El 2 de marzo de 2017 Ana Isabel García Llorente (Córdoba, 1991) empezó a sentirse mal antes de empezar la sesión mañanera en el gimnasio. El pecho restringido, la falta de aire y la dificultad a respirar la llevaron directamente al hospital de la capital, el Gregorio Marañón. Ana y su hermano Antonio habían sido asmáticos toda la vida. Ella tenía varias alergias alimenticias, sufría potentes gastroenteritis y siempre llevaba Ventolin consigo.
Acababa de publicar su primer libro de poesía La escala de Mohs (Aguilar, 2016) y de tocar, por primera y última vez en la Sala El Sol de Madrid, ese 20 de enero. Con 26 años, Llorente cantaba rapeando como pocas mujeres había hecho hasta entonces.
Los tatuajes descubiertos, la coleta, unas gafas de estudiante, los ojos de gata. Todos conocen su nombre artístico. Murales con su cara llenan todas las ciudades de España. Sus frases reivindicativas se siguen cantando por todas las esquinas y sus poemas siguen llenando libros.
Gata Cattana murió ese día, ese 2 de marzo, de un shock anafiláctico imprevisto, debido a algún tipo de alergia. "La vida es tensar una cuerda hasta que, al final, se rompe", escribía en una de sus poesías recompiladas en No vine a ser carne (Aguilara, 2020). En 2017 su cuerda se ha roto, pero existe todavía un hilo invisible que tiene unido sus versos, sus creencias, sus luchas. Su leyenda sigue existiendo, sigue viviendo entre nosotros.
No hay autoridad más allá de mi cuerpo
Luchadora desde pequeña, salió en un escenario por primera vez con 10 años cantando No dudaría de Antonio Flores. Hablaba de violencia de género, de injusticias sociales y no reconocía autoridad más allá de su cuerpo. Esa era su filosofía. Lograba llegar a las emociones y a difundir sus creencias desde el rap. Se formó con los Violadores del Verso, La Excepción o Nach. Creció con Extremoduro, Ska-P, Mägo de Oz y una recompilación de discos de su padre: Triana, Pink Floyd, Aretha Franklin…
Empezó a rapear de adolescente. Se introducía en las batallas de freestyles sin pedir permiso y destacaba por su voz dulce, sus versos agudos y su cara de mujer, inusual en esos ámbitos. Formó su primer grupo Cattana con su amiga Anabel (Hojita de Menta). Entraron en contacto con un DJ y comenzaron a subirse a los escenarios. Cuando el grupo se desintegró, Ana decidió adoptar el nombre artístico Gata Cattana, en honor de esos viejos tiempos.
La poesía y el rap, la explosión y la fuerza, la dulzura y la guerra. Fue una de las pocas chicas que, con coraje, se adentró en un mundo hecho por hombres, donde las reglas regían solamente para ellos. Escribía con sutileza y elegancia un rap culturista, lleno de referencias, rabia, denuncias y poder. Subvirtió ese mundo masculino, dejando el ego a un lado y aprovechando toda la verdadera potencia de las palabras.
"Es esto lo que hay que contar, aunque para ello tengáis que matarme". Años después de su muerte, sus padres encontraron todas sus libretas donde apuntaba sus pensamientos, las poesías olvidadas, las palabras que la identificaban. Los textos inéditos guardados se han recopilado en uno de los libros más vendidos desde hace más de 45 semanas: No vine a ser carne. El próximo 21 de octubre de 2024, la editorial Aguilar publicará su poesía completa, en una edición revisada con un nuevo prólogo.
Denunciar las injusticias
"Soy muy de sentirme culpable cuando no denuncio las injusticias", escribía. Sus textos de adolescencia, anteriores a 2010, retratan los pensamientos profundos de una chica en crecimiento. Son poemas sociales, poesías que están con la gente, con los oprimidos, que ponen a las mujeres en el centro. Como en su rap, cuenta la dificultad de las decisiones, las relaciones hechas de instantes, el dolor ajeno, el dolor humano. "Nos gritábamos cosas que duelen mucho pero duran pocos".
El rap era el espejo de una juventud bendita, la felicidad un rato perdido con sus hermanos, la nostalgia una putada, el olvido necesario. En sus poesías, Gata cuenta que el amor no existe, solo se basa en atracción física y psíquica y que la vida es simple aunque personas como ella quieran hacerla más compleja. Se percibe la carga que soportan las palabras, sus versos cansados, errantes, "manifestación de mí, de mi lado por el mundo". Su legado son estos versos hundidos que "si no puedo sacarlos que me arrastren consigo".
Ni una más
"Ni una más, se dijo mientras la última gota de impotencia surcaba sus mejillas y desaparecía agonizante en su boca tan salada". En varios poemas, Gata Cattana reflexiona sobre la hegemonía cultural, el hembrismo, el lugar que ocupan las mujeres. Intenta deconstruir el discurso neoliberal hegemónico, declarando que se necesita más solidaridad y comprensión y apoyo mutuo entre las mujeres. Según ella, todavía hay poca percepción del problema a causa del silencio de las instituciones y la pasividad de la sociedad.
"Hablen de feminismo con conocimiento de causa, con libros, con citas y con nombres. Estamos dispuestas a correr el riesgo, hemos venido para quedarnos", escribe en una poesía que se lee como un grito. Quien sabe lo que pensaría hoy, diez años después, sobre esos temas. Quien sabe cómo habría evolucionado su música, si hubiera seguido luchando, escribiendo, exponiéndose. Aunque breve, su paso por el mundo fue decisivo para marcar una etapa fundamental en la historia del rap y de la conciencia de las mujeres.
Captaba las sombras sutiles de la vida y percibía las emociones desde un ángulo más profundo. Veía la absurdidad de la realidad, casi como Camus, el amor hecho de ausencia y de promesas momentáneas. Gata Cattana tenía muchas luchas en su cabeza que consiguió transformar en palabras antes de irse. "Me despido: me llevo ese nosotros, esa identidad hacia algo que no tenga identidad".
La vida lenta de Granada
Los murales que se erigen en toda España sirven para recordar su legado. Sus palabras reivindicativas están pintadas sobre los muros, los cuerpos, en la memoria. No vine a ser carne es otro recordatorio de la profundidad de su pensamiento, que ayuda a descubrir esos pequeños rincones de su alma que se quedaba solo para ella.
En esas poesías retrata la vida lenta de Granada, donde cursó toda la carrera de Ciencias Políticas. Allí empezó a entrar en contacto con los ambientes hiphoperos, el mundo hermoso y rabioso que la rodeaba. La vida compartida en el barrio de Cartuja, donde el tiempo corre a su manera, el aire que se respira es ligero y el cielo de muchos colores. Ese rincón de Andalucía que marcó la parte más importante de su vida, que dejó huellas en todas sus canciones.
Metida, así, en el mundo de la música empezó a publicar las maquetas Los siete contra Tebas (2012), Anclas (2015) e Inéditos 2015 (2016). Fue en Granada donde supo abrirse su espacio, y fue en Madrid donde empezó a darse a conocer. Su primer concierto en la sala El Sol, su primer álbum, publicado un mes después de su muerte.
Banzai (2017) es el grito de guerra que realizaba los soldados japoneses en la II Guerra Mundial al ir a la batalla, en recuerdo de los Samuráis que peleaban hasta el final y dándolo todo. Gata Cattana fue eso, peleó hasta el último momento por las injusticias que la rodeaban y habría seguido dando voz a esas personas que no podían levantarse.