Proponemos hoy un viaje al país de Narnia, creado por un león que habla, y donde la magia es tan común como la ley de la gravedad y la tabla de multiplicar.
Narnia aparece por primera vez en Las crónicas de Narnia, una serie de siete libros creada por Clive Staples Lewis, más conocido por sus iniciales, C. S. Lewis, del mismo modo que su compañero de apartamento y amigo J. R. R. Tolkien. Desde entonces lo de los acrónimos y las iniciales se ha popularizado mucho, y seguro que nuestros viajeros localizan por su cuenta algunos ejemplos más.
Para nuestro viaje a Narnia, conviene en primer lugar mencionar sus posibles accesos, ya que no es posible viajar a Narnia con líneas aéreas ni compañías de ferrocarril.
Se puede emprender el viaje desde el armario de la habitación de Lucy Pevenise, con los anillos mágicos del tío Andrew Ketterley, con el cuerno mágico de la reina Susan, la pintura en casa de la familia Clarence, la cueva en una isla que no tenemos del todo identificada, una puerta oculta detrás de un gimnasio, e incluso un accidente de trenes, que abrió una extraña puerta hoy casi imposible de localizar.
En cuanto al territorio, hay que decir que se trata de un país formado por dos valles entre tres cordilleras. Su creador, Aslan, es un león, y situó las tierras de Narnia frente al antiguo Erial del Farol. Toda la zona está atravesada por varios ríos, como el río Congelado, el Gran Río, el río Beruna y el río del Torrente. La zona es en general boscosa y con un clima frío, pero benigno, quizás en cierto modo parecido al de Oxford.
Narnia limita al norte con el Páramo de Ettin, y después, más lejos, se encuentran en esta misma dirección las Tierras salvajes del Norte, habitadas por gigantes. Allí podremos visitar, si nos atrevemos, el Castillo de Harfang, construido y defendido aún por gigantes.
Al sur, Narnia limita con Archenland, cuya capital es Anvard, el mejor y casi único lugar para ir de tiendas en la zona. Se trata de una región poco poblada, pero bastante agradable.
Al este de Narnia se encuentra el Océano Oriental. Hay buenas playas, pero el oleaje constante no las hace muy recomendables para el baño.
Al oeste de Narnia encontramos primero el Erial del Farol y luego una región montañosa y casi deshabitada conocida como los Territorios salvajes del Oeste. En esa zona, en alguna parte, se encuentra la tierra de Telmar, de la que se habla mucho en viejas historias, pero cuya localización exacta no es conocida. Un sitio interesante para exploradores y amigos de perderse.
Y en este caso, además de los cuatro puntos cardinales, tenemos que tener en cuenta el plano inferior, pues debajo de Narnia se encuentra el Reino Profundo y Bism, habitado por una especie de gnomos a los que se llama terranos. Allí también viven una variedad de salamandras gigantes, o dragones, que imparten cursos de oratoria y elocuencia tanto para particulares como para empresas. Están especializados en el comercio de joyas y metales preciosos.
Pero los visitantes de Narnia no sólo se encontrarán una tierras de gran belleza, sino también unos cuantos puntos concretos dignos de una visita.
En primer lugar, hay que destacar el castillo de Cair Paravel, sede de la monarquía narniana y del que dicen que se halla en plena reconstrucción, tras ser destruido por los calormenos. Se encuentra en la costa oriental de Narnia, en lo que originalmente era una península pero terminó convirtiéndose en una isla por la erosión del istmo.
También vale la pena visitar el castillo telmarino, del que se habla como una obra imponente en todos los folletos, pero, como ya se dijo, se desconoce la ubicación exacta de Telmar, en las tierras salvajes, por lo que el castillo tampoco se puede ubicar exactamente. Se agradecerá, a quien lo encuentre, que comparta su ubicación.
Para los aficionados a los mares, Narnia ofrece también curiosas e interesantes islas, como el archipiélago de las islas solitarias, formado por Felimath, Avra y Doorn, donde funcionaba un mercado de esclavos que, obviamente, no nos atrevemos a recomendar a nuestros viajeros.
Se puede visitar también la isla del dragón, un lugar verde y tranquilo, habitado por rebaños de cabras salvajes y cerdos silvestres, además de un dragón que podría no ser tan simpático ni tan tranquilo como las cabras y los cerdos.
Asimismo, es posible hacer una parada en otras tres islas con nombres inquietantes: la isla quemada, la isla de las aguas de la muerte y la isla de los Farfápodos. En la primera de ellas no se encuentran habitantes humanos, pero hay restos arqueológicos de una antigua civilización que aguardan a que alguien los interprete.
En la segunda, un hechizo hace que todo lo que caiga en sus aguas se convierta en oro, pero las tormentas son tan tremendas e impredecibles, y la codicia que genera este fenómeno es tan grande, que casi nadie sale vivo de allí.
En la tercera, como decimos, viven los farfápodos, que son una especie de enanos con un solo pie, originalmente invisibles, pero que ahora mismo se han librado ya de esa maldición y se dedican a la agricultura, la ganadería, la hostelería y la fabricación de garrotes con pinchos.
Citaremos aparte, por la gran demanda y los grandes peligros, la conocida como isla Oscura, donde los sueños se hacen realidad. Allí no se generan sueños nuevos, sino que se materializan los que el viajero lleve consigo. Cada cual que piense en sí mismo y decida si le conviene o no visitar semejante lugar, porque el efecto se produce no solo sobre los sueños conscientes, sino también sobre los inconscientes y hasta sobre los inconfesables. Durante mucho tiempo estuvo prohibido el acceso a la isla Oscura, pero se puede visitar nuevamente.
Por último, recomendamos encarecidamente la isla de Ramandu, también conocida como el Principio del Fin del Mundo, porque es la última isla antes del fin del mundo. Una de las más curiosas y agradables tradiciones de esta isla es que, en su centro, se halla la Mesa de Aslan, donde siempre y de manera permanente hay preparado un banquete para los visitantes, que se renueva a diario.
Los siete libros de las Crónicas de Narnia se publicaron originalmente entre los años 1950 y 1956 y han dado lugar a numerosas adaptaciones cinematográficas. Los libros se han traducido a más de cuarenta idiomas y han alcanzado los cien millones de ejemplares vendidos.
Como curiosidad, acabaremos contando que C.S. Lewis era conocido entre sus familiares y amigos como Jack, nombre que adoptó a los cinco años como homenaje a su perro Jacksie, recién atropellado por un camión, y que ya no abandonó nunca ese nombre.