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 / Esta noche tomo Málaga / el lunes, tomé Jerez / martes, Montilla y Cazalla / miércoles, Chinchón, y el jueves / borracho y por la mañana / todas las caballerizas de Madrid / me darán su blanda cama. Alberti tomaba la voz de Queipo de Llano en estos versos. Parodiaba en ellos con sorna la afición por el micrófono -y el caldo de los viñedos- que desarrolló el general del Ejército del Sur, en los días en los que arengaba a las tropas nacionales desde su singular púlpito en la emisora de radio andaluza.

Con furia infernal que ellos tomaban por casi divina, llamaba el general a castigar a aquellos que se encontraban al otro lado del frente. Y desde luego que les castigaron. Queipo de Llano dio cuenta de ello en su monserga radiofónica: "Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser un hombre. Y, de paso, también a las mujeres. (...) ¿No han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas".  

En el otro lado, en los municipios que habían resistido el envite de los sublevados y se mantuvieron fieles a la Segunda República, los líderes fueron en muchas ocasiones los primeros en huir mientras aseguraban a la ciudadanía que resistirían con uñas y dientes. Así sucedió en Málaga. Y así lo vivió la familia de Antonio Soler, autor de Las bailarinas muertas (Premio Herralde de Novela 1996) y El camino de los ingleses (Premio Nadal 2004). Ahora, el escritor malagueño cuenta en El día del lobo (Espasa) el trauma que vivieron aquellos que le precedieron.

Porque Soler no estaba vivo cuando todo aquello sucedió. Llegó a sus oídos de la manera en la que suelen sobrevivir esta clase de relatos familiares: por las historias fraccionadas de aquellos que lo vivieron. Por las bocas temblorosas que no se atreven a recordar pero tampoco quieren olvidar.

Su abuela materna, su principal confidente, fue la más prólija en detalles. Él se sentaba en aquel salón malagueño y, sencillamente, escuchaba sobre "la Desbandá" como el que oye la historia de Caperucita. Solo que, en esta ocasión, el lobo feroz no iba vestido de anciana, sino que portaba rifle y uniforme y bombardeaba a la población que huía por la carretera de Málaga a Almería de las represalias anunciadas por aquel general amante del micrófono y la botella. 

Pregunta. En El día del lobo nos cuentas la historia de tu familia como si fuera un cuento infantil. 

Respuesta. Sí, la gran informante, la garante del relato familiar, era mi abuela. Cuando era niño me contaba cómo los aviones les ametrallaban y yo me daba cuenta de que esto no era cine, era otra cosa. Yo entonces la conminaba a que hablara. Y entonces la historia se transmitía por tradición oral, casi como un cuento. Comienzo la historia con un "había una vez", y a partir de ahí tomo a menudo recursos del cuento infantil como por ejemplo el lobo, el ejemplo de mal absoluto, la fiera que convierte a aquello que persigue en presa.  

P. Casi al comienzo de la novela haces un ínterin para compartir tu preocupación sobre la forma en que tus familiares se disuelven de alguna manera en el relato.

R. Sí, cuanto más me adentraba, más se desvanecían. Es algo con lo que me fui encontrando en el proceso de escritura. Empiezas a escribir algo que en principio no es ficción. La cosa es que esas personas con las que conviví, al trasladarlos al papel se convierten paulatinamente en personajes, en materia literaria, por el propio traslado de la información a la escritura.

»Eso me hacía pensar en lo poco fiable que es la memoria. Felix de Azúa decía, y yo creo que tenía toda la razón, que "la memoria es terreno de la imaginación". Yo estaba trabajando con un doble filtro: el relato con el que trabajaba, que sufría de una distorsión, y luego mi propia memoria de lo que yo había escuchado de niño. Eso narrativamente es un reto. El cómo uno se enfrenta a la imposibilidad de lo objetivo.

»También recordaba algo que decía Caballero Bonald en sus memorias: "quien recuerda miente", por la cuestión de cómo la ficción, la subjetividad se va infiltrando en los recuerdos y los va modificando. Eso, unido al traslado al lenguaje literario, aunque no quieras hacer filigranas y quieras ser lo más honesto con esos recuerdos, notas cómo las personas se van convirtiendo en personajes y a medida que te vas acercando más a ellos se tornan entes de ficción, porque los tienes que interpretar, ya no están ellos ahí, estás reconstruyéndolos tú.

Portada de 'El día del lobo', de Antonio Soler (Espasa)

P. ¿Y eso no lo hace, curiosamente, más veraz?

R. Ese es el resultado de la fórmula. Cuando conocí a Paul Preston hace unos 20 años, estábamos en una mesa redonda, le dije que si la civilización se extinguiera, quien quisiera saber quiénes eran los seres humanos debería leer a Proust, a Joyce o a Cervantes en lugar de libros de historia. Preston se echó las manos a la cabeza.

»La historia nos puede informar de determinados acontecimientos con una intención de objetividad. Pero la parte interna de esos hechos, los miedos, los deseos, las angustias. La esencia del ser humano no está en los libros de historia. No es su función.

P. ¿Hay lugar para los héroes en esta historia?

R. Sí. Hay mucha gente humilde que padeció la historia, no la fabricó. Algunos actuaron de forma honrada e inocente y otros de modo canallesco. Existen errores humanos -por no llamarlos infamias-. Pero sí que hay algunos héroes. Gente que decide no denunciar a alguien que está escondido, jugándose el pellejo al hacerlo. Otros que acogen a niños que no son suyos. O los que hicieron lo que pudieron para proteger al prójimo en aquellos momentos tan complicados. 

R. Sin embargo los malvados sí que tienen carnet de identidad. 

Hicieron méritos propios. Cuando Queipo hace esas alocuciones radiofónicas se está retratando. No hay discusión. Está haciendo su radiografía: son acciones de peso. Hay algunos personajes a los que intento salvar de esa refriega baja que se produjo en ese escenario. Indalecio, Azaña... Son hombres que admiro y estaban por encima de aquella devastación moral. 

"Equiparar la España de hoy con la de 1936 me parece un disparate".

Antonio Soler

P. ¿Se nos está olvidando todo aquello?

R. Más que olvidarse, lo que ha ocurrido es que la memoria común se ha corrompido. Me encuentro a menudo con intentos de equiparar la España de hoy con la de 1936, lo cual me parece un disparate. Ahí no hay interpretaciones, hay datos.

»¿Cuántos muertos por refriegas en las calles había entonces y cuántos ahora? ¿Cuál era el nivel de vida del español medio de entonces comparado con la del de ahora? ¿Cuál era el nivel de analfabetismo? Antes estábamos muy poco vinculados con las democracias occidentales, ahora estamos bajo el paragüas de la Unión Europea. Hay muchas más diferencias que similitudes. 

P. Y sin embargo hay quien trata de escarbar en las similitudes que puedan haber.

Es manipulación. Si lo hacen solo hay dos motivos. Uno es el de la ignorancia y otro es el deseo de manipular por beneficio propio. La ignorancia es grave pero lo otro es mucho peor. 

P. "La Desbandá" no parece ocupar un lugar tan preponderante en la memoria colectiva como Guernica o Paracuellos

R. Yo creo que el motivo principal es la vergüenza, la deshonra. Por parte del bando nacional está claro. No es una cuestión para airear el haber estado bombardeando a la población civil. No se sabe cuántos muertos hubo, en todo caso más que en Guernica. El deseo de silenciar es un componente importante.

»Pero la República tampoco tuvo un papel muy honorable en Málaga. Se está diciendo que la ciudad va a estar defendida al mismo tiempo que las autoridades civiles y militares están abandonando la ciudad y quemando documentos en el Gobierno Civil. Cuando la ciudad se da cuenta de lo que está ocurriendo ya casi es demasiado tarde y sale despavorida de la ciudad. La República no tuvo en Málaga un papel ejemplar

P. ¿Es necesario repasar este tipo de lecciones?

R. Dicen que hay que volver a mirar la historia. Yo creo que hay que repasarla. Si vemos un telediario vemos a gente que sale de su casa con lo puesto y emprenden éxodos como el de mi familia. Ucrania, Siria, Palestina. Son nuevas familias viviendo lo que ya se vivió entonces aquí. Y lo curioso es que no hace tanto tiempo, pero parece que han pasado siglos, parece remoto, pero todavía hay supervivientes. Está bien saber que no somos inmunes, que no venimos del paraíso. Somos hijos y nietos de aquel trauma

P. ¿De qué manera asimilabas todas aquellas historias que te contaban?

R. Era una cuestión de curiosidad y, sobre todo, asombro. Unas personas que tú ves con vida cotidiana tienen un pasado tremendo. En el momento en el que pasas la uña, el relato de aquellos días está lleno de crímenes, de asesinatos, de sangre y miedo. La aviación ametrallando gente, las represalias, los cadáveres en las cunetas. Miras a la cara a esa gente normal que vivió aquello y no te lo puedes creer, es inaudito. Lo llevan en su equipaje inmediato sin que no tengamos noticia a no ser que preguntemos.