
Kiko Amat, escritor. Foto: Cèsar Nuñez
Kiko Amat: "La cultura seria, burguesa y elitista es un coto de caza para cuatro ricos, son el enemigo a liquidar"
El escritor publica la novela 'Dick o la certeza del sexo', una parodia sobre la masculinidad de los años 80 con la pornografía como telón de fondo.
Más información: Kiko Amat y las formas del odio
Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, Barcelona, 1971) es todo ímpetu. Escribe con abnegación y vuelve sobre sus textos con disciplina estajanovista. "Cuando entrego una novela, es imposible que alguien me diga que no está trabajada", asegura a El Cultural. La conversación, por videoconferencia, transcurre ágil y distendida, como el autor pretende que sea su literatura.
Su verbosidad es imparable, y sin embargo todo su discurso, siempre a la contra, encalla en un sintético aforismo, género que detesta cuando se inmiscuye en la narrativa, que explica su posición ante el mundo: "Tienes que saber qué no quieres ser".
Radical y apasionado, se muestra libérrimo al otro lado de la pantalla —no escamotea una sola cuestión, por espinosa que se presente— y defiende su nueva novela, Dick o la certeza del sexo (Anagrama), como a todos nos gustaría que alguna vez nos defendieran.
El protagonista, Franki Pratis, es un hipersexualizado quinceañero de extrarradio. Amat se zambulle en su disparatada imaginación a través de Dick Loveman, alter ego del adolescente, un "casanova galáctico" cuyos instintos sexuales cristalizan en espacios indistintos de indistintas épocas de la historia.
Un "agente espaciotemporal" que sirve al autor para desarrollar una parodia de la masculinidad y la pornografía en los polígonos del Delta del Llobregat (Cataluña) durante los años 80. La prosa reservada para la voz del alter ego, pretendidamente sonrojante, es el instrumento con el que Amat da forma a la caricatura.
"Yo quería un lenguaje que fuera antiguo y moderno a la vez, pero que no te pareciera nada de esto. Como una máquina de steampunk", dice el autor. Pero más allá de la sátira, su nueva novela ahonda en la soledad y la incapacidad para comunicarse, entre otros abismos adolescentes, y en la opresiva moral puritana de la época.

Pregunta. ¿Cuál es el estímulo que pone en marcha esta historia?
Respuesta. No soy un escritor de ideas, nunca parto de una tesis. Vengo de la tradición expresiva de autores que trabajan con materia, con lo concreto. Flannery O’Connor, por ejemplo, trabajaba con personajes, acción y paisaje, no sobre ellos. Cuando estás escribiendo el libro, es cuando te das cuenta de que va o no va de algo. Mis personajes crecen y les pasan cosas. Yo nunca me planteé esta novela como un libro que parodiara la masculinidad de los 80 y que a la vez fuera un bildungsroman antierótico que utiliza los tropos de la pornografía, yo no trabajo así… Pero ahora que está lista, sí te puedo decir que es esto.
P. Hay en su novelística un interés por la figura del antihéroe, el personaje atribulado y siempre complejo.
R. Sí, creo que el antihéroe ha ganado, y eso que era raro hace un siglo e incluso más hace dos. Yo intento que los personajes estén vivos y que la gente los entienda, aunque sean negativos. Un personaje te puede caer mal, incluso a veces tiene que ser así, pero un escritor no puede permitirse que un personaje sea incomprensible. En realidad, todo el mundo se cree el héroe de su narrativa, con lo cual todos tienen razones para hacer determinadas cosas. En el momento que entiendes a alguien, aflora toda su pena, su patetismo… Y no hay nadie que no sea ridículo ni tenga secretos lamentables.
»En cuanto a la picaresca, no me gustan los ejercicios de estilo. Mi libro se integra en la picaresca porque fue una de las ideas que empezaron a materializarse cuando empecé a escribir esta historia: recuerdo que anoté una serie de lamentables infortunios, sí, a la manera de una novela picaresca o del XVIII. Sin embargo, está explicado sin esos recursos lingüísticos arcaicos. Hay un curro muy bestia detrás para que el personaje se exprese de forma bizantina y barroca, pero que el libro no suene a ejercicio cultista. Es un libro enciclopédico que, a su vez, rehúye la bibliofilia rancia.
P. ¿No es la parodia lo que determina esa naturaleza efectivamente insólita?
R. Desde luego, hay una parodia de la afectación, de ese lenguaje rococó de las revistas de contactos porno de los 70, tan grosero, zafio y chunguísimo, mezclado con el ampuloso y pretendidamente sexi de la novelita clandestina dieciochesca. Pero también hay una distancia, lograda con mucho oficio, que se revela a través de las voces solemnes de Franki y el narrador omnisciente, que sabe más que Franki. Cuando se expresan con tropos o recursos retorcidos, se ve claramente que esa afectación es irónica. Se trataba de que el lector entrara en ese juego.
P. ¿Esas referencias están en sus recuerdos o se ha sumergido en alguna investigación?
R. Tengo la adolescencia muy viva y muy poco cicatrizada, así que la conexión es casi inmediata. En cuanto al acercamiento a la pornografía, es el típico de todo adolescente. Dick… es una novela que tiene su carga de exageración, porque creo que es necesaria para transmitir algo al lector en cualquier tipo de ficción, pero, incluso sin exagerarlo, lo que le ocurre a Franki no me parece aberrante. No tengo que irme muy lejos para que alguien me diga que le ocurrió algo así o que conoció a alguien que le ocurrió. Puede ser un libro estrepitoso y esperpéntico, pero en realidad está basado en la cotidianidad de un teenager de los 80.
»En mi entorno se leía ese porno absurdo y en el momento en que dejaba de excitarte, te carcajeabas. Recuerdo que, con mi panda, entrábamos a beber y a drogarnos a algunos bares donde ponían pelis porno. En la trastienda, pero en horario diurno. Y cuando veíamos esas pelis en este estado, desaparecía la carga venérea y erótica para volverse jocosa. La pornografía es ridícula, precisamente por su tono entre solemne y cafre. Para utilizar cortes fieles de todo aquello, sí que he recuperado expresiones del pulp, de revistas pornográficas, de novelas eróticas del XVIII. Por ejemplo, para referirse al pene decían "barra palpitante" o "lanza dolorida" [risas].
"La España postsocialista nos hizo creer que íbamos a ser libres y ahora estamos más encadenados que nunca"
P. Si actualmente la sexualidad de los adolescentes resulta difícil de abordar, en los 80 se antoja aún más complejo. Supuestamente, antes el problema era la opresión y uno de los actuales es que ven mucho porno. Hemos perdido el punto justo…
R. No soy sociólogo, pero lo que dices se acerca a mis impresiones. No se puede culpar al porno de nada, pero es sórdido: te pone imágenes extremas a las que no deberías haber llegado por ti mismo. Y a las que no llegas de forma deliberada. Una economía capitalista siempre basa su falsa idea de progreso en detalles cosméticos de mierda. La España postsocialista nos engañó, haciéndonos creer que íbamos a ser libres, y resulta que estamos más encadenados que nunca. ¿Eres más libre porque tienes acceso directo a porno? ¿O por tener Netflix? Ser libre es que no haya ricos. Hemos pasado de la represión a un libertinaje vomitivo.
»Por cierto, quiero matizar que, ciertamente, esto es una parodia de la pornografía. Sin embargo, esa comicidad procede de un lugar triste: los personajes son damnificados de esa 'machirulez' y está muy presente la soledad, el rechazo, el deseo no correspondido... La idea era hacer digerible el melodrama a través del humor. Hace tiempo entendí que si no ponía áreas de descanso en mis novelas, tendría difícil que la gente disfrutara de la historia. Yo quiero que mis libros sean adictivos, quiero ser entertainer.
P. Ahora que habla de capitalismo: hay que estar muy convencido de lo que se hace para lanzarse a publicar una novela tan a contracorriente del mercado actual. ¿Cómo se lleva con la autoestima, las inseguridades…?
R. Yo quiero llegar a todo el mundo, pero vengo de una tradición punk-rock y subcultural, contraria a la cultura burguesa o benestant [acomodada], como dicen en Cataluña. Si vas a hacer una novela como esta, no te puedes quedar a medio camino, hay que decirlo todo y llevarlo a su extremo lógico, ser divertido. No se puede ser un blando. En mi cultura, un blando es, a nivel artístico, un cobarde. Sé que no soy un artista de mi época, y sin embargo quiero que la gente se lo pase bien con mis libros. Paso de los aforismos de mierda, de las cursiladas, de las grandes reflexiones psicológicas y de las frases que no significan nada.
"Paso de los aforismos de mierda, de las cursiladas, de las grandes reflexiones psicológicas y de las frases que no significan nada"
P. Sus orígenes obreros han marcado estos principios tan firmes...
R. Sobre todo, lo que tiene que ver con el humor. El humor soez, escatológico, sombrío… es el humor de la cultura obrera. Es una forma de explicar la pena que está relacionada con la clase social. Se trata de transformar tu infortunio en un gag para curarte de lo que pasó ayer. Esto me permitió desprenderme del pudor y la inseguridad de la que hablabas antes. Cuando los dioses te dan un don, tienes que aprovecharlo al máximo. Yo sé que he trabajado mi don hasta el límite de mis posibilidades. ¿La percepción de los otros? Me preocupa, pero es parte del juego. Yo pongo una parte y el lector pone otra. No soy el puto Henry James, no lo doy todo hecho.
P. Usted, que hace humor sin cortapisas, ¿qué le parece esta deriva cancelatoria y acusadora que permea sobre casi cualquier forma de expresión actualmente?
R. Insisto en que no hago novelas para que encajen con el zeitgeist, pero es verdad que este libro enhebra con parte del discurso actual: todo lo que ocurre es no normativo. Creo que nuestra cultura es pendular y considero que es deseable que los péndulos regresen a una zona menos discriminada de lo que está ahora. Sin embargo, estoy a favor de que haya reacciones contra esa cultura de mierda en la que vivimos desde hace varias generaciones: una perspectiva macho del mundo, una imposición externa que traumatizó a mucha gente de ambos géneros.
P. En su caso, el hecho de haberse adscrito a la corriente mod fue, en cierto modo, una forma de rebeldía. Por ejemplo, para reivindicar que un joven de la periferia podía vestir también muy elegante. ¿Qué conserva de todo aquello?
R. Mi iluminación fue, efectivamente, mod, pero toda la gente que me rodeaba pertenecía a distintas subculturas. La rebeldía, el vandalismo, el rechazo del mundo adulto y esa idea de vivir el momento estaba en todas partes. Mi educación fue subcultural, no únicamente mod. Además, tuve desengaños con esa subcultura y fui parte de uno de los cismas. En todo caso, aquello tan trepidante me proporcionó arte y belleza en un mundo donde no había eso. Y una independencia personal. A mí me hacía mucha gracia la peña que se creía muy guay porque no militaba, esos que te decían: "Yo no necesito pertenecer a ningún grupo". Pero es que, paradójicamente, la pertenencia a un grupo te hacía sentir un individuo. Le debo todo eso.
"Cuando los dioses te dan un don, tienes que aprovecharlo al máximo. Yo lo he trabajado hasta el límite de mis posibilidades"
P. Esta identidad contestataria está en la relación del personaje del hijo y del padre en esta novela, que le sirve una vez más para burlarse de la pedantería cultural.
R. Precisamente porque crecí en subcultura, he tenido una visión antipoética de las cosas: somos esto porque no somos aquello, porque los grupos que nos gustan y los libros que leemos no son los de esta peña. Crecí con una mentalidad oposicional, lo cual me parece sanísimo. La subcultura se posicionaba en contra de la cultura seria o la mal llamada alta cultura, que se ha adueñado de una serie de cosas de la cultura clásica que no les pertenecen por derecho. Tácito es mío si me da la puta gana, y Dickens también. Incluso Dickens es más mío que de ellos, porque era popular. Y Shakespeare también, porque arrebataba los teatros. No iban solo dos tíos con gorguera, iba todo Dios: putas, currantes y gente de mal vivir.
»Nick Hornby lo explicó muy bien: si algo popular sobrevive un siglo, la alta cultura se lo apropia y, además, le pone vallas. Nadie puede saltarlas a no ser que venga de un determinado abolengo o haya pasado una serie de exámenes donde tienes que acatar la lectura de sus clásicos, porque tampoco se te permite juzgarlos por tus propios medios, como hacíamos nosotros en subcultura. No es que me ofenda; es que para mí la cultura seria, burguesa y elitista es el enemigo a liquidar. No es porque les guste Flaubert, que a mí también me gusta, sino porque museizan la cultura popular. Todo lo guay que hay en las artes lo convierten en un coto de caza para cuatro ricos. Me niego a que me digan cómo tengo que interpretar un artefacto artístico, sea quien sea el que me lo dice, porque vengo del punk-rock: "A mí nadie me dice cómo tengo que pensar". Es el precepto número 1.
P. En ese fundamento impera la individualidad, pero ¿esa es su única visión acerca de la literatura? ¿Le interesa, por ejemplo, la narrativa que se está haciendo en nuestro país?
R. No. En absoluto. No lo digo desde el elitismo, por supuesto, pero no es lo que estoy buscando. Además, hay un tipo de novelas que se plantean como novelas de clase, pero pretenden ser ejemplarizantes de cara a la clase obrera, que es supuestamente homogénea, inclusiva… de buen rollo. No puedo identificarme con eso porque los dictados de este acercamiento me dan ganas de vomitar. Esos libros de barrio me dan bastante asco. En realidad, tampoco me identifico con la literatura española de hace uno o dos siglos. Me siento más anglófilo y, aunque hace diez años no lo hubiera dicho, veo que pertenezco más a la cultura catalana que a la castellana. Me identifico mucho más con Josep Pla y con Josep Maria de Sagarra cuando se posicionan contra el violinismo y la prosopopeya. Aunque sean señores conservadores, su visión artística me parece muy interesante.
»Con todo, para no parecer un eremita que vive solo masturbándose en una gruta, diré que me gustan autores españoles como Valentín Roma, Carlos Zanón, Esther García Llovet… Y estoy muy al tanto de la gente joven que hace cosas divertidas: me flipó Solo quería bailar, el debut de Greta García. Pero estos salen raramente porque las modas literarias van hacia otro lado. Mi ideal no es ir a contrapelo del tiempo, es simplemente que el tiempo me obliga. Si no tuviera que hacer concesiones, a mí me gustaría que mi libro fuera el bestseller del año.