Ángel Mora
Publicada

Antesala de los horrores con los que comenzaría el siglo XX, la Belle époque, etapa dorada de la cultura europea, condensó en menos de cincuenta años lo mejor y lo peor no solo de la nueva Europa, con su industria boyante y auge de las artes no figurativas, sino de la que aún se esforzaba por no desaparecer. En las mismas calles de las principales capitales convivían los nuevos nacionalismos con la vieja aristocracia, los primeros automóviles con las calesas y las recientes instalaciones eléctricas con las viejas farolas de gas.  

Después de haber publicado tres novelas, María Reig (Barcelona, 1992) se estrena en la editorial Espasa con Sonó un violín en París, una obra en la que recorre estos años clave para comprender las décadas que le seguirían. Y lo hace a bordo de un tren, en el que acompaña a un grupo de personajes que se propone visitar las principales ciudades europeas en una travesía de dos meses.

Coincidiendo con el día de su publicación, Reig ha presentado la novela este miércoles 8 de enero en el Museo del Ferrocarril de Madrid. Recreando la atmósfera que sus mismos personajes viven durante el viaje, ha respondido a las preguntas de la prensa en el interior de uno de los vagones más lujosos del recinto.

Papel y tinta (2018) fue la primera obra de la autora. A partir de un plan de marketing diseñado por ella misma y con la ayuda de un crowfunding, se autopublicó. En menos de 24 horas, logró cumplir su objetivo de recaudación. A esta novela le siguieron dos más antes de aterrizar en Espasa, Una promesa de juventud (2022) y Los mil nombres de la libertad (2022). En conjunto ha vendido más de 100.000 ejemplares.

Es un esfuerzo por alcanzar a un público más joven que el que normalmente se suele asociar a la novela histórica, manteniendo el rigor que se asocia al género pero, a la vez, atravesándolo con temas que preocupan a las nuevas generaciones. 

"Esta novela surge por mi amor por los viajes y la música y el deseo de explorar una Europa no masificada, aquella Europa que hubo antes de que ardiera dos veces", comienza diciendo la autora barcelonesa. Acompañamos durante la historia, de hecho, a unos viajeros en los albores del turismo, cuando ya las condiciones de vida de un sector de la población y la mejora de los medios de transporte propiciaron que se percibiera el viajar como un símbolo de estatus. 

El "Grand Tour", una especie de antecedente del interrail en el que los aristócratas viajaban de ciudad en ciudad a bordo de un tren teniendo como destino final Roma, ya existía desde el siglo XVIII, pero fue durante el XIX cuando se popularizó entre la burguesía. "Es el inicio del turismo tal y como lo conocemos hoy, las clases privilegiadas concluían su formación viajando a Roma para así conocer los orígenes de la cultura occidental. Era un viaje que añadía galones a tu apellido". 

"Era un viaje mucho más superficial que la del explorador, el que existía años ha"

No es coincidencia, además, que aquella fuera la época en la que se dieron los primeros y principales descubrimientos arqueológicos, que despertaron la conciencia entre la juventud europea de pertenecer a una tradición cultural milenaria que tenía sus raíces más solidas en Roma. 

Pero aún así, lejos quedaban las aventuras de grandes viajeros del calibre del afamado Lord Byron. "Era un viaje mucho más superficial que la del explorador, el que existía años ha". La consecución de grandes avances y comodidades trajo consigo la aparición del turista tal y como lo conocemos hoy. 

Tanto es así que, tal y como afirma la autora, ya existía algo similar a los Airbnb. "Las guías de viaje de la época no solamente anunciaban hoteles, también viviendas particulares. Ya está el esqueleto de todo aquello que conocemos hoy día, pero con los procesos rudimentarios de entonces". Previa reserva por correo postal, el turista podía hacer un alto en el camino en una ciudad desconocida alquilando una propiedad privada o, incluso, la habitación de un apartamento en el que ya vivía una familia. 

El viaje comienza, como no podía ser de otra manera, en París. "En aquel momento, era el centro del mundo. En 1893 todo era posible en París. Le había tomado el relevo a Viena. Todas las disciplinas culturales convergían con la mayor fuerza allí". 

La obra no solamente es un viaje a nivel geográfico, sino también emocional. "Para mí era muy importante plantear un itinerario físico, pero a la vez propongo un recorrido emocional por la Europa que ya no está, la que ha pasado por dos guerras. Al mismo tiempo, surgen afinidades, recelos e indiferencias entre los viajeros. Es un proceso de transformación interno gracias a las dinámicas que se crean". 

Aún así, Reig asegura que no se trata de una visión nostálgica de aquel período de esplendor cultural: "Me gusta la historia pero desde la certeza de que vivo en la mejor época para estar viva. Podemos tener la tendencia de romantizar el pasado pero hay que tener presentes los problemas que existían entonces. Más que nostalgia es interés".

España no está en este recorrido, pero, asegura Reig, está muy presente. Los principales personajes son españoles, por lo que a través de ellos conocemos los eventos principales del país en aquellos momentos. La presencia de intelectuales de nuestro país en París es indiscutible. 

La historia que propone Reig es una inmersión en el género de la novela histórica pero sacando a colación temas actuales como la salud mental, que toma protagonismo en la figura de una de las protagonistas. "Al final somos los mismos, las problemáticas mentales son las mismas. También había casos de depresión y ansiedad, pero no existían ni el conocimiento ni las herramientas para abordarlo como lo hacemos nosotros".