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María de la O Lejárraga García sigue siendo, en gran medida, una mujer en la sombra, “una escritora borrada de la historia canónica como tantas otras a lo largo de los tiempos”, con la particularidad de que fue ella “quien escondió su nombre y su autoría bajo la ingente producción de un marido, el emprendedor Gregorio Martínez Sierra, tan hábil para gestionar como remiso para tomar la pluma y llenar la página en blanco”.

Título: María Lejárraga: Una mujer en la sombra

Autora: Antonina Rodrigo

Editorial: Universidad de Granada

Año de edición: 2024

Disponible en Editorial Universidad de Granada

Disponible en Unebook

Así lo afirma Amelina Correa, comisaria de la exposición María Lejárraga y Manuel de Falla: Cita en Granada y responsable, junto a Juan Carlos López Gamboa, de la edición que la Universidad de Granada ha realizado de la biografía que, basada en una profunda labor de investigación, Antonina Rodrigo dedicó a la autora riojana en los años 90.

Una obra “imprescindible” que, respecto a ediciones anteriores, incluye documentación adicional, sendos anexos sobre la correspondencia de Lejárraga con Juan Negrín y la recepción del libro de Rodrigo por parte de personalidades como Francisco Ayala o Marie Laffranque. María Lejárraga. Una mujer en la sombra cuenta con introducción de José Prat y prólogo de Arturo del Hoyo, que considera que, “silenciada, exiliada y olvidada”, la escritora “fue, sobre todo, una olvidada de sí misma”.

El recorrido por la vida de Lejárraga resulta apasionante. Nació en San Millán de la Cogolla (La Rioja) el 28 de diciembre de 1874. Rodrigo apunta que tuvo una infancia feliz y siempre recordaría “los paisajes ensoñados de los valles riojanos”. Era la mayor de siete hermanos. La familia abandona el mundo agreste hacia 1880 por el nombramiento del padre como médico titular de Buitrago, en la Sierra de Guadarrama. En Madrid, la pequeña María descubre el teatro, que se convertirá en una de sus pasiones.

No asistió a la escuela: su madre fue su maestra (daba las lecciones en español y en francés) hasta que inició los estudios superiores, de magisterio y profesorado de comercio, en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer (donde tuvo como compañeros a Ramón Menéndez Pidal y Mercedes Sardá) y en la Escuela de Comercio. Fueron años importantes para el desarrollo de la educación en España. Como recuerda Rodrigo, “la Institución Libre de Enseñanza y la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, fundaciones de carácter laico, revolucionaron los métodos pedagógicos en nuestro país”.

Lejárraga hereda de su madre la vocación por la enseñanza. A los 20 años aprueba el examen de reválida, con sobresaliente, como maestra de Primera Enseñanza Superior. Vivía entonces con sus padres en Carabanchel Bajo. Al año siguiente hizo oposiciones y obtuvo destino en la Escuela Modelo de Madrid, en la plaza del Dos de Mayo, con un sueldo de 2.250 pesetas anuales. Su magisterio se extendió de 1897 a 1907.

En la Escuela Modelo fundó y dirigió la Biblioteca Educativa, donde inició una colección de libros con Cuentos breves. Lecturas recreativas para niños, el único que firmó con su nombre en varias décadas. En su casa recibieron la obra con indiferencia y esa actitud la afectó tanto que renunció a volver a trasladar su nombre a la portada de un libro: en adelante, “su seudónimo será Gregorio Martínez Sierra”.

Pasiones compartidas

A Gregorio lo conoce en Carabanchel. Él estudiaba Filosofía y Letras y era seis años menor. “En una noche de fiesta con baile y fuegos artificiales en la plaza pública -relata Rodrigo-, empezaron a hablarse. Ninguno de los dos bailaba y, sin saber cómo, juntaron esa especie de desasosiego de la persona que no participa en el jolgorio de la multitud que la rodea”. Compartían “la pasión por el teatro y su formación francesa”. Admiraban a Shakespeare y Galdós.

La complicidad intelectual evolucionó hacia acercamientos más íntimos. “María, a través de Gregorio, fue conociendo los entresijos de las tertulias literarias, a las cuales las mujeres no tenían acceso”. También conoció, años después, a Jacinto Benavente, “amigo y mentor de Gregorio, a quien llamaba en sus cartas amado discípulo”. Benavente leyó sus primeros escritos y alentó su vocación, mientras María permanecía en la sombra, “a pesar de que el primer libro de Gregorio, El poema del trabajo, fue escrito ya en colaboración”. El prólogo y la influencia de Benavente hicieron posible su publicación.

Martínez Sierra “se encontraba en su elemento en el ambiente apasionante del mundillo artístico-literario que empezaba e iba a ser la savia de su vida”. Había abandonado Derecho por Filosofía y Letras, pero su paso por esta facultad fue también efímero. En Lejárraga encontró “el talismán que iba a permitirle el logro de anhelos y ambiciones, la gran colaboradora y mentora intelectual, que, además, solucionaría generosamente los prosaicos, pero ineludibles, problemas del vivir cotidiano”. Una mujer con formación y sentido crítico.

“Antes de ser novios, ya habían escrito y publicado cuatro libros”: además de El poema del trabajo (1898), Cuentos breves (1899), Flores de escarcha (1900) y Almas ausentes (1900), “dos de ellos editados con sus ahorros”. Compartían demasiadas cosas “para dejar ilesos los resortes del sentimiento amoroso”. Las respectivas familias no lo veían claro, por aspectos como la diferencia de edad, la circunstancia religiosa (ella acabó apartándose de la Iglesia), “el aspecto ratonil” de él o la “tuberculosis latente” de los Martínez Sierra. En 1900 decidieron casarse.

Problemas económicos

En sus primeros años de matrimonio aparecen las dificultades económicas: dependían mayormente del sueldo de ella, que empieza a escribir por encargo, mientras él se dedica a sus primeras empresas editoriales. En 1901 funda su primera revista, Vida Moderna, publicación modernista que solo dura cuatro números pero con la que entra de lleno en el mundo editorial.

Juan Ramón Jiménez, “el gran amigo de esta época”, estimará su entusiasmo e inteligencia “como animador de revistas y empresas literarias”. El poeta de Moguer establece también amistad con Lejárraga, que se implica en la realización de la revista Helios. Sus cartas revelan un intenso afecto recíproco. En sus memorias, ella ofrece sobre Juan Ramón “una visión entrañable, que humaniza el personaje hirsuto, neurasténico y bilioso de los años posteriores del gran poeta”.

En estos años, María Lejárraga, además de llevar su escuela y colaborar en la revista Helios, “mantenía una actividad literaria asombrosa”. En 1904, los Martínez Sierra publican Sol de la tarde, que contenía varias novelas cortas que habían visto la luz en diferentes revistas, y la novela La humilde verdad, gracias a la cual conocieron a Galdós.

El nombre de Martínez Sierra empezaba a sonar: “La crítica se ocupaba de su labor, reconocía su calidad literaria y resaltaba su riqueza emocional de marcados acentos femeninos. No dejaba de llamar la atención su fecundidad. La colaboración de María era ignorada, salvo por los íntimos, muy especialmente Juan Ramón Jiménez. La escritora seguía obstinada en permanecer en la sombra”.

Además de la reacción a la indiferencia de sus padres ante su primer libro, hay que tener en cuenta un ilustrativo motivo de época apuntado por ella misma: siendo maestra de escuela, no quería “empañar” la limpieza de su nombre con “la dudosa fama” que en aquellos tiempos “caía como sambenito casi deshonroso sobre toda mujer literata”. Desde una óptica analítica del presente, observa Rodrigo, “no es fácil comprender” esta “pública autoanulación”. La autora considera que “en María las otras razones son pretextos: la verdadera motivación de su total entrega y renunciamiento en favor de Gregorio era el amor. Por su parte, él no tuvo el menor escrúpulo en asumirlo”.

Rumbo a Europa

En 1905, el médico aconseja a Gregorio alejarse de Madrid. Ella obtiene la beca para estudiar pedagogía en Europa. El éxito de La humilde verdad provoca que la editorial catalana Montaner y Simón les encargue una novela. La pareja sale de viaje el 2 de octubre de 1905, con Burdeos como primera parada y París como segunda. Allí se relacionan con Santiago Rusiñol e Isaac Albéniz. Un mes más tarde, Lejárraga deja París camino de Bruselas. Por primera vez viaja sola. Su marido vuelve a Madrid con Rusiñol y dos proyectos en la cabeza: un posible estreno en Teatro de la Comedia y el semanario Alma Española.

La escritora lleva una carta de presentación de la superiora de la Casa de Beneficencia de León para un establecimiento de la misma institución en Bruselas. Visita escuelas de la ciudad y compara los métodos y las condiciones de la educación con sus experiencias en España. Mejora el inglés, se inicia en el alemán, escribe y traduce, se daña la mano y entiende que debe empezar a escribir a máquina. Descubre la soledad y con desenfado y cariño escribe cartas a Juan Ramón, al que pide versos. En febrero de 1906 llega Gregorio y viajan por Bélgica, Holanda y Alemania. En abril regresan a París.

A principios de mayo, María termina de escribir Tú eres la paz (que se convertiría en “la obra preferida de varias generaciones de adolescentes en España y América”) y la envía a los editores barceloneses antes de partir hacia Londres, donde investiga los métodos pedagógicos británicos. Tú eres la paz, señala la biógrafa, “es lo mejor de la producción novelística de la firma Martínez Sierra”: un best seller con medio centenar de ediciones entre 1906 y 1954.

María Lejárraga retratada por Julio Romero de Torres

En el otoño regresan a Madrid. La experiencia europea de investigación pedagógica había resultado enriquecedora para Lejárraga. Se instalan en una casa de la calle Velázquez, esquina con Diego de León (por entonces, en las afueras de la ciudad). La tuberculosis se ceba con la familia de Gregorio, que continúa con su “gran vocación de animador cultural e inédito director de escena”.

Rodrigo explica que “el despegue de la firma Gregorio Martínez Sierra como autor dramático tardó en producirse”. La firma “producía con fertilidad novelas, cuentos, artículos, pero no era sino un compás de espera, para mantener el ensueño, y un ganapán para ayudar al sueldo de maestra. La quimera del teatro era su delirio”.

Estreno en el teatro

Pero llegó la oportunidad de un estreno (simultáneo en Madrid y Barcelona), con ayuda de Rusiñol: Vida y dulzura, que “no consagra la firma de Martínez Sierra como dramaturgo, pero significa una valiosa experiencia, estimulante y productiva”. Sí consiguieron gran éxito con el lanzamiento en 1907 de la revista Renacimiento, que contó entre sus colaboradores con Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Cansinos Assens, Benavente, Emilia Pardo Bazán, Eugenio d’Ors, Salvador Rueda, Rusiñol, Miguel de Unamuno y Francisco Villaespesa. Gregorio escribe para su mujer el poemario La casa de la primavera.

La gran noche, “decisiva, perdurable”, en la trayectoria dramática de los Martínez Sierra fue la del 21 de febrero de 1911, con el estreno de Canción de cuna. Ya tenían algo de trayectoria teatral, impulsada por Rusiñol y los Álvarez Quintero. La idea inicial para Canción de cuna la encontró María en las páginas de un periódico milanés. La escribió en 1910 entre Madrid y París, donde conoce el fallecimiento de su padre. La prensa la elogió y la Real Academia Española la premió.

El año 1911 es “uno de los más fecundos” y, sin discusión, el del “definitivo despegue” de la firma Gregorio Martínez Sierra. El triunfo de Canción de cuna hizo posible que obras antes rechazadas fuesen aceptadas de inmediato. Pero a pesar del éxito y de la ausencia de problemas económicos, que les permitía viajar durante varios meses al año por el extranjero, se va manifestando “la brecha de la desunión conyugal entre María y Gregorio”. Influyó decisivamente en ello “la asiduidad y dedicación” de Martínez Sierra a la joven actriz Catalina Bárcena. A su paso por Barcelona, camino de Italia en su viaje solitario (Gregorio tenía asuntos que resolver en Madrid), María intenta suicidarse en una playa.

La separación conyugal tardó muchos años en llegar, a pesar de que Catalina la exigía “con chantajes de todo tipo”. Sus vidas continuaron aparentemente unidas. Y Catalina descubrió que “era María, a la que odiaba y odiaría siempre a muerte, la que le creaba las criaturas con las que ella se identificaba y triunfaba”. Martínez Sierra “sustentaba su vida en la explotación de dos mujeres: una le escribía y la otra le representaba”. En 1933 Hollywood convirtió Canción de cuna en película, dirigida por Mitchell Leisen. En 1941 conoció una segunda versión, rodada en Buenos Aires y protagonizada por Catalina Bárcena. En 1961 fue dirigida por José María Elorrieta, y en 1993 por José Luis Garci.

En este punto de la historia, Antonina Rodrigo subraya “la inquietud feminista” de María Lejárraga, que “está latente en toda su obra”. Postulaba “la educación y la independencia de la mujer para liberarla de la tiranía con que las leyes la sometían y sujetaban al hombre”. En aquellos años, la vanguardia del feminismo español estaba representada por la almeriense Carmen de Burgos Colombine. Surgen organizaciones para la incorporación de la mujer a la cultura y el trabajo, así como la prensa feminista. El sufragio femenino, la maternidad, la crisis del matrimonio y la esclavitud de la mujer están presentes en los escritos de Lejárraga, así como los derechos al trabajo, el estudio, el voto y la participación legislativa.

Popular en la cartelera

Tras el éxito de Canción de cuna, la firma Martínez Sierra se convierte “en una de las más populares y cotizadas en la cartelera madrileña”. La creatividad de Lejárraga es fecunda e incluso hace incursiones como libretista de zarzuelas, género en el que alcanza su mayor éxito con Las golondrinas. En la órbita de amistad y colaboraciones de la pareja aparecen músicos como José María Usandizaga, Joaquín Turina o Manuel de Falla, que se inspiró en el libro Granada. Guía emocional de Lejárraga para sus Noches en los jardines de España. El compositor fue, con Juan Ramón Jiménez, el único confidente de la escritora “en su drama conyugal”. Su complicidad artística y personal dio como resultado El amor brujo, por supuesto firmado por Falla y Martínez Sierra.

A comienzos de 1916, unos días de “convivencia circunstancial” de la pareja con Catalina Bárcena en Córdoba y Málaga proporcionan a Lejárraga una de las peores experiencias de su vida. Y asume que, para su marido, “la elegida, la realidad, era Catalina”. No obstante, en su ámbito doméstico “todo iba a continuar igual. No existió un profundo replanteamiento, sino un pacto. Cada cual conservaría su libertad y no aspiraría a la posesión exclusiva del otro”. Y María, de la que él dependía creativamente de una manera absoluta, rechazó “el recurso del chantaje”: no lo forzó “a decidirse por una u otra” y optó por mantener su anonimato “con inflexible obstinación”.

El 24 de septiembre de 1916, con el estreno de El reino de Dios, se inicia en el Teatro Eslava de Madrid “una experiencia apasionante: la del Teatro de Arte en España (1916-1926), bajo la dirección de Gregorio Martínez Sierra”. Uno de sus grandes logros fue la innovación de la escenografía. El proyecto también incluyó tareas editoriales. Entre su producción dramática, El reino de Dios, sobre el sentido de la caridad, fue para Lejárraga su obra preferida. Otro de los grandes éxitos del Teatro de Arte fue El corregidor y la molinera.

A estas alturas de 1915-1916, revela la biógrafa, “el rumor de que la autora de la obra de Martínez Sierra era su mujer corría por círculos y tertulias”. Pero las sospechas “se estrellaban en la discreta actitud de María Lejárraga”, que siempre mantuvo en la “secreta alianza” con su esposo una lealtad que englobaba generosidad, abnegación y renuncia, mientras la relación de él con la actriz era del dominio público. Su afán por el aprendizaje la llevó a matricularse en un curso de ruso en el Ateneo. Su profesor, George Portnoff, nacido en Kiev, se convirtió en amigo de la pareja, hasta el punto de viajar juntos (con el añadido de Falla) por España.

Rodrigo sentencia que “el caso de María y Gregorio Martínez Sierra es uno de los más originales que ha producido la literatura, no solamente española”. Y analiza las cartas que él le escribía cuando alguno de los dos estaba de viaje (las de ella no se conservan), reveladoras de aspectos sustanciales. Atestiguan “el permanente afecto que unió a aquella mujer y a un hombre interesado e hipócrita que no se la merecía”. Y ponen de manifiesto que “la dependencia intelectual de Gregorio respecto a María era total”.

Al leer el epistolario “está permitido pensar que Martínez Sierra era incapaz de escribir no ya una comedia sino una carta de pésame, unas cuartillas para presentar un acto, un prólogo, sus conferencias... En ellas es constante el apremio y en ocasiones llega a la coacción y al autoritarismo para que María escriba y le mande comedias, colaboraciones, traducciones…”. Sin el menor reparo le escribe a su negra que se siente “más autor dramático que nunca”. La vanidad y la presunción, señala Rodrigo, “corren parejas por sus cartas hasta el punto de aspirar al Premio Nobel”.

En los primeros años de la década de los 20, el matrimonio se parece a un paisaje de “barcas varadas”. Catalina Bárcena, que había hecho todo lo posible por separarlos, da a luz a una niña, supuestamente hija de Gregorio, aunque “el Madrid teatral le adjudicó todo tipo de padres”. María se va a la Riviera francesa, donde se hace construir una casa con jardín a la que bautiza como Helios. Pero la alianza literaria se mantiene, con obras como Torre de marfil, Cada uno y su vida y Mujer.

María pierde “gran parte de su alegría de vivir, de su confianza”, y sus largas estancias en Cagnes-sur-Mer obligan a Martínez Sierra a buscar otros colaboradores dramaturgos, el primero de los cuales fue Eduardo Marquina. Lejárraga se une al Lyceum Club Femenino de Madrid, donde inicialmente dirige la biblioteca y realiza una labor de animadora cultural, con lecturas y conferencias.

La gira de la compañía del Teatro de Arte obtuvo grandes éxitos en Europa y América, pero Martínez Sierra regresó muy enfermo en enero de 1929. A lo largo de ese año María se mueve entre Francia, Madrid y Berlín, cuyo deterioro social y cívico no le pasa inadvertido. En 1930 también refleja en sus cartas la convulsa situación española. En el umbral de 1931, anota Rodrigo, “María Lejárraga es una mujer de cincuenta y seis años, que ha previsto el momento de su retiro” por considerarse ya, en sus propias palabras, un “árbol plantado en una pradera solitaria”. Pero a este árbol “le esperan muchas primaveras con sus flores y sus frutos”. La escritora “abandonará sus plácidos proyectos para, pasionalmente, contribuir a dilatar horizontes culturales de latitudes inéditas”.

Lejárraga intuyó la caída de la monarquía y celebró la llegada de la Segunda República como “la alegría más grande” de su vida. Y se lanza a la calle “para presenciar, entusiasmada, la eclosión del pueblo”. Así se lo cuenta a su marido, que ha disuelto la compañía y se encuentra en California, contratado por la Metro-Goldwyn-Mayer como asesor de producción de películas españolas. María inicia en el Ateneo un cursillo de cinco conferencias que acabaría en formato libro bajo el título La mujer española ante la República.

En las Cortes Constituyentes surge el debate sobre los derechos de la mujer en la redacción de la nueva Constitución. El principal es el sufragio. Clara Campoamor lo defiende con vehemencia, pero Victoria Kent opina, como recoge Rodrigo, que “la falta de madurez y de responsabilidad social de la mujer española podía poner en peligro la estabilidad de la República”, temor que es compartido por Margarita Nelken. Lejárraga es nombrada vocal del Patronato de Protección de la Mujer y trabaja en la puesta en marcha de una asociación cultural dedicada a la mujer obrera.

Después de tantos años de anonimato, publica con su nombre las conferencias del Ateneo, con la dedicatoria “A Gregorio Martínez Sierra, con lealtad y cariño”. Él, desde Hollywood, ha intuido las posibilidades del cine sonoro y le pide argumentos para películas con temas rudimentarios y mucha acción.

Llegada a la política

Asociaciones, conferencias, revistas… En los tres primeros años de la República, a Lejárraga no le falta actividad. Y en 1933 llega su hora política como candidata del Partido Socialista a diputada a Cortes por Granada. Consiguió su escaño con 26.764 votos y fue designada vicepresidenta de la Comisión de Instrucción Pública en el Congreso de los Diputados. Como recuerda Rodrigo, “en los mentideros políticos la derrota electoral de las izquierdas fue atribuida al voto femenino”.

Su labor como diputada (intervenciones, ruegos, enmiendas…) fue intensa. Y escribiría: “A partir del verano de 1934 la Segunda República española ha dejado de existir”. El año siguiente lo pasa “visitando prisiones, alentando a los obreros y líderes encarcelados [tras los sucesos revolucionarios de 1934], trabajando en los comités para auxiliar a las familias de los fallecidos y de los presos y facilitando la salida al extranjero de los perseguidos”.

En enero y febrero de 1936, la campaña electoral del Frente Popular “lanzó a María al ruedo de los mítines por ciudades y pueblos. Una de sus primeras intervenciones fue en el Carabanchel de su infancia”. La coalición izquierdista ganó las elecciones. Crecen los rumores de levantamiento por parte del Ejército y partir del 14 de abril, aniversario de la República, la violencia se adueña de la calle. La noche del 17 de julio, al salir del Ateneo, María fue informada por un amigo: “En Marruecos se ha sublevado el Ejército”.

A los pocos días de iniciarse la Guerra Civil, el Partido Socialista designa a María miembro de la comisión gubernamental creada para ocuparse de las indemnizaciones a los heridos de guerra. En los primeros meses de guerra también prestó servicios en un hospital de sangre. En octubre es nombrada agregada comercial de primera clase para Suiza e Italia, con residencia en Berna. Y, meses después, secretaria gubernamental de la delegación española de la XXIII Conferencia de la Oficina Internacional de Trabajo (Ginebra). En el otoño de 1937 se hace cargo de una colonia de niños evacuados de España.

En la lista negra

En 1939, el final de la Guerra Civil y el inicio de la Segunda Guerra Mundial la sorprenden, enferma, en su casa de Niza. En las listas negras entregadas al Gobierno de Vichy figura su nombre. Los cuatro años de ocupación alemana (1940-1944) fueron para ella “de vida clandestina bajo la identidad de madame Martínez a secas”. La casa de Cagnes-sur-Mer fue requisada por los alemanes y tuvo que abandonar junto a su hermana Nati la de Niza, donde vivían. En aquellos tiempos de soledad y hambre, “las cartas y paquetes de familiares y amigos mantuvieron su esperanza y la ayudaron a sobrevivir”.

Tras la liberación de Francia, Matilde de la Torre, desde Cuernavaca (Morelos), se interesa a través de la Cruz Roja Internacional de México por la suerte de María Lejárraga. Martínez Sierra está en Buenos Aires, con idea de regresar a España. En octubre de 1946 María acepta dar una conferencia en Londres, y luego se traslada a Bruselas y París. Europa está desolada.

Martínez Sierra llega a Madrid a mediados de septiembre de 1947 y fallece el 1 de octubre. Su esposa se entera de la muerte por Radio Londres y “se dedica de inmediato a preparar las obras completas de Gregorio Martínez Sierra para Editorial Aguilar”. En mayo de 1948 se traslada a París para operarse de los ojos, con resultado feliz.

En los primeros meses de 1949 acepta el encargo de un editor de Nueva York para escribir sus recuerdos de infancia. La propuesta se convertirá en su libro autobiográfico Una mujer por caminos de España.

El 7 de septiembre de 1950 embarca en Génova, en el vapor Saturnia, rumbo a Nueva York, ciudad que le entusiasma. Viaja a California, a México y a Argentina, que será su residencia definitiva y donde vive su sobrino Jaime. Ella se instala en un hotel y establece relaciones con editoriales y periódicos. Traduce, escribe, colabora con medios de comunicación y publica su libro autobiográfico Gregorio y yo. Se lo dedica “A la sombra que acaso habrá venido –como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos con que mirar– a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba escribiendo”. Para Rodrigo, “es un libro deliberadamente selectivo; en realidad, María pretendió al escribirlo permanecer unida a Gregorio, como último acto de su relación inmarchitable”.

Hasta el último momento conservará María “una lucidez admirable”. Dispone que sus cenizas sean arrojadas al Río de la Plata o a un jardín. Asiste a la desaparición de seres queridos. Se muere el 28 de junio de 1974, en su exilio de Buenos Aires, al filo de los 100 años. “Hasta el final -ilustra la biógrafa- trabajó en el escritorio donde guardaba las cartas del desamor y el hostigamiento de Gregorio, pidiéndole a su negra, con premura, escritos de toda índole. Para ella fue suficiente a lo largo de su vida la evidencia de que él la necesitaba”.

Como afirma Arturo del Hoyo, “Antonina Rodrigo no es biógrafa que se contente con remodelar la vida de sus personajes, apoyándose únicamente en el trabajo anterior de otros, sino que, investigadora además de biógrafa, siempre consigue descubrirnos aspectos desconocidos de ellos”. Una labor “excelente y necesaria”, en palabras de José Prat.