Nick la esperaba tumbado en la cama desnudo, inmóvil, mirando al techo y en posición de estrella de mar. Tenía un “verrrry big penis”, como le había anunciado unos segundos antes su dueño mientras avanzaban por el pasillo que conducía a la habitación. El encuentro fue frío y extraño, tanto como el muñeco que había contratado por 70 euros la hora en aquel burdel de Viena especializado en estos modernos e inertes compañeros sexuales.

Al taxista le dijo que iba a visitar a su tía porque le daba vergüenza reconocer adónde iba realmente. Pero Roanne van Voorst (Utrecht, 1983) es así: una antropóloga gonzo que, además de documentarse copiosamente y hacer estudios de campo, experimenta ella misma —o lo intenta— aquello sobre lo que investiga y lo narra en primera persona, aunque no siempre le resulte agradable.

El resultado de sus pesquisas, lecturas y experimentos sobre las nuevas tendencias sexuales y amorosas los recoge en Sexo con robots y pastillas para enamorarse (editorial Deusto), un libro al que dedicó tres años de trabajo.

“Para escribir este libro tomé pastillas para enamorarse, entablé una amistad virtual, alquilé un amigo humano, contraté a una masajista erótica, compartí cama y sofá con muñecos sexuales y coqueteé con la inteligencia artificial. También concerté citas y salí a bailar en un espacio virtual, viajé por el mundo real para visitar burdeles de robots y hablé con poliamorosos, sológamos y trabajadoras sexuales; con pansexuales, asexuales, heterosexuales y homosexuales; con hombres, mujeres y con personas que no se sienten a gusto con una etiqueta binaria de género y que, por tanto, también han abandonado la idea de tener una orientación sexual fija”, explica la autora en el prólogo del libro.

También en estas primeras páginas explica qué la motivó a embarcarse en esta intensa investigación: “La experiencia humana del amor [...] está cambiando a la velocidad de la luz. Mucha gente ya habrán notado las primeras señales en su vida cotidiana: a través de las apps de citas en su teléfono, el porno en su ordenador o el creciente número de solteros y poliamorosos que hay a su alrededor. En los últimos años, la duda que me asalta con cada vez más frecuencia es si somos conscientes de los potenciales efectos de todo esto sobre nuestra especie; si habrá más gente que, como yo, cree que cambiar el amor podría transformar radicalmente la experiencia humana y, con ello, las estructuras fundamentales de nuestra sociedad”.

Roanne van Woorst. Foto: Jacqueline van Dooren

El libro está trufado de datos que prueban cómo está cambiando todo lo relacionado con las relaciones humanas, el sexo y el amor. Por ejemplo, que en ciudades como Ámsterdam y Róterdam, casi la mitad de los habitantes viven solos y no tienen pareja. o que el 14% de los usuarios masculinos de Alexa (la asistente de voz de Amazon) se excitan con ella.

Van Voorst también se hace eco de la opinión del experto en inteligencia artificial David Levy, quien “sostiene que alrededor del año 2050 ya será posible —y la sociedad ya habrá aceptado— que tengamos un compañero robótico y nos casemos con él. Además, está convencido de que, para entonces, uno de cada diez jóvenes habrá tenido relaciones sexuales con un robot o con un muñeco sexual”.

Pero la gran pregunta, según Van Voorst “no es cómo se comportarán los robots en un futuro lejano ni cuánto se parecerán a los humanos, sino: ¿Cómo influirán estas muñecas y robots, ahora y en un futuro próximo, en nuestro comportamiento humano?”. Según la autora, “vamos a desaprender a lidiar con la incomodidad” que surge muchas veces en determinadas situaciones cuando estás en la cama con alguien real, y “nos desacostumbraremos al rechazo y a las críticas”.

La autora también habló con la propietaria de otro de esos burdeles de muñecas y muñecos sexuales ubicado en España. Cuando llegó al lugar, ya había desaparecido —la mayoría cierran pronto, al darse cuenta de que no hay suficiente demanda o que no cuentan con la aprobación de los vecinos—, pero por teléfono su dueña le había hablado de las supuestas ventajas de estos artilugios. Está claro que una de ellas es que pueden ayudar a algunas personas con una timidez patológica. Pero entre las ventajes, aquella mujer también sostenía que la gente con deseos sexuales violentos pueden “ser agresivos con una muñeca sin que nadie salga herido”, y algo aún más escandaloso: “los pedófilos que desean niños a los que no pueden acceder saciarían sus deseos” (a pesar de que las muñecas sexuales infantiles están oficialmente prohibidas).

Tremenda afirmación y tremendo debate: “¿podrían prestar un servicio a la sociedad sustituyendo a los niños reales y evitando su sufrimiento o, por el contrario, alimentarían la pedofilia incitrando a los pederastas declarados o animando a otros potenciales?”, se pregunta la autora, que rechazó en varias ocasiones la propuesta de una revista científica que le pidió que revisara un artículo sobre un experimento psicológico sobre este asunto.

Poliamor: ¿el amor del futuro?

Particularmente interesante es el capítulo del libro que explora el poliamor, titulado “Con seis en la cama”. En él, la antropóloga relata varios casos de relaciones múltiples, la más llamativa de ellas la de un grupo de seis personas en el que había al menos cuatro relaciones simultáneas. Todos vivían en una misma casa y con la hija de una de ellas a su cargo.

En su descripción del perfil mayoritario dentro de esta “subcultura” del poliamor, Van Voorst dice que “en su mayoría han cursado estudios superiores y coinciden en que el poliamor les enseñó a comunicar sus sentimientos con más honestidad”. También comparten una serie de creencias: “que el amor crece y no se agota cuando lo practicas con varias personas; que los celos —que ellos también experimentan de vez en cuando— no dicen nada sobre el comportamiento de tu pareja, pero lo dicen todo sobre tus propias inseguridades y que, aunque superarlos te ayudará a mejorar, siempre debes prestar atención a tus necesidades y ser consciente de tus límites”.

Van Voorst asegura que “cada vez son más los expertos que califican el poliamor como la forma de amor del futuro”, aunque no es algo nuevo. Según la socióloga estadounidense Elisabeth Sheff, en la historia moderna se han registrado tres “olas no monógamas” y actualmente estamos en la tercera. La primera tuvo lugar en el siglo XIX, con la corriente trascendentalista, una filosofía concebida y promovida por los pensadores y escritores Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson. “Sus ideas sobre la vida en comunas se materializaron en varias comunidades experimentales en las que se practicaba el sexo en grupo y el amor libre”.

La segunda oleada fue la de los años 60 y 70 del siglo XX: “la época de vivir en grupo y de experimentar con las relaciones abiertas, la época de la supuesta revolución sexual”. No obstante, mientras las dos oleadas anteriores se basaron principalmente en ensalzar el sexo libre, “el poliamor 3.0” es más amplio, porque “consiste en experimentar abiertamente el amor libre como filosofía de vida y en crear un nuevo modelo familiar”.

Muy útil para los interesados en el tema resulta el glosario relacionado con el poliamor que la autora incluye en el capítulo, donde encontramos términos como “metamor” —la pareja de tu pareja—, “mono-poli” —relación entre un monógamo y un poliamoroso—, “solopoli” —cuando alguien es poliamoroso, pero conserva su independencia viviendo solo o sin mantener relaciones estables— o “compersión” —experimentar alegría cuando tu pareja está con otra persona. Lo contrario a los celos—. Como ejemplos mayúsculos de “compersión”, la autora cita a personas que ayudan a su mujer o marido a elegir regalos de aniversario para su otras parejas.

Menos sexo entre los jóvenes

Una de las tendencias más llamativas referidas en el libro libro revela una paradoja: “En los últimos años hemos tenido acceso gratuito a tanto porno y en todas partes que está ocurriendo algo sorprendente con nuestra sexualidad: cada vez nos interesa menos el sexo”, señala la autora.

Esto afecta sobre todo a los jóvenes. Según un estudio neerlandés sobre veinte mil jóvenes de entre 12 y 25 años reveló que los entrevistados en 2017 empezaban de media un año más tarde que sus coetáneos de 2012 a masturbarse, besarse con lengua y tener relaciones sexuales. En 2012, la mitad de los jóvenes tenían sus primeras relaciones sexuales a loas 17,1 años y en 2017 a los 18,6. Una tendencia que también se observa en otros países como Estados Unidos o Japón. Todo esto lo resume la autora del libro con esta ecuación: “Más libertad, más presión, menos sexo”.

La autora cita también al sociólogo y filósofo esloveno Slavoj Zizek, que en 2020 afirmó que “disponemos de libertad para reinventar constantemente nuestra identidad sexual, para cambiar no sólo de trabajo o de trayectoria profesional, sino incluso nuestros rasgos subjetivos más íntimos, como nuestra orientación sexual”. Según Zizek, esto que suena liberador no lo es en absoluto, porque detrás de todas estas opciones hay un modelo económico capitalista que no para de crear y de intentar vendernos nueva mercancía, modas e imágenes cada vez más escandalosas. Esto deriva en una “transgresión permanente”, se nos anima constantemente a mirar o practicar modalidades sexuales cada vez más osadas y provocativas y, como resultado, “el apetito disminuye y nuestra sexualidad se queda en punto muerto”, explica la autora.

Otro motivo para el descenso del sexo entre jóvenes lo explica por el “solo sí es sí”, la necesidad de que se haya pronunciado un consentimiento explícito por ambas partes. “El problema es que el sexo no es sencillo en absoluto”, opina la antropóloga. “Puedes cometer un error de juicio en la cama o darte cuenta durante el acto sexual de que antes lo querías pero ahora no o hacer algo divertido y excitante y luego sentirte un poco asqueado o avergonzado por ello. Es una pena, pero no una razón para poner una denuncia”, argumenta la autora, que alude a “dolorosos casos de chicos acusados en falso de violación” en universidades de Estados Unidos. “Las mujeres en cuestión no habían dicho explícitamente que querían sexo y, según este tipo de normativa, todo lo demás significa no. Para cuando el joven acusado era absuelto, a veces meses o años después, su carrera y su reputación ya estaban hechas añicos”. Por este tipo de situaciones, ya existen apps en las que ambas partes registran el consentimiento mutuo, algo que los expertos consideran que se usará cada vez más.

Una nueva definición de amor

La autora explica en su libro qué es el amor según diversas ramas del conocimiento. Por ejemplo, para la biología es “un sistema físico antiquísimo que existe para garantizar la supervivencia de la especie. O que más bien se trata de tres sistemas diferentes que a veces funcionan juntos a la perfección, pero que también pueden interferir entre ellos; la atracción sexual o lujuria, el enamoramiento y, en tercer lugar, el afecto o apego”. Los tres se pueden experimentar simultáneamente y con la misma persona… o no.

En cambio, para un antropólogo cultural o un sociólogo, el amor “no depende únicamente de la herencia biológica, sino más bien del entorno en el que se nace y se crece”. Es decir, el amor está determinado en gran medida por la cultura, “de ahí que no todas las formas de amor se den en todos los lugares del mundo. De hecho, Van Voorst describe sus trabajos de campo con el pueblo inuit, donde un hombre que se va a una larga expedición de caza designa a un nuevo compañero para su esposa por si no regresa, o estudios que dicen que los besos románticos —costumbre muy occidental— es algo que en muchas culturas se considera algo asqueroso, caso de la tribu mehinaku de Brasil.

Para un psicólogo, el amor no es un sentimiento, sino una relación con otra persona que da lugar a una serie de sentimientos como el enamoramiento, la alegría, el enfado o los celos. Algunos psicólogos modernos dirán incluso que el amor “es en realidad la añoranza que sientes por tu madre desde que eras un bebé o, incluso, desde que vivías en su vientre, donde siempre recibías lo que necesitabas: comida, consuelo y calor”.

Todas estas definiciones son en algunos aspectos complementarias y en otros contradictorias, pero lo que está claro es que, a la luz de las nuevas formas de relacionarse que se están popularizando en los últimos años, la autora considera que “para mejorar la definición del amor tenemos que hacerla más amplia e inclusiva. Quizá tan inclusiva que deje espacio para la experiencia con un ser no humano”.

Y aquí va su propia definición de amor, quizá la más completa y actual que hayamos leído hasta ahora: “Un fenómeno biológico, cultural y social que los seres conscientes experimentan en el plano de los sentimientos; puede manifestarse como atracción sexual, enamoramiento romántico o apego; es relacional (no está dirigido a uno mismo) porque siempre hay en él un elemento de sorpresa o entrega; y se expresa como un intenso deseo de querer estar cerca de uno o varios seres concretos para intimar física y/o mentalmente con ellos”.