Como dice Herman Melville en su inmortal Moby Dick todos los caminos llevan al mar. Inconscientemente, el ser humano ha convertido el “gran azul” en el centro de las sucesivas civilizaciones, de su actividad comercial, de su cultura y, por qué no, de sus miedos. Pero hay algo que, seguramente por sus lejanos orígenes, le sigue atrayendo atávicamente.

Por eso a Ismael cada vez que la boca se le torcía en una mueca amarga, cada vez que un noviembre húmedo y lluvioso se le posaba en su alma, cada vez que se detenía, a pesar de él mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres y cada vez que se sentía dominado por la hipocondría comprendía que había llegado el momento de hacerse a la mar.

Partimos, arrastrados por la derrota firme de cinco títulos, hacia las corrientes y hacia el horizonte inalcanzable. Espejismos que nos cambiarán la forma de ver ese mar en el que estos días no solo atracan nuestras vacaciones, también nuestras ganas de conocimiento y de fantasía. Tras su lectura, comprenderemos un poco mejor qué significan las Ítacas.

Ulises y las sirenas. Pintura de Léon Belly. Detalle.

Historia del mar. Alessandro Vanoli. Ático de los libros

“Al principio era un agua oscura, nauseabunda, agitada por olas gigantescas. Hace cuatro mil millones de años, la Tierra debería ser más o menos así: no había nada respirable, nada potable y, sin embargo, el mar ya estaba allí”.

En muy poco tiempo, este libro se ha convertido en la Biblia de los océanos. Vanoli ha compendiado toda la historia de los mares y volcado cientos de horas de investigación en torno a su movimiento, sus formas, sus profundidades y sus relieves. También de cómo el ser humano se ha enfrentado a él en los distintos puntos del globo a través de las guerras, el comercio, las exploraciones y las conquistas.

Ineludible resulta para el historiador la Odisea, “el primer poema del mar” que aborda las aventuras y desventuras de “aquel varón ingenioso” llamado Ulises que “sufrió en su corazón muchas penas, sobre el mar, luchando por su vida y la vuelta de sus compañeros”.

Vanoli da la vuelta al mundo persiguiendo el horizonte a través de mares y océanos (Mediterráneo, Atlántico,  Pacífico, Índico…) y de las culturas que los han “recreado” como la Griega, la Romana o la Vikinga. También de las criaturas que los habitan como las Ballenas y los Tiburones o leviatanes fantásticos como el Kraken.

Especial protagonismo tiene en este volumen la “odisea” de Cristóbal Colón y la época que nacía con él, protagonizada poco después por figuras como Vasco de Gama, Magallanes y Elcano, Núñez Cabeza de Vaca, Américo Vespucio y la inevitable batalla por los mares de España y Portugal. La Armada Invencible, piratas y corsarios, la Rosa de los Vientos, el tratado de Tordesillas, el imperio desde la Casa de Contrataciones de Sevilla…

Todo el mar y su historia (incluida instrumentación, faros, banderas...) atracados en este volumen que no se olvida de su plasmación creativa. Desde personajes como Simbad el Marino o Robinson Crusoe a autores como Josep Conrad a Kipling, Allan Poe, Hemnigway, Salgari y Julio Verne.

Pero volvamos a Moby Dick. Señala Vanoli: “No es una novela. Es algo más, algo diferente. Es el relato de una caza salvaje y de una obsesión”. Y atención a navegantes, el historiador sentencia que “es en la oscuridad de los abismos donde los océanos muestran su verdadera identidad”.

Insula Fortunata. Houghton Library

Un inmenso azul. Patrik Svensson. Asteroide

Una auténtica delicia literaria de temporada veraniega. Coincide esta entrega del siempre solvente autor de El evangelio de las anguilas con el boom de libros sobre el mar. Svensson la subtitula con precisión: El mar, el abismo y la curiosidad humana. Se zambulle en las aguas literarias para desvelar secretos del “inmeson azul” y también del interior del ser humano.

“Hacerse a la mar siempre ha sido una metáfora de la búsqueda de lo desconocido -señala el periodista sueco-. Quien sale a navegar con rumbo al horizonte parte hacia algo nuevo e ignoto. Deja atrás todo lo que sabe y le es familiar, dispuesto a perderlo todo para poder ver otras cosas”. Y es que en su momento lo desconocido se situaba, literalmente, más allá del horizonte. El mar “ahoga el rastro”, como sentencia Melville en Moby Dick.

Pero, señala Svensson, lo que el mar te da, el mar te lo quita. “Por cada antiguo navegante que lograba cruzar el océano y llegar a nuevas tierras había otro que naufragaba. Así es como el autor recorre la peripecia de personajes como Cristóbal Colón, Enrique el Navegante, Pietro Querini, Fernando de Magallanes, Francis Ally Olmsted…

El mar se convertía así, como entendió Melville, en el telón de fondo de las grandes historias, aquellas que indagaban en el papel del ser humano en el mundo. Por eso el leviatán blanco, Moby Dick, tenía que ser un cachalote, la criatura más desconocida y misterioso del “inmenso azul”.

También encontramos némesis del ser humano en el calamar gigante de Veinte mil  leguas de viaje submarino, de Julio Verne, o el tiburón que lucha contra el Orca de Steven Spielberg. “Quien deja caer su escandallo al fondo busca ante todo conocimiento, pero ese conocimiento no tiene mucho valor si no se suma al conocimiento de otros”, reflexiona Svensson.

Finaliza Un inmenso azul analizando el legado de la bióloga marina Rachel Carson, la mujer que escribió tres libros sobre el mar y que dedicó la mayor parte de su vida a intentar comprenderlo. Escribió en 1951 El mar que nos rodea, “un título que ya ilustra su visión de este elemento. El mar que nos envuelve, tanto temporal como espacialmente. El inicio y final de todo”.

Cristóbal Colón. Pintura de Carl von Piloty. Detalle

Mar nuestro. Miguel Díez Rodríguez. Rimpego

"Heme aquí frente a ti, mar todavía..." Este verso de nuesto Nobel Vicente Aleixandre ejemplifica cómo se han enfrentado los poetas, los escritores en general, al mar. "Heme aquí, luz eterna/ vasto mar sin cansancio". A seguir este rastro se emplea Díez Rodríguez con un riguroso estudio sobre la presencia -y esencia- del mar en los grandes autores.

Puede decirse que son los que están (que son muchos). Poetas, escritores, cronistas y aventureros con la pluma en forma de remo nos muestran el mar en su esencia a través de nombres como Joseph Conrad, Blasco Ibáñez, Pardo Bazán, Josep Pla, Álvaro Cunqueiro, Durrell, Caballero Bonald, Pérez-Reverte, Almudena Grandes o Aurora Luque pasan por estas páginas con sus textos como proas invisibles.

Díez Rodríguez recoge textos sobre el mar de enorme calado. La canción del pirata, de Espronceda, aún nos sigue conmoviendo: "No corta el mar, sino vuela/ un velero bergantín:/ bajel pirata que llaman,/ por su bravura, el Temido,/ en todo el mar conocido/ del uno al otro confín.

En otro sentido, Cavafis inmortalizó en Ítaca no solo una evocación del mar sino de la existencia misma. "Ahora, sabio y rico en experiencias,/ ya comprenderás lo que significan las Ítacas". ¿No son todas acaso la misma historia?, se pregunta Chantal Maillard. "Llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya", espeta Serrat al Mediterráneo.

Sobre el mar también se pronuncia Nuria Amat en La extranjera: "Atraídos por el amor al vértigo. Guiados por una flecha insolente de la noche. ella mira hacia abajo. El mar la deslumbra..." Alessandro Baricco llama la atención de un mar que siempre nos llamará y Gómez de la Serna avisa en sus greguerías que el mar es tan violento en sus costas "porque pleitea para que la tierra le devuelva lo que le quitó".

Díez Rodríguez acaba su travesía literaria con el gran homenaje de Antonio Machado al mar más existencial: "Y cuando llegue el día del último viaje/ y esté al partir la nave que nunca ha de retornar,/ me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar". Y así lo hizo.

Ilustración de Julio Verne en el 'Journal d'Oran' (1884)

Las reinas del mar. Mauricio Wiesenthal. Acantilado

Del mismo modo que Rafael Alberti soñaba con ser almirante de navío "para partir el lomo de los mares", el escritor Mauricio Wiesenthal publica sus "memorias de una vida aventurera" con el firme propósito de no querer llegar a Ítaca: "Me he pasado la vida huyendo de ella". Wiesenthal reconoce en este vibrante texto: "Escapar fue el estímulo y el horizonte de mi existencia. Salverme de la tribu, de los caciques y costumbres locales, y de todo eso que llaman dulce hogar".

"Lo mejor de la vida es el camino y, si queremos que el viaje sea maravilloso, debemos navegar más adentro", señala el autor de la Trilogía europea. Las reinas del mar es un libro dedicado a los mares, a sus dioses y a sus reinas. "Tiene algo de música, de tormenta, de inquietud y de delirio", reconoce, para afirmar que estamos ante "un viaje que no lleva a Ítaca, pero por eso es también feliz, ya que solo la odisea de la vida nos permite diferir la hora terrible de la Revelación".

Las constantes alusiones al mar convierten estas memorias en un tratado perfecto para navegantes. "No me importa interrumpir el hilo de mi relato entre los resuellos del mar movido, los reflejos y el batir de las olas contra el casco, el destello de los bronces dorados en los portillos y ojos de buey, los toques y señales reglamentarios de las sirenas, los partes metereológicos, la música de las orquestas, el revuelo de los pañuelos en las despedidas de los puertos, el parloteo de las banderas y gallardetes, el alboroto de los marineros que baldean las cubiertas, los flashes de los fotógrafos, el canto de las velas o el beso de dos enamorados que comienzan su luna de miel; pues así son los viajes en barco, y así deben escribirse".

Wiesenthal llama "reinas" a sus barcos "aunque algunos hayan llevado nombres masculinos de vientos y titanes, puertos famosos, descubridores, presidentes o emperadores". Enamorado de su "inmensidad", prefiere hablar del mar en femenino, la mar, "como es costumbre entre viejos marinos". En la mar no hay más que reinas, explica el profesor de Historia de la Cultura: "Desde las primeras balsas o canoas en las que navegaron nuestros antepasados hasta los barcos más bellos que han surcado los océanos".

Finaliza su travesía Wiesenthal con un parte meteorológico: Noroeste rolando a Sudeste 4 o 5, a ratos decreciendo a fuerza 3. Algunos chaparrones ocasionales y bancos disperos de niebla: ·"Cuando se apague el faro, Ítaca volverá a ser una isla solitaria, imposible y silenciosa. Y los cien vientos -hijos desnudos de Poseidón- la harán parecer más bella cuando sus caballos corran por sus acantilados y sus montañas".

Mensaje en una botella. Pexels/Snapwire

Mensajes en una botella. Wolfgang Struck. Ariel 

Colonialismo, aventuras, exploradores perdidos y mapas marinos son los temas de preferencia de este profesor de literatura comparada en la Universidad de Erfurt (Alemania). Este título narra el trabajo, en pleno siglo XIX, del explorador Georg Neumayer, que convirtió, guiado por su intuición, los mensajes en botellas en un instrumento de correspondencia y medición oceánica. 

En julio de 1864, con vientos de fuerza once, Neumayer lanzó una botella al mar convencido de que alguien la encontraría en otra parte del mundo. A pesar del escepticismo de sus contemporáneos logró llevar a cabo su experimento y descubrió nuevas conexiones globales.

El botánico y biólogo alemán llenó álbumes enteros con mensajes lanzados por capitanes y pasajeros hallados por estibadores, caminantes y pescadores, una colección que se encuentra en Hamburgo (en la Agencia Federal Alemana para el Transporte Marítimo e Hidrografía) y que demuestra la necesidad del ser humano de comunicarse con otras civilizaciones.

Struck nos lleva, como las botellas que recorren las corrientes del mar, por los experimentos de Neumayer. Un de ellos, com el siguiente texto: "Se ruega a quien encuentre esta nota la remita al Hamburgh Observatory a la atención del Sr. Neumayer después de haber rellenado la siguiente parte".

Una de las respuestas, desde Australia, es de M. O'Donohue: "Tengo el honor de remitirle el adjunto siguiendo las instrucciones indicadas. La botella que lo contenía fue recogida por mí en la playa de Yambuk, Victoria, Australia, frente a la isla Julia Percy".

Struck sentencia: "Aunque en la segunda mitad del siglo XIX los viajes por mar se habían hecho cada vez más abundantes, el océano no había perdido ni un ápice del terror que infundía. Esto era aún más cierto para los "bajeles-botella" que para los barcos reales".

Por lo que, afirma, el "frágil vehículo" se ve atrapado en un remolino de metáforas mucho más antiguas al que parece verse arrastrado no tanto por las olas del optimismo científico como por las oscuras corrientes del melancólico escepticismo que puede afirmarse en el lenguaje de Neumayer en contra del discurso científico".

El correo embotellado, afirma Struck, había proporcionado a Neumeyer "una salida a escena largamente buscada y bastante espectacular", tanto en el mundo científico como entre la opinión pública: "Siempre se mantuo fiel a la investigación de los mensajes en botellas".

Struck recuerda en Mensajes en una botella el que mandó Colón a la vuelta de su primer viaje al Nuevo Mundo, viendo que la Niña zozobraba tras una tormenta: "Por este motivo escribí en un pergamino, con la brevedad que pedía el tiempo, cómo dejaba descubiertas las tierras que había ofrecido, y en cuántos días, y por qué camino lo había conseguido; la bondad del país, la calidad de sus moradores, y cómo quedaban vasallos de Vuestras Altezas".

Tras su escrito, hizo que le trajeran un gran barril y, envolviendo un pergamino en un encerado, metido después en una hogaza de cera, lo puso dentro del barril bien cerrado y lo hechó al mar". Jamás llegó a encontrarse el que fuera uno de los primeros mensajes con destino a hacer historia pero la Niña llegó a buen puerto y el genovés pudo dar su gran mensaje en persona.

El libro de Struck se convierte así no solo en una singladura alrededor de los "álbumes" de Neumeyer. Es, además, un repaso por otros famosos envíos que salieron al mar con la esperanza de que llegaran a algún destino (y un homenaje a los pioneros y a los grandes momentos de la oceanografía.

Struck deja en sus últimas páginas un tributo a Los hijos del capitán Grant ("la gran novela sobre mensajes en una botella"), de Julio Verne, donde el geógrafo Jacques Paganel realiza un auténtico himno al océano: "¡Ah! ¡El mar! ¡El mar! El mar es el campo por excelencia en el que se desenvuelven las fuerzas humanas, ¡y el barco es el verdadero vehículo de la civilización! Reflexionad, amigos míos". También aborda el relato El gollete de botella, de Hans Christian Andersen, "quizá el texto literario más bello sobre un mensaje en una botella".

Struck nos deja, de la mano de Neumeyer, a la deriva, a 3.071 millas náuticas...