Hoy vamos a seguir las huellas de Lemuel Gulliver, el infatigable y sufrido viajero de Jonathan Swift. Ya en el título original del libro se nos dice que fue primero cirujano y luego capitán de muchos barcos, con lo que podemos esperar aventuras, coscorrones y naufragios.
Como hay mucho que ver, no nos entretenemos más en presentaciones. En primer lugar nos podemos dirigir a Liliput que, según dicen, podría estar cerca de la actual Tasmania. Tanto esta isla, como su vecina Blefuscu, están habitadas por personas de estatura un poco menor a un palmo, y todos los demás elementos de la isla, animales y plantas principalmente, se ajustan a la misma proporción, que viene a ser una décima parte de lo habitual.
La capital de Liliput es Mildendo, y se proyectó en forma de cuadrado. Cuenta con aproximadamente medio millón de habitantes y es similar en todo a una ciudad británica del siglo XVIII, salvo quizás en el servicio de bomberos, pues Gulliver tuvo que sofocar un incendio orinando sobre un barrio, lo que supuso curiosas y desagradables consecuencias. Debemos advertir a los viajeros que Liliput y Blefescu se hayan en guerra debido a una controversia sobre el modo de cascar y pelar los huevos cocidos, por lo que, apesar del reducido tamaño de los habitantes, es conveniente tomar las precauciones habituales para los escenarios bélicos.
Como segundo destino, y si no le hemos cogido miedo a los barcos, podemos ir a Brobdingnag, donde viven los gigantes, de aproximadamente veinte metros de altura. Después de haber estado con los diminutos lilipuitienses puede que nos cueste un poco acostumbrarnos, pero los gigantes no son mala gente. El problema suelen ser los animales, en especial los monos, los perros y las águilas.
Brobdingang es un país montañoso, y su capital es Lorbrulgrud. Se dice que se encuentra a mes y pico de viaje desde las islas Molucas. También aquí los animales y las plantas guardan la proporción de diez a uno respecto a lo normal en nuestro mundo, y eso es un verdadero problema, porque ya os podéis imaginar cómo son las moscas, y especialmente las avispas. Insisto: el repelente de insectos, el mejor que haya, es imprescindible en esta etapa de nuestro viaje.
En nuestro tercer destino, si hemos conseguido salir vivos del anterior, porque no todo el mundo tiene la suerte de Gulliver, podremos conocer Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib y Japón. Aquí hay que explicar que Laputa se llama también así en el original inglés, y que aunque a veces en español se haya traducido como Lupata, por razones fáciles de imaginar, esa traducción es totalmente inadecuada, puesto que Swift sabía algo de español y, como irlandés, tenía muy buenas razones para ponerle ese nombre a la isla que quería equiparar con Gran Bretaña.
Laputa es una isla voladora que provista de una base de diamante y se mueve por magnetismo sobre Balnibarbi, una tierra compuesta del material que repele al diamante y consigue mantenerla en el aire para que pueda ser dirigida a voluntad por sus gobernantes. Precisamente por eso, no es fácil de encontrar, porque no tiene un plan de vuelo determinado y puede estar en cualquier parte, dentro de su zona de desplazamiento. La mayor curiosidad de sus habitantes es que pierden el hilo cuando hablan y deben ser ayudados por golpeadores, o espabiladores, que los devuelven a la realidad cuando se atontan demasiado.
Recomendamos, pues, si se visita esta isla, no quedarse demasiado tiempo mirando la pantalla del teléfono, no vaya a ser que venga alguien a darnos un golpe o un empujón, pensando que lo necesitamos para volver a la vida consciente.
Las mujeres de la isla voladora, hartas de sus hombres sosos y su comida insípida, tratan a menudo de escapar a Balnibarbi, el continente, donde recomendamos al viajero comprar cualquier cosa menos ropa, porque parece ser que está toda mal diseñada y mal cosida, con mangas y perneras de distinto tamaño, botones que no encajan en sus ojales y otros defectos parecidos.
Posiblemente Balnibarbi sea un trasunto de Francia, pero dejamos el parecido o diferencia a la interpretación del viajero. También es reseñable, para los que estén pensando en hacer un viaje de estudios, la Universidad de Lagado, donde se devanan los sesos y consumen tiempo y dinero grandes grupos de académicos empeñados en investigaciones ridículas, como la extracción de rayos de sol de los pepinos, la fabricación de almohadas con losas de mármol ablandado y una peculiar rama de la criminología, consistente en determinar quién es un asesino por el olor de sus excrementos.
Así que si a algún viajero se le acerca uno de estos policías olfateadores, que no se alarme: sólo trata de determinar su honradez. Desde allí, con un poco de buena fortuna, se puede llegar a Glubbdubdrib, donde la gente es inmortal. Pero tampoco es que sea un sitio muy recomendable, porque inmortal no quiere decir oven, y todo el mundo envejece y sufre achaques hasta el infinito, así que más que un paraíso parece más bien una cámara de torturas. Dicen que a los habitantes les sucedió tal cosa por no leerse bien la letra pequeña del contrato que les propuso un mago para obtener la vida eterna.
Además, cuando cumplen ochenta años, se les considera legalmente muertos y ya no tienen derecho a nada, lo que no ayuda a mejorar las cosas. Japón lo pasaremos por alto, porque para Swift era casi un lugar imaginario, pero mucho nos tememos que lo añadió en un intento de otorgar carta de realidad al resto, mezclándolos con un país remoto pero conocido.
Por último, proponemos viajar al país de los Houyhnhnms, lo que viene a ser un relincho escrito en inglés. Allí viven unos seres con forma de caballo que esclavizan a unos humanos a los que llaman Yahoos, que es como se dice humano en lengua Houyhnhnmsa. El resto de humanos no son muy bienvenidos allí, pero a quien le guste vivir en una cuadra y tirar de un carro, se sentirá encantado de visitar este país verde y de amplias praderas.
La obra de Swift se convirtió en un éxito inmediato nada más ser publicada, y desde entones ha vendido millones de ejemplares en más de setenta lenguas. A pesar de que hoy en día ya no entendemos algunas referencias, con insultos personales incluidos y caricaturas que fueron muy reídas en su momento, la obra sigue siendo hiriente, divertida, y profundamente irrespetuosa, especialmente con Inglaterra, su corte, sus científicos y esa parte del mundo académico, hipócrita, corrupta y engreída, en la que se llaman sabios unos a otros a fuerza de citarse mutuamente.
Esperemos que nuestros viajeros sean capaces de hacer más amigos de los que Swift hizo nunca con esta y alguna otra obra en la que proponía, por ejemplo, varias recetas para guisar niños irlandeses para acabar así con el hambre. La mejor y más grande verdad, casi siempre se dice en broma, y no le gusta a nadie. Por algo Swift, en su testamento, dejó sus bienes para patrocinar la construcción de un manicomio.
Dejó lo suyo, para los suyos. Y se fue.