Durante su infancia y su adolescencia, Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) se sentía "el raro del colegio". No ha sido este el impulso que le ha llevado a lanzarse al ensayo, pero de algún modo lo ha determinado. El verdadero detonante de Mapa de soledades, segundo libro que el autor publica con Seix Barral, ha sido otra muesca biográfica mucho más reciente, y tiene que ver con una promesa incumplida. Tras la publicación de Lo demás es aire en 2022, llegó a Buenos Aires para participar como profesor invitado en el programa de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes. El director del programa le propuso llevarlo "a recorrer la provincia", pero nunca lo llamó.
"De pronto empecé a toparme con historias de soledad", cuenta el escritor a El Cultural en el madrileño Café Pavón. Todas ellas están incluidas en este original ensayo, que presenta una galería de personajes fascinantes y un riquísimo anecdotario de situaciones curiosas "que nos hablan de la soledad", sucesos sorprendentes —por ejemplo, el cadáver de una mujer que llevaba ocho años muerta en su domicilio de Vitoria sin que sus vecinos se hubieran enterado— y episodios como el que inspiró a Daniel Defoe la historia de Robinson Crusoe. No falta, como sucede en sus novelas, la exploración psicológica, la investigación antropológica y, como anunciábamos, la introspección biográfica.
Una muy personal tipología de soledades funciona como arteria central de este libro, de la que parte una crítica hacia el modelo capitalista, "que prioriza la relación con el dinero antes que la relación entre las personas". Por otro lado, explora los "condicionantes sociales que te pueden avocar a la soledad": la pobreza, la discapacidad, la marginación social, el asentamiento en barrios bajos y otras situaciones relativas a lo que considera "la epidemia del siglo XXI" (parados de larga duración, autónomos extenuados del horario que ellos mismos se imponen…). "Un día dos miembros de una misma comunidad se cruzaron por la calle y sencillamente no se conocieron", leemos en Mapa de soledades. Esto podría ser el principio de todo, pero aún hay mucho por contar.
Pregunta. ¿Se le revela antes el tema o la idea de abordar al fin este género?
Respuesta. La verdad es que no sabía si iba a poder hacerlo nunca. Al terminar Lo demás es aire, me sentí totalmente extenuado, pero con ganas de escribir. Me ocurre siempre: estoy triste si no escribo, necesito escribir. En cambio, sentí que después de una novela de esa magnitud todo lo que escribiría después iba a ser lo mismo. En ese momento empecé a valorar la posibilidad de probar otro género, el ensayo, pero eso quedó ahí como una idea vaga. Lo que en un primer momento planteo como un relato o un texto que combine ambas historias se me revela como algo más complejo y más completo sobre la soledad. Dudé mucho porque los primeros compases del libro fueron difíciles, me costó mucho encontrar el tono. Yo tengo un tono muy narrativo y había que combinar la reflexión, el análisis de datos… Hasta que no escribí dos o tres capítulos, no tuve claro que el libro finalmente tendría lugar.
P. Arranca, precisamente, con un relato y pronto deja claro que, entre las reflexiones, habrá espacio para la fabulación. No ha desaparecido el instinto del novelista.
R. Claro que no. El ensayo que es híbrido con lo narrativo es el que más me gusta. Lo que sí quería dejar claro es dónde terminan los datos y dónde comienza la fabulación. Creo que la imaginación es un modo de conocimiento. No es objetivo, por supuesto, pero a veces puede ser una buena vía para investigar.
P. ¿No le parecía un riesgo demasiado elevado?
R. Sin duda, pero es el modo en que me gusta escribir. Creo que no me habría interesado un libro que no fuera como este, me habría desanimado. Yo abandono ciertos proyectos, pero los escritores tenemos cierta ventaja respecto a los deportistas, por ejemplo, que realmente tienen una única ocasión, o quizás tres, para demostrar su valía. El escritor puede ensayar todo tipo de piruetas en su casa y, si salen mal, sería suficiente con no mostrárselas al lector.
P. Dice que "el desafío más ambicioso del historiador es reconstruir los sentimientos de los hombres y mujeres del pasado". Por su parte, Andrés Trapiello decía el otro día en la presentación de su nueva novela que "el novelista va más lejos que el historiador, porque este último no puede ponerse en el lugar del otro". Usted esto se lo atribuye también al historiador.
R. Pues sí. Al fin y al cabo el historiador objetivista también está interpretando. No es más riesgoso interpretar cuáles pudieron ser las motivaciones políticas de Fernando El Católico que indagar cuáles pudieron ser sus emociones. Entender los sucesos del pasado pasa por entender cómo se vivía el amor, el dolor, la soledad… La historia puede hacer mucho en este sentido. Muchos historiadores se ponen el uniforme de escritor. Si lees El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg, o Quién rompió las rejas de Monte Lupo, de Carlo M. Cipolla, verás que son casi novelas, pero al mismo tiempo son estudios historiográficos muy serios.
P. ¿Qué valor le confiere la primera persona a un ensayo como este?
R. Sin la primera persona no habría tenido especial sentido, y fíjate que es la primera vez que escribo en primera persona. Todo lo que he escrito en mi vida ha sido en tercera o en segunda. ¿Por qué me paso a la primera? Era consciente de que estaba haciendo un ensayo que pretendía ser riguroso, aunque de algún modo caprichoso. Sobre la soledad se podría decir casi cualquier cosa; cualquier evento de la historia podría tener que ver con la soledad. Yo escojo un hilo conductor que tiene que ver con mis lecturas, mis conocimientos y mi experiencia.
»Precisamente porque ese hilo es muy personal, creo que hablar en tercera persona habría implicado mostrarle al lector que ese es el camino para entender la soledad, mientras que lo que quiero decir es que este es mi camino, estas son las cosas que yo he pensado. Algunas de las cuestiones que señalo me parecen objetivas, pero probablemente otro ser humano podría hacer un buen libro que partiera de premisas diferentes.
P. En todo caso, las referencias que aparecen están establecidas de un modo tan orgánico que no parece que hubiera una ingente cantidad de documentación detrás.
R. Me alegra que lo veas así, porque efectivamente hay mucho trabajo detrás, pero uno intenta que sea invisible [risas]. A mí no me gusta sentir, cuando leo un libro, que ha sido trabajoso, sino que dé cierta sensación de fluidez y naturalidad. En realidad, yo no sabía qué visión iba a defender de la soledad. Escribo los libros para aprender cosas, no para transmitir ideas. El objetivo es descubrir lo que yo pienso sobre los temas. En este caso, lo que hice fue tomar nota de los episodios de la historia y de mi propia experiencia que tuvieran algo que decir sobre la soledad, y luego rellenar los huecos. Empecé a sistematizar los tipos de soledad: por ejemplo, ¿qué sé yo de la soledad de un religioso? Sacaba todo lo que había pensado y leído y, al mismo tiempo, cogía nuevos libros…
»Luego llegó el reto más difícil: cómo unirlo todo. Quería que fueran unas transiciones muy naturales y, en algún momento, se me ocurrió la idea del atlas: coger trece espacios geográficos que sirvieran como metáfora de algún tipo de soledad y como soporte literal de algunas de las historias que yo contaba: el desierto, para la vida de los religiosos en los monasterios; la cumbre, para la soledad de los poderosos; la selva, para los que se refugian en la naturaleza… Y poco a poco empezaron a tejerse las relaciones. Con el atlas empecé a verlo todo con más claridad.
P. ¿A qué libros le apetecía que se pareciera este Mapa de soledades?
R. Me gustó mucho La ciudad solitaria, de Olivia Laing, pero a nivel de estructura y a nivel estilístico, pensaba en W. G. Sebald. A veces puede ser un poco denso y yo aspiraba a que esto fuera más ligero, pero es uno de mis autores favoritos por libros como Los anillos de Saturno, donde juega a medio camino entre la ficción, el ensayo, la acumulación de referencias, la reconstrucción histórica... También me gusta Benjamín Labatut, la Valeria Luiselli de Papeles falsos, Irene Vallejo…
"Toda mi vida he sentido que tenía más soledad de la que quería, pero también que los otros me quitaban tiempo de soledad"
P. Hay una voluntad de desmitificar ciertas cuestiones: por ejemplo, la soledad elegida…
R. Sí, esto es algo que he ido descubriendo a lo largo del libro. Yo mismo soy una persona solitaria, aunque es cierto que tengo una relación conflictiva con la soledad. Toda mi vida he sentido que tenía más soledad de la que quería, pero también que los otros me quitaban tiempo de soledad. Lo que sí he sentido leyendo es que aquellos que escogen una soledad elegida es, o bien porque hay una parte muy importante de su identidad en la que no se sienten realmente solos, o porque tienen muy pocos vínculos, pero son muy fuertes. También pueden ser personas que se engañan a sí mismas, huyen de ciertos dolores, tienen ciertos miedos… A veces se llega a la soledad como un refugio frente a algo que te es hostil.
»Por supuesto, no creo que la soledad sea mala, sino al contrario. Creo que una vida plena tiene que tener momentos de soledad de cierta importancia. Del mismo modo, no creo que se pueda llegar a tener una vida plena en absoluta soledad. Hasta para enamorarse hace falta soledad; también suceden cosas en tu cabeza cuando estás lejos. En cierto modo, el amor se prueba a través de la digestión de las emociones vividas, del propio sentimiento de echar de menos…
P. ¿Y en cuanto al mito de los urbanitas que se fugan al campo para encontrarse con la naturaleza?
R. La propia disyuntiva de naturaleza frente a civilización es un cliché construido, y en muchos casos es profundamente artificial. Como cuando uno dice que se va a aislar en la naturaleza como los hombres primitivos… Es que los hombres primitivos no vivían solos; de hecho, vivían con lazos de comunidad mucho más fuertes que los nuestros. La soledad es moderna, porque pensar que el destino del ser humano es individual nace en el siglo XVI, nunca antes. Un hombre primitivo no hubiera deseado esa vida. El caso es que vamos creando una serie de mitos y resulta que las cosas no eran así. Es importante desmitificar estas cuestiones. En la misma línea, la frontera entre urbanismo y campo se está diluyendo. No necesariamente quien vive en un pueblo lleva una vida tradicional, lo mismo que quien vive en una ciudad no tiene que tener una vida ultramoderna.
"Creer que no necesitamos los lazos sociales es un acto de vanidad y de estupidez"
P. Una crítica hacia el capitalismo sostiene el discurso central del libro. ¿Pero cómo ha determinado este modelo que la soledad sea "la epidemia del siglo XXI", siendo la era más hipercomunicada?
R. El capitalismo, que es inseparable del individualismo, se construye a partir del mito del hombre hecho a sí mismo, de que debemos ser independientes, autosuficientes e individuales. Esto es falso. Además, creer que no necesitamos los lazos sociales es un acto de vanidad y de estupidez. Entiéndeme: es evidente que el hecho de que las mujeres no sean dependientes económicamente de los hombres favorece el movimiento feminista, lo cual es bueno, necesariamente, pero la soledad no deja de ser una consecuencia inevitable de nuestro modo de vida.
P. Es muy interesante la referencia al anonimato, en tanto que supone un contraste brutal entre quien lo sufre (una persona a la que no conoce nadie) y quien lo añora (las estrellas que no soportan la fama).
R. La primera soledad del anonimato llegó necesariamente con las ciudades. Y ese anonimato tiene una parte positiva y otra negativa. La gran ciudad nos permite ser nosotros mismos por fuera del relato de los otros. Esto lo hemos vivido muchas personas que venimos de pueblos o de ciudades de provincias. En estos sitios, generalmente comunidades pequeñas donde se nos conoce, había un relato muy prefijado de quiénes éramos. Es verdad que uno no se siente invisible en una ciudad pequeña, pero la idea definida que se tiene sobre nosotros no siempre está en consonancia con la realidad o es contradictoria con cómo quieres mostrarte. Un homosexual, por ejemplo, que no puede expresar su verdadera identidad en su pueblo y cuando se marcha a la ciudad se siente libre porque nadie lo conoce. Esa invisibilidad es, por tanto, positiva, pero se puede convertir en una maldición. Una de las más terribles formas de la soledad es sentir que no tenemos ninguna importancia.
"La soledad es una consecuencia inevitable de nuestro modo de vida"
P. ¿La soledad se integra en el universo de la salud mental o es un ente autónomo? Por ejemplo, ¿basta sentirse solo para suicidarse?
R. Creo que casi siempre que hay un suicidio, hay una experiencia de soledad; pero no habitualmente la soledad es la principal responsable de un suicidio. En todo caso, que la soledad puede convertirse en un problema de salud mental es un hecho. Muchas veces es un síntoma, otras veces es una causa y otras veces una consecuencia. La depresión está muy asociada a la soledad, es muy difícil para la persona deprimida tejer lazos. Tampoco creo que la soledad sea un problema en sí, a veces es normal sentirse solo. El problema es cuando se cronifica. Ahí es cuando hay que actuar.
P. En algún momento se refiere a sí mismo como "el raro del colegio". ¿Es el momento en el que se has sentido más solo?
R. Probablemente. Al mismo tiempo, son momentos que no terminan nunca. Yo creo que las experiencias que uno acuña en la infancia y en la adolescencia uno las vive siempre. Cada vez que yo tenga un problema en la vida adulta, aunque no tenga nada que ver con eso, asomará ese pequeño fantasma. Por otro lado, ser el raro del colegio es lo que me ha permitido ser quien soy. No creo que hubiera acabado siendo artista sin esa experiencia. Por cierto, estar obligado a estar solo fuera de mi voluntad me ayudó a encontrar un gran placer en estar solo, a descubrir que en esa experiencia también había momentos de plenitud. Creo que muchas de las personas que disfrutan de la soledad es porque antes atravesaron momentos de soledad no deseada y aprendieron a disfrutarla.