En aquel primer debate por la presidencia de junio de este año, que supuso el principio del fin de las aspiraciones de Joe Biden para su reelección a la Casa Blanca, Donald Trump sostuvo un discurso tan implacable como intolerante contra la inmigración. El tambaleante candidato demócrata, acusando más que nunca su vejez, fue incapaz de defenderse a él mismo ni mucho menos a los señalados por aquella filípica plagada de los lugares comunes y bulos que el empresario acostumbra a arrojar indiscriminadamente.
Trump acusó al 46.º presidente de los Estados Unidos de tan solo haber proporcionado trabajo a los inmigrantes ilegales. También de propiciar una situación en los que estos habían colapsado el sistema de seguridad social. Los migrantes eran también los culpables de "asesinar y violar a nuestras mujeres".
"Estados Unidos se ha convertido en el vertedero del mundo con pandilleros, presos, carteles de droga y terroristas entrando en nuestra tierra", apostillaba Trump, apenas 15 días antes de que Thomas Matthew Crooks, un joven estadounidense blanco de 20 años, le disparara con un rifle de asalto durante un mitin.
El pasado 14 de agosto apuñalaron al padre de Lamine Yamal, Mounir Nasraoui, en un parking de Rocafonda (Mataró). Entre las teorías que se barajaban sobre la motivación del crimen estaba la decisión del jugador del Barça de jugar con la selección española en lugar de con la marroquí. Como reprimenda por haber elegido vestir la roja, un grupo de magrebís habría dejado al padre del joven en pronóstico grave en el hospital. Días después, la policía detuvo a los presuntos culpables, todos de nacionalidad española.
La rumorología también se ha ensañado con la inmigración marroquí durante los últimos días con motivo del perturbador asesinato de un niño en un campo de fútbol de Mocejón (Toledo). Durante los días posteriores al crimen proliferaron en las redes sociales mensajes que invitaban a "pertrecharse" ante la escalada de violencia supuestamente protagonizada por jóvenes musulmanes.
"Confirmado! El asesino del niño de 10 años de Mocejón ( Toledo) es: Moro. Mi pregunta es : @sanchezcastejon qué hacemos ahora con él?", decía un tweet que posteriormente fue borrado por su autor. A este tipo de mensajes le siguieron, por un lado, las acusaciones a la familia por defender a los menores migrantes y, por otro, el recelo y el negacionismo cuando se anunció que el presunto autor del crimen detenido por las autoridades era un hombre de origen español.
La situación alcanzó un punto tan grave que ha sido motivo para que la fiscalía se plantee la posibilidad de regular de alguna manera la identidad en las redes sociales mediante el uso de certificados únicos para usuarios, lo que llevaría a poder rastrear y vetar a aquellos que cometan crímenes contra la dignidad de individuos o, en este caso, colectivos.
Durante un debate con motivo de la crisis de refugiados sirios en un canal de televisión neerlandés, el catedrático de Sociología en la Universidad de Ámsterdam y cofundador del Migration Institute de de Universidad Oxford Hein de Hass se vio desbordado. Lo que se suponía que iba a ser una tertulia tardó poco en convertirse en una contienda en la que solo se entendía de extremos.
A la frustración y la impotencia que sintió De Haas durante aquel barrizal mal llamado debate le siguió una revelación cuando el moderador del programa lanzó una pregunta al público "¿Quién, como el profesor De Haas, está a favor de la inmigración y quién en contra?".
Aquello, resolvió el catedrático, no podía llamarse "debate" dado que, de nuevo, como sucedía siempre con el tema de la inmigración, la cuestión se abordaba de manera simplista, blanco o negro, sin lugar para el matiz, para aquellos tonos de gris que suelen explicar realmente las particularidades de la realidad.
Esta anécdota es el punto del que parte el profesor neerlandés para explicar la motivación que le impulsó a escribir Los mitos de la inmigración. 22 falsos mantras sobre el tema que nos divide (Península). Los académicos, dice De Haas, "debemos modificar la forma con la que abordamos la cuestión". "Los hechos sobre la inmigración no hablan por sí solos; solo tienen sentido si forman parte de una historia más amplia sobre la inmigración y lo que implica para la gente", añade.
De Haas aclara en la introducción de su ensayo que "abordar la cuestión de la inmigración en términos de 'a favor' o 'en contra' excluye la comprensión de la naturaleza, las causa y las consecuencias de la inmigración entendida como un proceso normal. (...) Estar a favor o en contra de la inmigración sería como estar a favor o en contra de la economía".
La inmigración necesita, para ser entendida, de reflexiones que tengan en cuenta toda la panorámica del fenómeno y, a su vez, ha de ser transmitida al público con un lenguaje cercano que le permita ser comprendida más allá de los oscurantismos academicistas.
Por eso mismo, el catedrático organizó su ensayo identificando los principales mantras que suelen proliferar en las sociedades con respecto a la inmigración. En cada caso explica en qué se basan estos prejuicios para, a continuación, desmentirlos a través de datos y casos prácticos del pasado. En total son 22 los prejuicios que se esfuerza por desmontar De Haas, si bien no tiene miedo de sacar a la luz la parte que pueden tener de cierta o, incluso, de matizar los argumentos que suelen utilizarse a favor de la inmigración.
Un ejemplo de esto último es el discurso que coloca a la inmigración como la clave para resolver la crisis de envejecimiento de los países desarrollados. En este sentido, De Haas mantiene que la inmigración es demasiado escasa como para compensar este problema y que, además, las segundas generaciones tienden a asimilar el modo de vida del país en el que han crecido y, por tanto, a tener menos hijos, perpetuando el problema.
Inmigración y violencia
Otro de los temas controvertidos en el que De Haas no tiene miedo de ahondar es la relación que sostiene la inmigración con la violencia. Si bien en países como los Estados Unidos lleva décadas siendo un asunto candente, no ha sido hasta los atentados perpretados por jóvenes fundamentalistas islámicos en territorios occidentales durante las últimas décadas cuando se ha visto con temor e inquietud esta cuestión en el continente europeo.
No obstante, al contrario de lo que se piensa de forma generalizada, hay menos porcentaje de criminalidad entre la población inmigrante en comparación con los nacidos en el territorio. Aquel que realiza la inversión que supone establecerse en un país desconocido no suele estar dispuesto a arriesgar todo lo que ha construido infringiendo la ley, lo que podría suponer en última instancia una deportación.
El problema está, sin embargo, en las segundas y terceras generaciones. En este caso sí, reconoce De Haas, los datos muestran que existe un aumento en el índice de criminalidad. Pese a ello, el catedrático defiende que esto no se debe a una frontera cultural ni a su naturaleza como inmigrante sino que viene motivado, justamente, por la asimilación del joven a la cultura que le rodea.
De Haas invita a preguntarse a qué segmento de la sociedad se le permite al inmigrante y su descendencia asimilarse. Si bien es cierto que los hijos de migrantes cualificados se suelen integrar en entornos acomodados de baja criminalidad en los que pueden desarrollar carreras profesionales de éxito, o que incluso los hijos de algunos trabajadores migrados poco cualificados logran una buena formación y perspectiva laboral gracias sobre todo a una comunidad que los apoya, existe una tercera trayectoria más problemática.
En este tercer patrón, que recibe el nombre de asimilación descendente, los hijos de migrantes poco cualificados no cuentan con oportunidades que les permita incorporarse a la clase media mayoritaria. Una combinación de discriminación, desempleo, pobreza, segregación y estructuras comunitarias débiles entorpece su desarrollo y perpetúa su exclusión y pobreza.
Por lo tanto, enfatiza De Haas, si bien es cierto que existe una sobrerrepresentación de algunos grupos de segundas generaciones en los datos de criminalidad, esto se debe a factores de clase y no con su raza, etnia, o religión. Es, después de todo, "una derivada de la marginación de grupos de inmigrantes" que tiende a desdibujarse en el momento en el que encuentran oportunidades que les permita ascender la escalera económica.
El colapso de las fronteras
El desbordamiento de las fronteras es otro de los prejuicios más recurrentes en los últimos años. Sobre todo a raíz de la crisis de refugiados sirios de 2015, la consigna de que enormes e interminables oleadas de personas ejercen una presión nunca vista en los controles fronterizos ha cobrado fuerza.
Los medios han puesto el foco desde entonces en aquellos momentos, críticos pero puntuales, que ofrecían una perspectiva dramática y sesgada del conjunto de la situación. Las ONGs, en su esfuerzo -comprensible por otra parte- por llamar la atención de potenciales donantes, también han recurrido a retóricas e imágenes que contribuían al alarmismo.
Es, además, una forma de poder blando a la que han recurrido algunos países fronterizos con la órbita occidental. Muamar Gadafi, antiguo dictador libio, fue uno de los primeros en utilizar este tipo de discursos, en los que se señalaba el enorme volumen de inmigrantes que esperaban en las costas de su país para dar el salto de occidente, para recibir una financiación europea que supuestamente ayudara a combatir a las mafias que se lucraban con el tráfico ilegal de inmigrantes.
Aunque, desde luego, distintas crisis humanitarias estos últimos años han propiciado aumentos puntuales de la llegada de inmigrantes a las fronteras, esto no significa que nos encontremos en máximos históricos. Al contrario, afirma De Haas, el porcentaje de migrantes internacionales se encuentra en cifras bajas y estables, manteniéndose en un 3% de la población mundial.
Lo que está ocurriendo, sin embargo, es un giro migratorio global. Si bien Europa ha sido históricamente un territorio emisor de migrantes, a partir de los procesos de descolonización que comenzaron tras la Segunda Guerra Mundial el proceso se ha revertido. Los habitantes de las viejas colonias, animados por un idioma e historia común, comenzaron a trasladarse a los países europeos conforme comenzaron a estallar conflictos o crisis económicas en su hogar.
El volumen de inmigración en relación con la población mundial, concluye el catedrático, no se ha visto alterado. Sin embargo, el cambio ha venido dado por los patrones de inmigración. Además de los territorios occidentales, otros países emergentes como las economías del Golfo Pérsico han visto incrementada su población inmigrante motivada por el rápido crecimiento económico, que se traduce en oportunidades laborales.
Los culpables de la crisis de empleo
El supuesto robo de empleos es también un mantra popular en contra de la inmigración. Dispuestos a sacrificar ciertos derechos laborales que los trabajadores nacionales dan por sentado, la población migrante de países menos desarrollados ocupa puestos que de otra manera aprovecharían los habitantes del país.
Este tipo de afirmaciones han sido frecuentes sobre todo a partir de la crisis económica de 2008. Parte de la opinión pública ha estado sosteniendo desde entonces que, sencillamente, no hay trabajo para todos. En este sentido, más inmigración suponía más competencia laboral que, para colmo, se percibía como ilegítima.
"Lo que queremos hacer es atajar la inmigración, sobre todo la de trabajadores no cualificados para los que aquí no hay empleo", declaraba en una entrevista televisiva en 2019 el por entonces primer ministro británico, Boris Johnson, justo antes de la salida formal del país de la Unión Europea. Para desmentir esta idea De Haas se apoya, precisamente, en las dificultades que ha sufrido el Reino Unido a la hora de encontrar trabajadores para empleos poco cualificados tras el Brexit.
En 2020 el Gobierno británico anunció un proyecto para animar a la gente a buscar trabajo en granjas para así cubrir la demanda de mano de obra causada por el cese de llegadas de trabajadores inmigrantes que, en buena medida, cubrían anteriormente esos puestos. Pese a que la campaña contó incluso con la participación del príncipe Carlos, que en un vídeo aludía al patriotismo para ocupar estos puestos, terminó por cancelarse debido a la escasez de solicitantes.
"Los trabajadores nacionales no están ya dispuestos a ocupar ciertos puestos", sentencia De Haas. "Los inmigrantes no roban empleos, ocupan vacantes".