El escritor irlandés John Banville (Wexford, 1945) reconoce que intentó ser pintor, pero "no tenía una onza de talento". El arte, sin embargo, motivó su escritura. Ahora se considera un "pintor de palabras" porque ha aprendido a mirar el mundo con los ojos del artista. Durante estos días disfruta de las obras de algunos de sus favoritos, como Velázquez, en el Museo del Prado, donde participa como huésped residente el marco del programa Escribir el Prado.
Siempre encantado de volver a España, donde recibió en 2014 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el autor de Las singularidades (Alfaguara, 2023) ha destilado su finísimo humor a lo largo de la conversación con la escritora y editora Valerie Miles, celebrada este miércoles en el auditorio de la pinacoteca madrileña con el título de Arte en nuestro nuevo Mundo Feliz.
Cual si se tratara de una referencia a la distopía en la que Aldous Huxley señalaba la degeneración tecnológica en el futuro, Banville ha lamentado que la gente mire constantemente sus teléfonos móviles, "como buscándose a sí mismos", en lugar de decirse "te quiero" o, al menos, "discutir". "Y perdonad la pataleta", ha concluido, antes de disertar acerca del significado del arte en su obra.
El creador de Benjamin Black, seudónimo al que ha atribuido sus novelas negras, ha defendido lo superficial, la evidencia, o sea, el discurso central de su trayectoria. "Yo no sé lo que sienten otros seres humanos, ni siquiera sé lo que siento yo ahora", ha dicho.
Oportuna, Miles ha lanzado al escritor el guante de la pintura, presencia constante en sus novelas. Banville se ha mostrado de acuerdo con la analogía de la escritora y editora, que comparaba el lenguaje —la palabra— con el trazo —la pincelada—, para insistir en que "el paisaje es lo que importa, no los sentimientos". El Prado resulta, a propósito, un buen ejemplo de que "en la superficie está la profundidad", como escribió Nietzsche.
Arte vivo en espacios muertos
"Me pongo nervioso al pasear por el pasado, que está en todas las salas", confiesa al describir su experiencia en el museo. "¿Puedo soportar el peso de todo este arte?", se pregunta. Y eso que le "horripila" la palabra "museo" porque alude a la muerte. "Pero las obras están vivas", apunta.
Esa sensación es la que experimenta el autor cuando tiene delante Las Meninas: "La obra me mira, me siento pequeño, como en un abismo". Velázquez es, como Piero della Francesca, de esos artistas por los que siente predilección, pues "dan un paso atrás y nos enseñan el mundo". No como Rubens, que "nos pide que nos arremanguemos", afirma.
En este momento Miles le propone proyectar en el auditorio las obras que el autor ha escogido, pero Banville se niega. "Las obras de arte están a nuestra disposición, pero no debería ser así; deberíamos respetar el aura que tienen", propone. "Si las proyectamos, no son más que ilustraciones", ha apostillado.
Según Banville, una obra de arte siempre nos dice: "No me vas a conocer del todo, no vas a conseguir resolver el misterio". "La esencia del arte es la ambigüedad", concede, pero se revela como "verdad absoluta", atributo que él trata de adosar a su producción literaria.
"Me gusta decir las cosas con precisión", admite, "un estilo que mi predecesor desprecia". Se refiere a Coetzee, claro, que inauguró el programa Escribir el Prado en 2023. De todos modos, entiende al tipo del avión que, en un vuelo de Dublín a Londres, abrió un libro suyo y después de pasar la segunda página, lo cerró delante de sus narices.