"Nada te prepara para la interrupción de la respiración, salvo el momento en que se interrumpe", afirma Nasser Abu Srour (Campo de refugiados de Aida, Belén, 1969). A él, su momento le llegó una mañana de enero de 1993. Arrestado por su presunta participación en la muerte de un oficial de inteligencia israelí, tras participar activamente en la Primera Intifada y tras una confesión obtenida después de un mes de torturas, fue condenado a cadena perpetua. Desde entonces, es uno más de los miles de palestinos que se amontonan en las cárceles israelíes.
Fue allí donde se licenció en Lengua Inglesa por la Universidad de Belén y obtuvo un máster en Ciencias Políticas. En 2019 terminó su primer libro, La historia de un muro (Galaxia Gutenberg), en la prisión de máxima seguridad de Hadarim, al norte de Israel. Un manuscrito que tardó varios años en lograr sacar de la cárcel. En 2022 se publicó por primera vez en la editorial libanesa Dar Al Adab.
Allí lo descubrió Judith Gurewich, editora de la estadounidense Other Press, y de su mano llegó a Europa. Hoy es precandidato al National Book Award en la categoría de literatura traducida, premio al que también opta la española Layla Martínez por Carcoma (Amor de Madre).
La nominación no es sorprendente. Con una gran carga poética, en las memorias de Abu Srour los hechos históricos, lo personal y lo político se enredan inevitablemente. Su testimonio forma parte del relato fragmentario de una zona donde todo el mundo pelea por convertirse en el narrador absoluto. Hijo de una familia de desplazados por la Nakba de 1948, La historia de un muro es la historia de otros muchos muros, también la de los campos de refugiados de Aida, donde nació el propio escritor.
Una zona situada "cerca de un lugar que sigue llamándose la 'Ciudad de paz', aunque todo lo que Belén ha conocido de la paz es su ausencia", cuenta. Allí se crio él, "en el seno de una familia marginal, que vivía en un lugar marginal, lleno de gente marginal, en el cual sólo hablaban personas que nadie escuchaba o que no tenían voz".
El fin de un sueño de libertad
Cuando en 1987 estalló la Primera Intifada, fruto de la frustración ciudadana por las asfixiantes condiciones en las que vivían los palestinos, Abu Srour acababa de cumplir 18 años. Buen estudiante, soñaba con empezar una carrera y tener citas con chicas. También con la libertad y un futuro. Formaba parte de la llamada "generación de las piedras". Idealistas, "hablábamos todas las lenguas del dolor", dice. Eran David contra Goliat. Piedras contra cañones.
“Éramos dioses embusteros, pero creíamos nuestras propias mentiras. Creíamos que Palestina seguía siendo posible, que el camino era largo y quizá no la viéramos en nuestra vida. Creíamos que nuestra libertad era posible, pese a todo lo que exigía, y que quizás nuestros sacrificios no fueran suficientes. No dejamos de creer ni un solo día. Habríamos muerto, si hubiéramos dejado de hacerlo. No dejamos de luchar ni un solo día”.
La Primera Intifada supuso la victoria moral sobre ese relato, pero pronto descubrieron que las palabras a veces eran solo palabras. "Con la esperanza de curarse de sus males, los árabes acudieron a la Conferencia de Madrid en 1991, mientras que los palestinos se fueron a Oslo y otras capitales europeas para decretar, desde allí, el principio del fin de la más hermosa de todas las mentiras en las que habíamos creído".
Detenido en enero de 1993, interrogado y torturado, Abu Srour fue acusado y condenado a cadena perpetua y encerrado inicialmente en un módulo de aislamiento. "A una profundidad de tres metros, treinta y seis celdas compartían un espacio de aproximadamente cuarenta metros de largo por cinco de ancho. En cada celda había dos catres de hierro, encajados uno dentro del otro. Y enfrente, un pequeño rincón para lavarse y hacer las necesidades. Todo eso en una celda de no más de cinco metros cuadrados. ¿Cómo era posible que existiera una cosa así? ¿Qué mano decrépita la había diseñado?".
Aferrado a su muro, allí pasaría varios meses hasta el verano de ese mismo año. Momento en el cual empezaría un largo periplo a lo largo de las cárceles israelíes por todo el territorio del país, desde Ascalón, hasta el desierto del Néguev, pasando por la prisión de Juneid en Nablus o la de Beersheba.
Esperanzas frustradas
Fiel testimonio de su experiencia, en La historia de un muro el escritor no pierde la perspectiva de la realidad de su entorno. Desde la distancia, Abu Srour como el resto de presos palestinos, siguen de cerca los acontecimientos políticos y sociales del país, que a su vez repercuten sobre su propia existencia.
“Para neutralizar una mentira no hay nada mejor que una mentira aún mayor. Los arquitectos de Oslo no tenían nada que ofrecer salvo pequeñas mentiras insertas en una historia fragmentada. Eran cuentistas que no se creían los finales felices de sus hermosas argucias”, analiza con voz crítica, decepcionada, que no se reserva ni al hablar de Yasir Arafat. "El gran narrador llegó a El Cairo para reunirse con el Estado Ocupante y firmar documentos y mapas que ni si quiera él era capaz de interpretar realmente".
Fruto de aquellos acuerdos, muchos de los presos que compartían espacio con Abu Srour fueron puestos en libertad en un proceso cruel, nombre a nombre, que volvía la existencia de los no llamados mucho más asfixiante y deprimente. Hubo otros pactos de intercambio de prisioneros, como el que se realizó en 2011 entre Hamás e Israel, pero nunca llegaba su turno.
Y, si crueles fueron los Acuerdos de Oslo, más duro resultaría para él 2013, con el inicio de un nuevo proceso de paz, esta vez propiciado por Mahmud Abás, con Barack Obama como intermediario. Para entonces había pasado 20 años en prisión. En ese tiempo su padre había muerto sin poder despedirse de él, los presos se habían reorganizado por medio de huelgas de hambre para clamar por sus derechos y, desde sus celdas, habían podido seguir con ilusión el resurgir de la Segunda Intifada y el inicio de las Primaveras Árabes.
Sin embargo, el desencanto volvió una y otra vez a por ellos. "Los países árabes no cambiaron, siguieron como estaban. Sólo que con más sangre y más muertes. Una primavera tartamuda y tambaleante", escribe.
El refugio de la escritura
Pero algo sí había cambiado en 2013. Israel se había comprometido a liberal a los palestinos detenidos arrestados antes de 1993 en cuatro tandas de cuatro grupos cada dos meses. Un total de 120 presos. Abu Srour pertenecía al último grupo, los últimos hombres que permanecían encerrados desde 1993.
"Llegó el día siguiente, pero no hubo liberación. Israel rechazó los términos del acuerdo y retuvo a los treinta nombres restantes. La puerta se nos cerró en las narices”, recuerda desalentado. Tal vez porque, como señala en otro momento, "lo que crea el sufrimiento es la espera de que termine el dolor".
Es ahí cuando conoció a Nanna, su abogada, con la que mantuvo una historia de amor que también relata en su libro, quizás la parte más catártica para él, la más prescindible a nivel literario en estas duras memorias. Pero, ¿qué decirle a un hombre que se enfrentó a molinos de hierro con piedras y esperanza, una y otra vez, y siempre salió derrotado?
"La escritura es una suerte de curación, una extensión despejada, es el espacio intacto que el mundo te niega y que tú llenas de líneas en el lenguaje que eliges". De momento, al contrario que la libertad, eso es algo que no se le puede negar.
Abu Srour aún permanece preso en una de las cárceles de Israel. Desde 1967, se estima que todas las familias palestinas tienen o han tenido en algún momento a uno de sus miembros encarcelado. Según datos obtenidos por la ONG israelí HaMoked, desde el 7 de octubre, más de diez mil palestinos permanecen en prisión, 3398 de ellos por 'detención administrativa', es decir, sin cargos ni juicio. Los prisioneros siguen siendo una de las mayores bazas a la hora de negociar intercambios.