30 y 800. El contraste entre estas dos cifras —la edad de la autora y el número de páginas de su novelón, que en realidad son cinco— es uno de los motivos por los que Los Escorpiones, de Sara Barquinero (Zaragoza, 1994), se ha convertido en un fenómeno literario, el libro más comentado de lo que llevamos de año.
Su currículo es apabullante. Es doctora en filosofía con una tesis sobre el concepto de lo sublime en Kant. En 2018 obtuvo una beca de creación en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en la que escribió su novela corta Terminal (Milenio, 2020). Ha obtenido el Premio de Ensayo Valores Universales de la Fundación Unir en 2016, el Premio Virginia Woolf de relato en lengua inglesa en 2017, el Premio del IAJ de creación artística y tecnológica en la modalidad de literatura en 2018 y el Premio Voces Nuevas de poesía de la Editorial Torremozas en 2019.
Su último logro: ser becada por la Academia de España en Roma. Allí se marchará de noviembre a julio para escribir su próxima novela, que tratará "sobre las relaciones y prácticas cuestionables entre profesores y alumnas en la universidad española". El tema promete.
Aunque ella procede del mundo universitario, que abandonó por la literatura, dice que "no hace falta haberlo visto con tus propios ojos para saber lo que pasa en la universidad, hay muchos titulares". Aparte de la realidad, sus mayores inspiraciones literarias para ese nuevo libro, dice, son El libro y la hermandad, de Iris Murdoch, y La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides.
Dice Barquinero que nunca le ha dado miedo la página en blanco, que disfruta escribiendo y que el éxito de Los Escorpiones no supone una presión añadida frente a su próxima novela. Esta repentina fama no le ha cambiado la vida, si acaso en que ahora viaja más. Le salen más alumnos de escritura creativa y le pagan por dar charlas, pero su fuente principal de ingresos sigue siendo su trabajo como correctora de tesis doctorales y novelas amateur. "El éxito y el dinero no van de la mano en el mundo literario. Además, en el caso de los escritores la literatura quita mucho tiempo. Yo podría coger más correcciones y ganar más dinero, pero prefiero dedicar ese tiempo a escribir".
También la invitan a más saraos literarios, donde debe aprender a codearse con otros colegas escritores y periodistas. "No es que me resulten un engorro, porque me parecen interesantes, pero tampoco es que me encuentre en mi salsa", reconoce. En uno de ellos nos encontramos con la escritora: las Conversaciones Literarias de Formentor, celebradas este año en Marrakech. Un foro en el que disertó sobre otra de sus grandes influencias, David Foster Wallace, y donde la vimos pasear y conversar con Juan Manuel de Prada —¡extraña pareja!—.
En la distancia corta es tímida o quizá simplemente distante, pero cortés. Habla con voz baja y monocorde. Se toma en serio cada pregunta. Se queda callada un buen rato si lo necesita para elaborar una respuesta.
Pregunta. Tardó nueve años en escribir Los Escorpiones, lo empezó a los 22. ¿Ha llevado una vida monacal para poder acabarlo?
Respuesta. Cuando pasas tanto tiempo escribiendo un libro, no estás todo el tiempo escribiéndolo. Al pasar de una parte a otra del libro, a veces necesitaba dejar pasar seis u ocho meses para limpiar mi cabeza y mi estilo. Lo que sí he tenido son veranos muy monacales en mi pueblo, Tartanedo (Guadalajara), que durante el año tiene 12 habitantes. Así que, frente a otra gente que tiene veranos muy fantásticos, normalmente yo los paso en el pueblo escribiendo. Pero he pasado algunos cursos sin escribir nada hasta el siguiente verano.
"En el siglo I ya había un lamento porque la cultura se estaba yendo al garete. Las estadísticas dicen que se lee más ahora que hace unos años"
P. En el coloquio sobre revistas y suplementos literarios y culturales celebrado el primer día de las Conversaciones de Formentor, había un lamento generalizado por la pérdida de lectores debido a la falta de relevo generacional y por la tendencia a que los textos sean cada vez más cortos para no espantar a la audiencia. Y aquí está usted, con 30 años y una novela muy compleja de 800 páginas que se ha convertido en el fenómeno de la literatura española de este año. ¿Cómo lo ve usted? ¿La situación es tan mala como la pintan?
R. Cuando estaba haciendo mi tesis doctoral, tuve que revisar un material del siglo I en el que ya había un lamento porque la cultura se estaba yendo al garete. Darme cuenta de eso, con un lenguaje que podría estar perfectamente descrito en una columna de opinión, me dio mucha perspectiva. De hecho, creo que las estadísticas dicen lo contrario, la gente lee más ahora que hace unos años. No tengo ni idea sobre los contenidos culturales y cuál es su tracción con el público, pero sí que se crea mucho contenido sobre literatura en Tik Tok y en Instagram, quizá solo hace falta buscar una manera de encauzarlo a las revistas.
P. ¿Quiénes son sus lectores? ¿Qué perfil tienen?
R. La verdad es que hay un tipo de lectores que me esperaba: gente más o menos de mi edad a la que le gusta la literatura posmoderna o cosas un poco más experimentales, un poco más americanas. Pero cuando firmo libros aparece gente mucho mayor de lo que pensaba. Eso es una sorpresa.
P. ¿Qué elogios hacia su novela le suelen hacer esos lectores que acuden a las firmas de ejemplares?
R. Hay dos cosas. Una no es exactamente que les haya gustado, sino que les parecía horrible lo que estaban leyendo, pero a la vez querían seguir leyendo. Y luego hay algo que a veces me cuesta un poco manejar emocionalmente: como uno de los temas del libro es la depresión y el suicidio, muchas personas me cuentan cómo es su propia experiencia con la depresión o la de un familiar suyo, y a veces es un poco difícil salir del ánimo “estoy firmando libros alegremente” porque he escuchado “mi primo se mató el año pasado y tu libro me ha gustado”.
P. ¿Por qué le interesa el suicidio como asunto en el que indagar?
R. Supongo que el tema viene de una cuestión personal. Siempre he estado lidiando con estados mentales depresivos, en diferentes momentos de mi vida y de distinta manera. Pero a la vez es un deseo filosófico de acercarme a la cuestión de porqué nos suicidamos o por qué la vida merece la pena. Por eso no hice algo tan centrado en mi propia tristeza o la de mis allegados sino algo más social y transversal en el tiempo y en el espacio.
P. ¿Sabe cuántos ejemplares se han vendido hasta ahora?
R. No tengo ni idea, creo que habrá unos 20.000 ejemplares impresos, pero no tengo ni idea de cuántos de esos se han vendido.
P. La han comparado con David Foster Wallace y ha contribuido a las Conversaciones de Formentor hablando de un libro suyo, El rey pálido. ¿Se siente halagada con esa comparación?
R. Me siento muy conectada con Foster Wallace. Y, precisamente por eso, como gran lectora suya, por supuesto que me halaga esa comparación, pero siento que me puede quedar un poco grande.
P. ¿Qué le gusta de él? ¿Qué lo hace único como escritor?
R. Por una parte es algo biográfico. Es el primer autor posmoderno que leí. Justo antes de eso leía muchos clásicos y bastante novela contemporánea, la típica que gana el Man Booker Prize, pero hubo algunos años de desconexión que no los tenía mapeados, y un amigo me recomendó empezar por La broma infinita. O sea, que si hubiera empezado por La subasta del lote 49, quizá sería Pynchon mi gran autor. Por otra parte, me gusta la tensión entre filosofía y literatura que hay en la obra de Foster Wallace. No se suele comentar que le costó mucho elegir entre dedicarse a la filosofía o a la literatura, y al final decidió tratar los temas filosóficos de forma literaria, pero sin resultar pedante.
"Cuando una es autora, tiene que aprender a diferenciar lo que puede ser cierto de lo que se dice para vender libros"
P. Eso es por lo que usted apuesta también, ¿no?
R. Sí, exacto.
P. También la han comparado con Bolaño, Ottessa Moshfegh, Elsa Morante, Houellebecq, DeLillo... ¿Qué le hace sentir eso?
R. Cuando una es autora tiene que aprender a diferenciar lo que puede ser cierto de lo que se dice para vender libros. No me lo tomo ni demasiado en serio ni a la ligera.
P. Ha pasado mucho tiempo indagando en teorías de la conspiración, leyendas urbanas y la Deep Web. ¿De dónde surge ese interés?
R. Soy una morbosa desde siempre, apenas tuve que documentarme ex profeso para el libro. Cuando era adolescente pasaba muchas horas sola en casa en Internet. Las teorías de la conspiración siempre me han fascinado, recuerdo ser una niña y pensar que ojalá mis padres me dejaran ver Cuarto Milenio. Supongo que en mí hay una tentación de ser conspiranoica contra la que lucho, pero eso no quita que consuma el contenido.
P. ¿Cree que en los últimos años ha crecido el interés por las teorías de la conspiración? En las redes sociales ha aumentado su presencia, ligada a la derecha populista.
R. Sí, ha cambiado de signo político. Cuando era joven, las teorías de la conspiración solían ser de izquierdas y hablaban de cómo el gobierno estadounidense nos estaba controlando a todos a través de distintas filiales. Ese cambio de signo probablemente tenga que ver con la percepción de estar perdiendo la hegemonía cultural, y al buscar el motivo surge la teoría de la conspiración. Por otro lado, hay un fragmento muy bueno de la novela Wellness, de Nathan Hill, que habla de cómo el padre del protagonista se convierte en un conspiranoico de derechas. Está muy bien, porque vincula los pasos de creer cada vez más en las conspiraciones con la evolución del algoritmo de Facebook. Es mucho más entretenido y capta más nuestra atención el lenguaje propio de la conspiración que el lenguaje propio del principio de realidad. Eso hace que estas teorías sean cada vez más visibles en las plataformas. Tiene mucho más rendimiento un texto sobre teorías de la conspiración que un texto sobre cómo funciona la inflación de los alimentos.
"En mí hay una tentación de ser conspiranoica contra la que lucho, pero eso no quita que consuma el contenido"
P. ¿Cree que el auge de las teorías de la conspiración tiene que ver con la necesidad de respuestas en tiempos de incertidumbre?
R. Depende de con qué lo compares. Tal vez con los 90 hasta la crisis de 2008, que fueron un periodo más optimista. Pero la humanidad ha vivido momentos de mayor incertidumbre que este.
P. ¿Ha notado un aumento en el interés por la filosofía en busca de respuestas?
R. Por una parte puede que sí, pero no creo que el interés por la filosofía haya ganado ni perdido adeptos significativamente. Sí han cambiado los autores. Cuando yo tenía 12 o 13 años y te metías en según qué foros de Internet, Nietzsche era lo que tenías que leer, y ahora se leen más otras cosas de teoría política. Siempre hay autores de moda que ayudan.
P. ¿Se imagina escribiendo una novela que no tuviera una profundidad filosófica, que fuera puro entretenimiento?
R. Incluso una novela entretenida oculta alguna filosofía. Y en la otra dirección, creo que era Adorno quien decía que el único que tiene que escribir mejor que un escritor es un filósofo. Por tanto, la filosofía tiene una cuestión de estilo literario que no se puede ignorar.
P. ¿Qué es lo peor que han dicho sobre su libro?
R. Intento no leer ni lo bueno ni lo malo sobre mi libro, porque creo que me podría hundir en la miseria y me parece poco productivo para mí leer sobre lo ya escrito. Cuando estoy escribiendo algo nuevo sí me gusta tener opiniones, pero cuando algo ya está hecho, está hecho. Pero por clubes de lectura y momentos en los que no puedes evitar escuchar una opinión, creo que a mucha gente no le ha gustado el final del libro, algo que yo ya sabía mientras lo escribía, sabía que no era el final que iba a esperar el lector. Pero para mí, volviendo a la relación entre filosofía y literatura, era lo que quería decir. Podría haber hecho un final más efectista, más entretenido y más literario, pero no quise.
P. También se ha comentado que quizá no eran necesarias 800 páginas. ¿Era imprescindible esa extensión y esa estructura de cinco novelas en una?
R. Sí, de hecho he tirado muchas páginas. Si se refieren a que algunas partes se podrían haber resumido, puede que sí, pero también creo que no pasa nada por que un libro nos pueda aburrir un poquito. Hay libros clásicos que tienen pasajes extensos y no por ello dejan de ser buenos. Anda que no tienes descripciones de los espárragos de Françoise en el comienzo de En busca del tiempo perdido. Y es que te aburres... No digo que yo esté escribiendo algo tan bueno como eso, pero creo que hay una tendencia al minimalismo en la literatura contemporánea y no es el único estilo válido.