Ignacio Martínez de Pisón: "Me imagino a mi familia riñéndome por contar sus intimidades"
El escritor publica 'Ropa de casa', sus memorias de infancia y juventud, en las que da cuenta también de sus primeros pasos en la literatura.
4 septiembre, 2024 02:11Autor de culto, tras el éxito de la novela Castillos de fuego en la que retrataba el Madrid de postguerra, sangre y traición, Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) se embarca por primera vez en sus propios recuerdos y publica Ropa de casa (Seix Barral), una suerte de memorias de infancia y juventud en el que da cuenta también de sus primeros pasos en la literatura al tiempo que rinde homenaje a amigos tan queridos como Bernardo Atxaga y Félix Romeo.
Pregunta. ¿Por qué un libro de memorias de juventud, y por qué ahora?
Respuesta. Cuando mi madre murió en 2018, algo se desató dentro de mí: la necesidad de poner orden en mis recuerdos más antiguos, la de tratar de conservar algo de ese pasado que desaparece cuando desaparecen sus protagonistas… Lo siguiente fue acudir a un archivo para averiguar algo sobre la faceta de mi padre como militar. Eso me llevó a desempolvar los recuerdos que tengo de él, que murió cuando yo tenía nueve años. Lo demás vino por sí solo.
P. ¿Y no sintió la tentación de recurrir a la autoficción? Porque hay amigos, familiares, situaciones que tienen en sí mismos un poderoso relato (su padre fallecido tan joven, su madre, Javier Tomeo…)
R. Me interesa poco la autoficción. Quería escribir una autobiografía al estilo tradicional, un memoir sin más dosis de ficción que la que aporta la propia memoria con su tendencia natural a la deformación del pasado. Otra cosa es que, después de haber escrito varias novelas sobre el tema de la familia, los capítulos de Ropa de casa dedicados a mi propia familia puede que tengan un aire vagamente novelesco. Al fin y al cabo, lo que he hecho es literatura.
Reproches fantasmales
P. ¿Qué cree que le dirían los suyos, esos difuntos que imagina al final del libro, si leyeran esta Ropa de casa? ¿Le felicitarían, le reconocerían incluso, se alegrarían al fin al verle convertido en un escritor celebrado por público y crítica?
R. A algunos me los imagino riñéndome: ¿pero por qué te pones tú a contar intimidades de la familia? Y eso que a todos los recuerdo con cariño y gratitud…
P. ¿Y el niño y el joven que fue, ellos le reconocerían? ¿Qué podrían reprocharle y de qué podrían estar más orgullosos?
R. El niño que yo fui no solía hacer reproches. Más bien era un niño feliz con el propio hecho de la existencia: todo me parecía bien. De mi juventud no puedo decir lo mismo. Seguramente, el joven novelista que fui no estaría muy interesado en los libros que ahora escribo, que cuentan sobre todo historias del pasado. A los jóvenes el pasado les interesa bastante poco. Tienden a creer que el mundo nació a la vez que ellos. También yo lo creía cuando era joven y he acabado precisamente escribiendo novelas sobre cosas que ocurrieron antes de mi nacimiento.
P. ¿A quién añora más y por qué de todos los personajes que se pasean por el libro (familiares y escritores)?
R. De los amigos, a Félix Romeo, que murió demasiado joven. Todavía ahora, trece años después de su muerte, me descubro a veces preguntándome qué pensaría él de este libro o aquella película. A Félix, por cierto, le gustaban mucho los libros autobiográficos. Seguro que le habría gustado leer este libro.
El paraíso logroñés
P. ¿Qué tenían sus veranos riojanos de los años 60 para tener "la certeza de estar habitando un paraíso"?
R. Mi infancia acabó de forma muy abrupta: en septiembre de 1970 volvimos a Zaragoza y en octubre mi padre murió de un infarto. Digamos que los problemas empezaron entonces y que todo ese periodo anterior ha sido idealizado por mi propia memoria. Si ocurrió algo feo o desagradable en esa infancia riojana, mi memoria se encargó de borrarlo.
P. ¿Qué influencia tuvo su abuelo, veterano de la guerra de África, el mismo que empezaba sus relatos con un "Pues, señor"?
R. Fue en cierta manera mi segundo padre. Me gustaba mucho escucharle contar viejas historias del pasado, que a lo mejor él había escuchado de niño a su propio abuelo, general carlista, y que me hacían retroceder en el tiempo, dando un salto de varias generaciones.
P. ¿Cómo el escritor que quería ser surrealista acabó convertido en un narrador realista?
R. Yo, de niño, incluso de adolescente, quería ser surrealista sin saber muy bien lo que era el surrealismo. El hecho de que Luis Buñuel fuera, como yo, aragonés bastaba para hacérmelo atractivo. Mi conversión al realismo se produce cuando ya llevo varias novelas publicadas y, en realidad, no solo no me aleja de Buñuel sino que me acerca a él: ahí está su admiración por Galdós, del que adaptó varias novelas.
P. ¿Y qué hizo que el joven al que le aburrían las novelas sobre la guerra civil se acabara convirtiendo en uno de los mejores narradores sobre ese periodo y la posguerra?
R. Yo diría que se trata de un fenómeno más amplio. Fue la sociedad española, y particularmente mi generación, la que con el cambio de siglo volvió a interesarse por la guerra civil y sus consecuencias. De la guerra teníamos la versión de los que la hicieron y la versión de quienes crecieron durante el franquismo. Faltaba nuestra versión, la de los nietos de la guerra, crecidos durante la transición o ya en la democracia.
Defensa de la Transición
P. Ahora que tantos critican aquellos años de incertidumbres, ¿cómo valora la Transición, merece esa suerte de causa general a la que está siendo sometida?
R. Hubo quien quiso poner en solfa la transición hace diez años, cuando estaba en boga la llamada "nueva política". Ahora casi ninguno de esos nuevos políticos sigue en activo y el marco de convivencia definido en aquellos años de la transición sigue vigente, sin que los españoles no estemos matando unos a otros por las calles. Eso seguramente quiere decir que al final las cosas no se hicieron tan mal.
"La segunda parte de mi vida como escritor me parece muy poco interesante"
P. Explica en el libro su amistad quebrada con Javier Marías a causa de la ruptura de este con Herralde, pero no las razones de la suya con Anagrama: ¿lo deja para el volumen siguiente de sus memorias, si lo hay?
R. No sé si habrá alguna vez un segundo volumen de memorias. Si este lo he llamado Ropa de casa es porque tal vez algún día exista un Ropa de calle, en el que no hable ya de mi familia y mi salida del cascarón sino que cuente mi vida como escritor. Pero ahora mismo esa segunda parte de mi vida me parece muy poco interesante.
Ruptura radical
P. De todas formas, ¿por qué abandonó la editorial que primero confió en usted?
R. Hubo un desacuerdo sobre uno de mis libros, lo publiqué en otra editorial y luego ya me quedé en esta.
P. Volviendo a Javier Marías, ¿no es absurdo que su supuesto mentor dejase de hablarle y de leerle por pensar de otro modo?
R. Su ruptura con Anagrama fue radical. Volvimos a vernos años después, cuando tampoco yo publicaba ya en Anagrama, y tuvimos una conversación cordial. Quién sabe si habríamos llegado a recuperar algo de esa vieja amistad en el caso de que no hubiera muerto tan pronto y de forma tan inesperada.
P. Recuerda cómo la radio y la televisión acabaron con miles de años de cultura popular: ¿el impacto de las redes sociales no está siendo aún más devastador?
R. Las viejas narraciones tradicionales que habían sobrevivido oralmente a lo largo de muchos siglos murieron, en efecto, al contacto con los nuevos sistemas de comunicación. Pero también estos crearon nuevas formas de expresión. Desde hace un par de décadas, las series de televisión gozan del prestigio de las novelas y las películas. Soy incapaz de prever qué acabará saliendo de las redes sociales, pero siempre existirán el talento para contar historias y la necesidad de dejar un testimonio de la propia época.
"Escribir me ha servido para tener más preguntas, no más respuestas"
P. En los 80 pensaba que los escritores eran gente mayor, "gente hecha, que parecían saber de todo y tenían respuestas para todo". Ahora que usted ya es un autor consagrado, ¿tiene tantas certezas?
R. Publiqué mi primer libro hace cuarenta años, así que algo hecho estoy. Pero leer más y escribir más me ha servido precisamente para tener más preguntas, no más respuestas.
Los caprichos de las musas y el tiempo
P. ¿Por qué acabó tan pronto su brevísima trayectoria como poeta? ¿Y en el teatro?
R. Digamos que las musas correspondientes no se tomaron demasiadas molestias conmigo.
P. Formó parte de la llamada Nueva Narrativa, a la que pertenecieron muchos de los autores hoy de referencia, como Marías, Muñoz Molina o usted mismo, pero ¿a qué autor de esos años rescataría del olvido, quién ha sido peor tratado por la crítica y el tiempo?
R. Para mí hay un escritor que, teniendo la admiración de muchos colegas, nunca ha llegado a tener los muchos lectores que merece. Me refiero a José María Conget, que por aquella época tenía ya publicadas varias novelas excelentes, aunque de títulos ciertamente disuasorios, como Quadrupedumque.
P. En el libro rinde una suerte de homenaje a escritores y amigos como Bernardo Atxaga, Enrique Vila-Matas, Cristina Fernández-Cubas o José Luis Melero: ¿qué les debe a cada uno de ellos como narrador, como persona y como lector?
"Tiendo a esconderme en mis libros, por eso 'Ropa de casa' es la excepción"
R. Además de la amistad, que es uno de los bienes más valiosos, les debo el haberme abierto los ojos a tradiciones literarias con las que entonces no estaba familiarizado. Todos ellos, cada uno de diferente manera, me ayudó a ampliar mis horizontes como lector y como escritor.
P. Si las páginas sobre Romeo son emocionantes, las que dedica a su pareja, María José, y a sus hijos no lo son menos: ¿son quizá las más impúdicas y personales de cuantas ha escrito a lo largo de su carrera?
R. Tiendo a esconderme en mis libros, de forma que no se me reconozca. En este, por el contrario, hablo de afectos profundos: los lazos familiares, el enamoramiento, la paternidad… Las cosas que cuento son estrictamente personales pero, al mismo tiempo, diría que universales. Supongo que más de un lector verá reflejada su propia experiencia.