"¡Este no es un libro para niños!". Esta frase es la que lucía en la faja que abrazaba la cubierta de Los niños tontos, de Ana María Matute. El libro, de microrrelatos, data de 1956, pero esta era una edición publicada en el 2000 por la editorial Media Vaca. La propia autora quiso expresar su contrariedad ante el hecho de ser considerada una autora de libros infantiles. "Era una manera de relegarla. La enfadaba muchísimo", asegura Mari Paz Ortuño, comisaria de la exposición del Instituto Cervantes que recorre la vida y obra de la escritora, una de las más importantes del siglo XX en lengua española.
Quien no inventa, no vive —así reza el título de la muestra— se inauguró este martes y sirve como preámbulo a las celebraciones del centenario de su nacimiento, que tendrán lugar en 2025. Luis García Montero, director de la institución, tiene claro que Matute "es una de las grandes", por lo que la acogida de la exposición "es una alegría y una obligación para el Cervantes".
El poeta, que conoció a la escritora, bromeó con la efeméride en la visita con los medios previa a la inauguración. "Me conmueve ahora celebrar centenarios con gente con la que he cenado muchas veces y he tomado muchos gintonics". Recordó su interés ineludible por la Literatura Infantil y Juvenil, pero no obvia que "es autora de libros definitivos como Los hijos muertos, Primera memoria y Olvidado Rey Gudú", título este último que supuso su regreso a la literatura tras una ausencia de dos décadas debido a una crisis personal y creativa. "Como mujer quedó un poco desencajada, pero recuperó su voz con firmeza", apostilló.
La exposición, que se ha llevado a cabo gracias al impulso de la Agencia literaria Carmen Balcells, el Grupo Planeta y el archivo que custodiaba la familia de la escritora y la propia comisaria, coincide con el décimo aniversario de su fallecimiento y se podrá visitar en la sede madrileña del Cervantes hasta el 19 de enero. A modo de retrospectiva y siguiendo un criterio cronológico, consta de cuatro paradas —infancia, juventud, depresión ("el vacío") y renacer ("Ave fénix")—, según explicó Ortuño, la comisaria, que nos acompañó en el recorrido.
El bosque, trasunto central del discurso que pronunció Matute al recibir el Premio Cervantes en 2010, fue uno de los principales elementos de su novelística. Así, toda la exposición está determinada por la presencia del color verde. Aunque nacida en el seno de una familia burguesa de Barcelona, fue en Mansilla de la Sierra (La Rioja), el pueblo donde pasaba los veranos, donde descubrió el mundo real, tan alejado de su vida en la ciudad condal. El trabajo en el campo, las embestidas de la naturaleza, una niñez completamente distinta a la que ella había visto hasta ese momento...
"Los niños de entonces, aquellos que encontrábamos a la primera vuelta del verano, eran todos los años una revelación, un asombro, un renovado puente que nos conducía al mundo por el que pisábamos tímidamente", escribió en su novela El río (1963). Los libros complementaron aquella primera fascinación, que se cruzaría con la Guerra Civil, etapa que, a sus once años, le marcó decisivamente.
Su padre le regaló los primeros cuentos de hadas que devoró siendo tan pequeña y ahora forman parte de Quien no inventa, no vive. Además de los cuentos de autores como Andersen, las historias que le contaban la tata Anastasia y la cocinera Isabel forjaron su pasión por fabular. A los cinco años escribió su primer cuento, El duende y el niño, y lo sazonó con ilustraciones propias (incluidas en la exposición), algo que no dejó de hacer hasta el final de su vida.
Si algo tiene de especial este completísimo itinerario es, entre otros muchos detalles y objetos personales, la reivindicación de su faceta como dibujante. La muestra está trufada de bellísimas ilustraciones, muchas de ellas inéditas. Conviene saber, a propósito, que las conocidas por el público trascendieron en una etapa tardía de su trayectoria y que conservan, según apuntó Ortuño, la influencia del británico Arthur Rackham.
Tampoco falta en la exposición su muñeco Gorogó, del que no se separaría nunca. La autora incluso lo citó en el discurso del Cervantes, señalando que era otro regalo de su padre. Lo llevó consigo, por supuesto, en los años en los que su carrera eclosionó tan prematuramente. Escribió su primera novela con solo 17 años. Se trataba de Pequeño teatro, aunque no se publicaría hasta unos años después, cuando logró el Premio Planeta (1954).
La primera que llegó a las librerías fue Los Abel, finalista del Premio Nadal en 1947, el año que ganó Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada. En aquellos años publicaba cuentos en la revista de la editorial Destino, que albergó los primeros pasos de su trayectoria. Algunos de estos relatos corresponden a las decenas de recortes de prensa recogidos en las vitrinas de la muestra.
Los años 50 y 60 fueron muy exitosos. "Hablar de literatura en España era hablar de Ana María Matute, y viceversa", dijo la comisaria en la inauguración. Además del Planeta, lograría los premios Café Gijón por Fiesta al Noroeste (1952), el de la Crítica y el Nacional de Literatura con Los hijos muertos (1958) y el Nadal, ahora sí, con Primera memoria (1959). Entre otros.
La exposición cuenta con algunas primeras ediciones de estos libros, siempre acompañados de ilustraciones. Dibujaba a sus personajes al tiempo que los describía, apuntó Ortuño, que hizo hincapié en "el compromiso" de Ana María Matute con la literatura y con sus lectores. "Era muy rápida escribiendo y muy lenta corrigiendo", o sea, "muy responsable con su propia escritura". Además, "escribía a máquina, y luego había que pasarle los textos al ordenador", añadió la comisaria, que fue amiga de la escritora durante la última etapa de su vida.
Los textos manuscritos que se pueden ver en la muestra evidencian esta obstinación por precisar las mejores palabras y expresiones, de gran fuerza evocadora, una estructura adecuada... También las páginas de Demonios familiares, la novela que dejó inacabada, dan buena cuenta del intenso proceso de escritura basado en la corrección compulsiva: abundan las tachaduras, las anotaciones, el cambio de orden de los párrafos...
Pero antes, hacia el final de su juventud, Matute comienza a viajar a Estados Unidos, donde ya cuenta con muchos lectores y realiza conferencias. Las cubiertas de muchas ediciones extranjeras —fue traducida a más de veinte idiomas— cuelgan de un extenso panel que se encuentra al fondo de la muestra, cuya próxima estación es Sitges, "la época dorada". La vida le sonríe. Más allá de la escritura y el dibujo, su pulsión artística se materializa en la creación de joyas con materiales de desechos —bases de botella, por ejemplo— que la editora Esther Tusquets se ponía para asistir al Liceo.
De pronto, su vida se precipita al "gran vacío", una depresión que haya correspondencia con la separación de su marido, que se queda con la custodia de su hijo. Ese chico era Juan Pablo Goicoechea, que ayer asistió al inmenso homenaje que el Cervantes le dedicó a su madre y no dudó en afirmar que la exposición "habría superado sus mayores expectativas". En veinte años no escribe más que un cuento, Solo un pie descalzo, premonición del libro con el que volvería a la escena literaria. Tituló la obra con el mismo nombre y en 1984 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
La obra más importante para ella, Olvidado Rey Gudú, llegaría en 1996. Los niños, la fantasía, los conflictos familiares y las tribulaciones de la mente humana se fundieron en una obra redonda que, como no podía ser de otra manera, aparece representada en esta exposición a través de varias ediciones; una de ellas, ilustrada.
Hacia el final del recorrido, encontramos una recreación de su escritorio. En el centro, cómo no, la máquina de escribir con la última página que dejó escrita, dedicada a su tata. Junto a ella, un crucigrama de La Vanguardia, una estampa del Arcángel San Gabriel y una foto de Paul Newman, que le encantaba.
El colofón de la muestra es el Premio Cervantes. Los pormenores relativos al hito se concentran en una sala que acoge decenas de fotografías del acto en el Paranifo de la Universidad de Alcalá de Henares, el manuscrito del discurso y la proyección en vídeo de la escritora leyéndolo. "Si en algún momento topan con algunas de las historias que pueblan mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado". Así concluiría su alocución, aunque antes había pronunciado la frase que tan bien la reprensenta y da título a esta exposición: "Quien no inventa, no vive".