En la madrugada del 15 de abril de 1912 se hundió un barco y una era. El RMS Titanic, el transatlántico de pasajeros más grande y de mayor capacidad construido hasta ese momento, había zarpado cinco días antes del puerto de Southampton, en Gran Bretaña, dirección Nueva York, donde estaba planeado que atracase pocos días después. La discriminación que reflejaba el balance de víctimas (528 de tercera clase frente a 123 de primera) condujo a un debate social sobre el brutal clasismo que imperaba en la época. 

Aquel navío era un símbolo flagrante de la encorsetada estratificación social que se vivía en tierra. Amplios y fastuosos salones con carambolas decorativas y camarotes majestuosos para las primeras clases, cabinas y espacios más reducidos para los pasajes más baratos. En un barco dos mundos que, sin embargo, no se tocaban. Los pasajeros de tercera tenían prohibido atravesar las dependencias de los más pudientes. Lo mismo ocurrió en el momento de la evacuación: hasta que los ricos no ocuparan sus puestos en los botes salvavidas, el resto no tenía permitido subir

Diez españoles iban a bordo de aquel barco. Con uno de ellos, o más bien con el mal presagio que vio su madre en el fondo de una sopa, es como Carmen Posadas (Montevideo, 1953) elige empezar su nueva novela, El misterioso caso del impostor del TitanicEn ella, una de las víctimas del accidente aparece diez años después, cuando ya se le había dado por muerto. 

Para presentar la novela, en librerías a partir del 9 de octubre, la editorial Espasa ha invitado a la prensa a realizar junto a la autora un recorrido temático por la ciudad de Madrid. 

En primer lugar se realizó una visita a la exposición La leyenda del Titanic, una muestra inmersiva situada en la nave 16 de Matadero que permite adentrarse en los camarotes y salas del transatlántico. A la vez, también se es testigo del proceso de creación del barco y el momento fatal en el que se estrelló con el montículo de hielo que, reconoce Posadas, todavía le da escalofríos, porque "uno lo espera enorme, una mole de hielo. Pero no, era diminuto. Fue una plataforma de hielo que lo rebanó, lo abrió como un abrelatas". 

La detective Pardo Bazán 

Posadas combina uno de los acontecimientos más emblemáticos de principios del siglo pasado con la figura de Pardo Bazán, que deja a un lado la máquina de escribir para sumergirse en la resolución de un caso al más puro estilo Sherlock Holmes. "A Emilia le encantaba la crónica negra. Iba a los ajusticiamientos por garrote vil. Asistió al juicio del crimen de Fuencarral. Ella misma quiso hacer un Sherlock Holmes más real, más psicológico, en La gota de sangre. Tenía todo el sentido del mundo imaginarla adentrándose de lleno en algo así", insiste la autora ganadora del Premio Planeta en 1998 por Pequeñas infamias. 

La segunda parada del recorrido que autora y editorial prepararon para la prensa correspondía a una comida que, siguiendo con la experiencia inmersiva, emulaba el menú servido en las dependencias de primera clase durante la última noche del barco. Deliciosas recetas con salmón, arenque o rodaballo se pudieron disfrutar en aquella velada horas antes del desastre. Aunque no de forma tan lujosa, según Posadas, "las terceras clases también vieron mejorada su dieta en el barco. Para algunos, era la primera vez que comían pescado". 

La desigualdad de clases que reinaba en toda la sociedad del momento es uno de los temas principales en los que incide Posadas en su novela. También lo es la extraña relación que existe entre la realidad y la ficción: "en aquel accidente sucedieron cosas que no se pueden inventar porque nadie las creería. Me fascinaba que, por ejemplo, las familias pudientes tuvieran que comprar cadáveres sin identificar para poder solucionar los temas de herencia y viudedad". 

En ese mismo sentido, la autora, que confiesa haber sido una fiel seguidora del semanario El caso, afirma que de los sucesos reales "pueden nacer ficciones fascinantes. Uno no puede dar por sentado que algo inverosímil no puede ocurrir. La realidad nos sigue demostrando día a día que todo puede suceder, por muy disparatado que sea".

Quizás ese es el motivo por el que Posadas haya elegido como protagonista a una maestra de la ficción en la historia de nuestro país. La misma Pardo Bazán que podíamos intuir en aquellas cartas que la autora gallega enviaba a su gran amor Benito Pérez Galdós aparece reflejada fielmente en El misterioso caso del impostor del TitanicLa que llamaba a su Benito cariñosamente "Miquiño mío" o "ratonciño mío". Pero también la que, según Posadas "aunque físicamente no fuera agraciada, era toda una conquistadora. Se sabía rodear de los hombres más atractivos de la capital".