"Ser húngaro es una enfermedad incurable y aterradora": Krasznahorkai, entre la risa y el caos
El escritor húngaro publica en España su nueva novela, 'El barón Wenckheim vuelve a casa', una sátira sobre las paradojas y miserias del ser humano.
26 septiembre, 2024 02:05¿Puede una novela cambiar el mundo? Escéptico y burlón, László Krasznahorkai, que recibe este jueves el Premio Formentor, no cree que la literatura disponga de ese poder, pero considera que el acto de escribir implica una paradójica sabiduría existencial. Como apuntaba Kafka, el papel de un autor es equivocarse y esperar. Es decir, transformar el mundo es una trama inteligible y aguardar la refutación de ese artificio.
El barón Wenckheim vuelve a casa incluye un prólogo o advertencia sin relación con el argumento, pero sumamente esclarecedor sobre las intenciones de Krasznahorkai. Un director de orquesta se dirige a sus músicos para explicarles su forma de trabajar. Es obsesivo, exigente, minucioso y no promete nada.
La paga es exigua y someterse a su batuta no conlleva alegría, consuelo ni recompensa. Krasznahorkai está anticipando al lector lo que le espera. Su escritura torrencial e introspectiva solo es un retrato del caos y la furia con la que acontece la vida humana. Todo es absurdo y ridículo. La esperanza es autoengaño.
El barón Wenckheim vuelve a casa narra el regreso de un sexagenario aristócrata húngaro a su ciudad natal tras una ausencia de cuatro décadas. Sus vecinos especulan que su fortuna ayudará a salir a la localidad de la decadencia, pero lo cierto es que el Barón ha huido de Buenos Aires por deudas de juego. Su presencia solo creará confusiones y situaciones hilarantes. Una constelación de parásitos orbitará alrededor de su rutina, mostrando que vivir no significa aprender, sino acumular malentendidos.
La peripecia del Barón se cruza con la de un excéntrico y huraño Profesor, una autoridad mundial en musgo, que se construye una cabaña para vivir aislado. Su anhelo de una soledad se estrellará contra el acoso de una hija no deseada y la irrupción de una violenta banda de moteros. Krasznahorkai es una especie de Beckett con el humor de Laurence Sterne. Esta novela es una explosión de nihilismo, una sátira sobre las paradojas y miserias del ser humano, un artefacto verbal que deslumbra e hipnotiza.
Desmesurada, estridente y morosa, cultiva el neologismo y una sintaxis laberíntica, dos características que la magnífica traducción de Adan Kovacsics ha logrado preservar, sorteando el abismo que separa al idioma húngaro de la lengua castellana. Krasznahorkai ha recuperado el concepto de novela total que persiguieron Joyce, Sterne y Hermann Broch: un mosaico que abarca todas las facetas de lo real. Desde lo minúsculo e insignificante hasta la ambición titánica de comprender conceptos como el tiempo y la identidad.
El Barón regresa a una ciudad que en esencia es la misma de su niñez, pero que al mismo tiempo se ha degradado a la condición de copia del original. Los inmigrantes que pululan por sus calles parecen seres extraviados, pero los nativos soportan el mismo desarraigo.
Al igual que Thomas Bernhard, Krasznahorkai no escatima los exabruptos contra su país y sus compatriotas: "Ser húngaro no es pertenecer a un pueblo, sino una enfermedad incurable y aterradora". Los húngaros están podridos, pero sería inútil buscar algo mejor en otros países.
Afortunadamente, El barón Wenckheim... no es un lóbrego planto. Las carcajadas ahogan los lamentos. Quizás no haya esperanza para el ser humano, pero hay una forma de aplacar el sufrimiento: no tomarse demasiado en serio a uno mismo.