista y traductora.
En España, acaba de publicar una segunda novela, Los rehenes, en la editorial Errata naturae, traducida por Iballa López Hernández. Tania Tervonen, que estudió Literatura, Traducción e Interpretación, comenta que le gusta que sus lectores sientan el mismo desconcierto que un traductor cuando se enfrenta a temas de los que quizá jamás haya oído ni hablar.
Los rehenes parte del robo del tesoro del rey Hadj Oumar Tall por un coronel francés en Segú, ciudad de África Occidental, en 1890. ¿Saben a qué me refiero? Pues la sorpresa será mayor al descubrir que, con el famoso botín, el coronel se llevó a los niños del rey, separándolos a la fuerza de su entorno y «trasplantados» en Francia.
La trama no solo cuenta el recorrido de esos valiosos objetos, entre ellos un importante sable con el que luchó el joven niño para defender a su madre en 1890, sino que la autora reúne también multitud de personajes y conversaciones inolvidables que hacen de esta novela un cúmulo de situaciones apasionantes.
Pregunta. Periodista en el terreno, inquieta, viajera, aventurera... ¿Ha heredado ese valiente espíritu de la infancia que pasó en Senegal?
Respuesta. ¡Qué barbaridad! Yo no me veo así para nada. Es cierto que la vida que he llevado ha influido en la persona en la que me convertí de mayor. Pero esta forma de vivir es la que me gusta. Lo que sí soy es tremendamente curiosa. Aunque no estudié Periodismo, sino Literatura, Traducción e Interpretación, en París, me encanta el periodismo de terreno. Meterme en universos que no conozco y en los que tengo que entender los desafíos. Un poco como mi trabajo de traductora e interprete, ya que nos encontramos ante temas desconcertantes de los cuales no sabemos nada.
P. En Los rehenes, el narrador explica que fue paseando por las salas del Museo Branly, en París, que descubrió el botín del rey Hadj Oumar Tall. ¿Así fue cómo le vino el tema de su novela?
R. No del todo. Cuando yo fui al Museo Branly ya había empezado la investigación. El verdadero punto de partida fueron las declaraciones de Emmanuel Macron en octubre de 2017, durante uno de sus viajes a Burkina Faso, en las que afirmó que en cinco años quería devolver el patrimonio africano robado por Francia. Esa declaración, absolutamente inesperada, causó un revuelo descomunal.
»En el mundo de los museos, todos reaccionaron enseguida de forma virulenta ya que eso suponía vaciar los museos que exponían obras coloniales. Declararon que eso era impensable ya que, decían, en África no había museo, no sabían hacerse cargo de su patrimonio, no entendían su valía. ¿Se da cuenta? Toda una serie de “imaginerías”, de clichés, que seguían subsistiendo desde la historia colonial y que surgieron de repente, 130 años después. En Francia, se seguía pensando que los africanos eran incapaces de ocuparse de los objetos que habían creado ellos mismos.
»Una contradicción que me chocó. ¡Toda esta gente jamás hubiera osado exponer abiertamente esas ideas que, sin embargo, resurgían sin filtro! Para mí, eran propósitos racistas. Pero no para ellos. Quizá fuera mi pasado senegalés, yo soy incapaz de pensar de esta manera. Es como si vislumbrara a la sociedad francesa con una mirada que no es francesa.
»Me di cuenta de que la historia colonial sobre la que es tan difícil hablar aparece en los objetos. Pensé que trabajar la historia de esos objetos podría ser una manera de abordar la historia colonial, permitiendo tocar algo de esta herencia francesa.
P. Usted dedica varios años a la escritura de Los rehenes, novela que en sí acumula una gran carga histórica. Cuéntenos cómo organizó y elaboró esa investigación para la redacción de la novela.
R. Yo no soy historiadora de arte, tampoco sabía nada de museos, por tanto, empecé a leer sobre la historia de estos objetos que conozco algo por haber vivido en África. Empiezo a seguir las clases de Bénédicte Savoy en el Colegio de Francia. Da clases sobre una temática que llama “la translocación de los objetos” y que explica lo que ocurre con las obras de arte cuando son desplazadas de su lugar de origen, de un museo a otro, de una cultura a otra... Me pareció interesantísimo todo lo que estos objetos vehiculan en sí mismos. Más adelante, cuando escogí las piezas sobre las que iba a trabajar, ya me desplacé al Museo del Quai Branly para investigar.
P. Por tanto, no es casualidad que eligiera este tesoro en particular habiendo usted sido educada en Senegal. ¿Es un rey importante y conocido de la población?
R. En Senegal, todo el mundo conoce su historia, que se estudia en los colegios. Era consciente de lo que representaba para los senegaleses. Además de mi propia experiencia senegalesa, al hablar wolof sabía que me ayudaría a conversar con los locales y familiares del rey. De alguna manera, aunque no pudiera escapar a mi imagen de blanca, tenía algo en común con ellos.
»Los objetos de este tesoro no están expuestos en el museo del Quai Branly. Cuando fui a verificarlo, me senté en un banco y me puse a mirar a los visitantes del museo. Entonces descubrí a esa joven pareja de la que hablo en el libro, que dijeron ese día “seguro que estas joyas fueron robadas en su momento”.
»Descubrí que ese pensamiento ponía el tema sobre la mesa. Estaba en un museo, delante de obras desconocidas totalmente por los visitantes y sin el menor cartel explicativo. Es normal que los franceses no sepan nada de esa historia colonial cuando en realidad tiene tanto que ver con Francia. Siempre se les ha dicho que es la historia de África, de un país lejano, de una civilización apartada, cuando, en realidad, es su propia historia.
P. ¿Piensa usted que esa mirada francesa está empezando a cambiar? Hace dos años se otorgó el premio Goncourt al Senegalés Mohamed Mougbar Sarr, por ejemplo.
R. Es verdad que hay un cambio en los museos desde hace cinco años. Los conservadores son conscientes de que las preguntas empiezan a plantearse. Saben que hay que hacer algo con esos botines africanos, exponerlos de forma diferente, aunque no sepan cómo. Ahora vienen conservadores africanos que aportan un valioso conocimiento. Asimismo, en África se están construyendo museos que albergan preciosas joyas, obras coloniales, para acrecentar el turismo.
P. ¿Qué descubrió durante los años de escritura de su novela?
R. Lo que nunca me hubiera imaginado es hasta qué punto la historia colonial es tabú en Francia. Sabía que era difícil hablar de ello, pero no hasta ese punto. Cuando contacto con el colegio Janson de Sailly, en el que estuvo inscrito el hijo de Hadj Oumar Tall, por ejemplo, me contestaron de una forma muy sospechosa, planteándome todo tipo de preguntas. ¿De qué tenían miedo? En ese momento, me di cuenta de que la historia de las colonias sigue despertando temor.
»Una vez que el libro se publicó, fui a Dakar y mi editor llamó al Instituto Francés, que no quiso hacer un encuentro alrededor del libro. La desconfianza se desvaneció un poco cuando leyeron el libro, pero tampoco quisieron correr el riesgo. Me sigue pareciendo extraño, porque ahora que estoy en Bosnia-Herzegovina, me ha invitado un festival en el que resulta que el Instituto Francés colabora. Esas reacciones me empujan a hablar de ello. El hecho de que siga existiendo ira no significa que no debamos expresarnos sobre los hechos, sobre la cólera, sin tener que quemar coches, ni usar la violencia.
P. En esta historia no solo habla usted del botín robado, sino que ese coronel se lleva a un hijo del rey y a una niña. ¿Qué tienes que decir sobre esos niños? ¿Qué cree que significaba que alguien pudiera arrebatar así a un ser humano?
R. Para mí fue un verdadero desconcierto. Se llamaba Abdoulaye. La historia se me hizo más patente cuando descubrí las cartas de Abdoulaye en los archivos. Creo que ese fue el momento en el que, al menos para mí, toda la violencia del periodo colonial salió a la luz de la forma más cruel. Y, sobre todo, el legado de esa historia en la sociedad actual.
»En esas cartas narra que durante un viaje que hizo a Senegal la población le trató con verdadero desprecio. Comenta cómo le insultaron, le hablaron, y tuve la impresión de que era una carta que podría haberse escrito hoy en día. Me pareció no sólo violenta, sino también muy triste. Es triste que estemos donde estemos, 130 años después. Y luego me di cuenta de que fue una alegría encontrar esa voz del pasado. Abdoulaye no fue el único niño robado, hubo muchos otros que fueron secuestrados. Por eso he reproducido íntegramente esa larga carta.
P. ¿Qué significa alejar a un niño de su cultura, de su familia, de su lengua?
R. La idea del desarraigar de estos niños fue mayor cuando descubrí que nunca pudieron volver a su propia cultura. El objetivo del gobierno francés fue aislarlos de tal manera que luego su comunidad nunca les aceptó de vuelta. Esa fue la verdadera violencia.