“A los 23 yo era alcohólica y ella [Jane] era la primera persona que me lo dijo. Yo estaba enamorada de Jane pero no lo sabía. [...] Mi alcoholismo me convertía en un desperdicio a sus ojos. Yo la amaba porque la habían violado y era fuerte”. La poeta Eileen Myles (Massachusetts, Estados Unidos, 1949) vierte en Chelsea girls una mirada desenfadada y desenfrenada a su vida.

Publicado originalmente en su país en 1944, este título llega a las librerías españolas bajo el sello Las afueras con la traducción de Flor Braier. Deslenguada y descarnada, en esta autobiografía la poeta nos sumerge en un viaje íntimo y frenético hacia una vida vivida al límite.

La de Myles es una voz directa y, sobre todo, cruda. Chelsea girls no es un relato cronológico sino una narración que avanza y retrocede en el tiempo para hablar de una existencia que tuvo sus años principales en la Nueva York de los años 70 y 80, ciudad en la que el alcohol, las drogas y el sexo se convierten en sus compañeros más frecuentes. La poesía, por supuesto, es la otra gran protagonista de una poeta provocadora a la que nos imaginamos con un cigarro en la boca y una mirada escrutadora.

El alcohol, un fantasma heredado

Esta biografía novelada no es, en absoluto, para todo tipo de público. Sus confesiones, aunque honestas, son a menudo impactantes y oscuras.

Desde joven, el alcohol estuvo presente en su vida a través de un padre que trataba de sofocar sus frustraciones bebiendo. “Siempre había algún escándalo en la cena. A veces mi madre lo tenía que sacar del cuarto y forzar para que viniera a la mesa. No podía caminar. No podía estar sentado. Le ponía comida y él se caía sobre el plato. Le levantaba la cabeza de los pelos. Le quedaba la cara llena de col, patata y de ese líquido de la carne en conserva”, describe Myles en estas páginas.

 Episodios como estos afectan a la convivencia familiar y, por supuesto, a su manera de relacionarse con el alcohol años después. De hecho, ella misma asegura que el alcoholismo de su padre "era como un fantasma en nuestra casa, siempre presente, siempre acechando". Sin embargo, Myles no culpabiliza a su progenitor ni lo convierte en una víctima sino que trata de entenderlo con todas sus contradicciones haciendo que esta edición sea un relato confesional a menudo complicado de digerir.

 Chelsea girls está plagado de pasajes conmovedores a través de los que Myles se sincera en torno a su forma de vida y, sin embargo, no denota arrepentimiento ni busca redención. En sus noches neoyorkinas de profunda experimentación y de formación de un personaje que se niega a ser encasillado o a plegarse a convención alguna, el alcohol a menudo va de la mano de drogas como la marihuana, la cocaína, las anfetaminas o el LSD.

 Su relación con ellas se vuelve habitual desde una temprana edad y con tan solo 23 años sufre una sobredosis que rememora así: "recuerdo que todo se volvió borroso, como si estuviera perdiendo el control de mi propio cuerpo. Era como si estuviera viendo mi vida desde fuera, sin poder hacer nada para detener lo que estaba pasando".

No obstante, Myles no trata de verter una lección moralista sobre ellas sino que, con un estilo narrativo irreverente, hace testigo al lector de sus experiencias más extremas para acabar afirmando que el sexo y las drogas eran su manera de rebelarse "contra el mundo, de buscar un sentido en un lugar donde nada parecía tenerlo".

Una sexualidad libre y salvaje

En Chelsea Girls la autora nos hace cómplices de las mil y una aventuras sexuales que mantiene tanto con hombres como con mujeres. Trufadas de detalles, en sus descripciones carnales tan visuales como directas, aborda su sexualidad de manera franca, al igual que lo hace con el resto de temas de los que habla.

Desde la perspectiva de su condición de mujer queer, la poeta explora y forja su carácter fuera de cualquier tipo de etiquetas: "nunca quise encajar en una categoría, porque mi sexualidad es tan dinámica como yo misma", asegura en Chelsea girls.

Eileen Myles en 2008. Foto: David Shankbone

Su atracción hacia las mujeres queda reflejado a través de sus incontables historias. Además, Myles asegura: "ser lesbiana era mi manera de existir fuera de las normas, de construir una vida que fuera realmente mía". Vivido sin fronteras, sin límites y sin miedo, el sexo para Myles "era una manera de conectar con lo que realmente soy, una forma de resistir las expectativas que el mundo tenía de mí".

Además, ser queer no solo tiene que ver con sus relaciones sexuales sino que atraviesa todos los aspectos de su vida, desde su manera de relacionarse con el mundo hasta su escritura. En sus propias palabras: "la poesía y mi sexualidad están intrínsecamente conectadas. Escribo desde mi cuerpo, desde mis experiencias como mujer queer, y eso es lo que da forma a mi voz".

Un autógrafo para Allen Ginsburg

Chelsea girls es mucho más que un relato sobre el abuso de las drogas y el alcohol. Otra de las grandes protagonistas es la poesía. Tras estudiar en la Universidad de Massachusetts-Boston, en 1974 se traslada a Nueva York para convertirse en poeta.

En aquel ambiente underground que describe con toda su crudeza se topa con figuras como la también poeta y cantante Patti Smith, el fotógrafo Robert Mapplethorpe (autor del retrato de la portada del libro) o Allen Ginsberg, una de las figuras imprescindibles de la generación Beat.

Viviendo siempre en distintos apartamentos y sobreviviendo con empleos precarios, el 13 de febrero de 1982 marca uno de los momentos clave de su trayectoria literaria al ver publicado uno de sus poemarios: A Fresh Young Voice from the Plains. "Me sentía tan tonta firmando libros", recuerda la autora.

Sin embargo, en esa presentación Allen Ginsberg le pide que le firme un ejemplar. "Debí haberme quedado como cinco minutos ahí de pie, completamente en blanco. Querido Allen, me alegra que me consideres una poeta", se sincera la autora de poemarios como Evolution (2018), I Must Be Living Twice: New and Selected Poems 1975-2014, y A Working Life (2023).

Aprovechando cualquier soporte para garabatear poemas, para Myles la escritura ha sido el pilar de su trayectoria. En sus propias palabras: "Escribir es el acto más rebelde que puedo hacer, porque me permite ser quien soy, sin disculpas ni concesiones". Y eso es, en última instancia, lo que hace en Chelsea girls, no rendir cuentas a nadie y dejarnos un relato que se ha convertido en un referente de libertad y de experimentación.