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Con mayor o menor peso en el argumento, la aventura está presente en toda la obra de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951). Ya se halla en el fondo de su estupenda opera prima El húsar, por supuesto que impregna la serie de Alatriste y hasta marca la reflexiva Hombres buenos. Pero solo ahora alcanza esa afición innata la importancia de motivo casi autónomo. Ocurre en La isla de la mujer dormida, que bien podría definirse como una novela de piratas.

La isla de la mujer dormida

Arturo Pérez-Reverte



Alfaguara, 2024. 411 páginas. 22,90€

Pérez-Reverte cuenta una historia de acción imaginaria, aunque con alguna base real, muy clara. Tiene un emplazamiento preciso. Se sitúa en 1937, en plena Guerra Civil, si bien la contienda solo funciona como contexto histórico y no da lugar al debate ideológico. Y se localiza en una isla minúscula del mar Egeo, de nombre también imaginario pero igualmente con soporte cierto.



En tal marco espaciotemporal, los franquistas preparan una operación naval clandestina para atacar y hundir con una lancha torpedera los barcos mercantes republicanos o rusos que, procedentes de la Unión Soviética y desde puertos del mar Negro, llevan material militar a la República.



Al frente del dispositivo secreto se halla un marino mercante incorporado como teniente en el ejército sublevado, Miguel Jordán. La isla que cobija la acción militar pertenece a un matrimonio, un rico aristócrata en decadencia, el barón Katelios, y su mujer, la hermosa y seductora Lena. Pronto se intuye que habrá un fuerte conflicto entre ese triángulo sentimental.

La trama anecdótica recoge un puñado de acciones bélicas peligrosas y se amplía con un relato de espías, un agente franquista y otro soviético, que aporta los esperables ingredientes del género: engaños, traiciones, venalidad….



Si la acción corsaria vertebra la novela, y tiene importancia intrínseca, a la vez ésta se apresta a la exploración psicológica. En todo momento Pérez-Reverte atiende con cuidado la caracterización de los personajes. Presenta con atención y detalles personales al grupo colectivo de mercenarios y a los dos espías. Pero sus grandes dotes de observador de almas las reserva para el trío sentimental.

Pérez-Reverte maneja con sabiduría técnica e intuición artística los recursos narrativos clásicos

Se trata de tipos muy distintos cuyas abultadas diferencias sirven para recrear seres individualizados de llamativa diversidad. Un barón de espíritu nietzscheano que atestigua un fin de época. Un oficial poco imaginativo, calmado y fiable que se abisma en una pasión destructiva. Y una mujer insumisa resuelta a conquistar un futuro satisfactorio.



Lena pertenece a la estirpe de mujeres fuertes distintivas de la obra de Pérez-Reverte desde hace un tiempo. Aquí el autor consigue una admirable invención de una mente lúcida y atormentada en la que conviven dureza, independencia, valentía y arrojo con lacerantes sentimientos de temor, soledad y fracaso. Con el conmovedor retrato de Lena tenemos una figura literaria de primera categoría, a la altura de las grandes heroínas del siglo XIX.



La isla de la mujer dormida avanza entre pasajes de acción y remansos reflexivos. Las parcas descripciones se atienen a una impresionista notación de colores y olores. Creativas imágenes paisajistas croman el relato. Nunca afloja el suspense. Arturo Pérez-Reverte maneja con sabiduría técnica e intuición artística estos clásicos recursos narrativos para ofrecer una mirada penetrante y exenta de todo moralismo sobre la compleja condición humana.